Suicidios y acusaciones
Por Ing. Miguel A. Gallardo, Criminólogo, perito judicial privado
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Mi padre me perdonará si yo revelo ahora, aquí y así, la profunda e impotente pena, la gran trizteza, y el vivo sentimiento de culpa que me inundó el alma cuando uno de mis tíos me dijo que mi padre se había intentado suicidar, que lo había intentado de verdad, con fármacos ciertamente letales, y además, tratando de que no se le pudiera identificar nunca. Mi padre había decidido suicidarse sin llevar encima ningún documento o dato, salvo una nota de una librería en la que se le conocía bien, que sirvió para localizar a su amigo librero que inmediatamente llamó a mi tío cuando, gracias a Dios o a quien lo hizo posible, se encontró a mi padre, a muy pocos minutos de una muerte segura y deliberadamente buscada en silencio, sin querer molestar a nadie. Mi padre sobrevivió algunos años a su tentativa de suicidarse, pero sufrió lo indecible agonizando durante meses con dosis crecientes de morfina que no conseguían hacer soportable el dolor de un cáncer en metástasis incontrolable.

También he sufrido el chantaje por amenaza de suicidio de una de mis primeras novias, una belleza indomable, intratable y caprichosa con la que mantuve una intensa y peligrosa relación sexual a mis 17 años, y que además de engañarme con una prueba de embarazo falsa, me amenazaba con suicidarse si la abandonaba. Creo que ella sabía perfectamente que ése era uno de mis flancos emocionales más débiles, y lo supo explotar como nadie, haciéndome sufrir en pocas horas mucho más de lo que disfruté con ella durante casi un año, pero marcándome para siempre como hombre muy desconfiado hacia la instintiva, cultivada, habilísima y eficaz falsedad femenina. El contraste de esos dos recuerdos, tan distintos y tan profundos como dolientes e inquietantes, pasados ya más de 25 años, todavía me estresa el alma, y me amargan entristeciéndome hasta humedecer mis ojos, porque por una parte la tremenda y angustiosa acción decididamente autolítica de mi padre sumido en la más triste depresión, y por otra, la indignación y la desconfianza, y también la rabia furiosa que reconozco no saber dominar ante ciertas estrategias que arman la coacción de falsas suicidas, produciendo un efecto en mis entrañas imposible de contar con palabras, pero que ya forma parte de mi vida interior para siempre. No le deseo a nadie ninguna de esas dos sensaciones, nunca, jamás, en ningún caso.

En cada familia hay también alguna leyenda ancestral. En la mía, mis abuelos maternos parecían traumatizados por la historia de un tío-abuelo mío (realmente tío de mis abuelos en un entramado familiar con muchos entrecruzamientos del árbol genealógico de mi familia materna) que parece ser que se suicidó al volver de jugarse mucho más de lo que tenía en el casino de Montecarlo. Hace ya muchos años, demasiados como para documentar nada con rigor historiográfico, ese tío-abuelo tenía casinos en las Alpujarras, entre Almería y Granada, y dicen que ganaba mucho dinero con esos negocios, dinero que luego perdía en Montecarlo. Y esa historia transmitida de generación en generación, ha marcado a muchos de sus descendientes lejanos, y a mí me ha disuadido de jugar en ningún casino, como no sea haciéndole facturas (cosa que hice como consultor especializado en matemática computacional hace ya algunos años) a un impotante casino. Ni los accionistas, ni los empleados mejor pagados de los casinos, se suicidan, pero sí más de un ludópata que entra a formar parte de la leyenda de sus descendientes como Antonio Alcántara (Inmanol Arias), el entrañable protagonista televisivo de "Cúentame como pasó" que ha hecho un profundo estudio del síndrome de Ivánovich, "El Jugador" de Fedor Dostoievski, obra magistral de obligada referencia para comprender, y tal vez también para superar, o simplemente para sobrevivir a uno de los más peligrosos factores suicidógenos.

Cada ser humano tiene su propia cultura del suicidio, y yo me acabo de desnudar para mostrar los tres temblorosos pilares de mi propia incultura. Las vivencias y experiencias, reales o literarias, íntimas o ajenas, privadas o públicas, relacionadas con el suicidio, con cualquier suicidio, y con todos y cada uno de los suicidios que nos puedan afectar, sedimentan en nuestro subconsciente siempre con sorda tristeza por capas sentimentales que recubren, siempre de forma y manera muy imperfecta, nuestra personalidad emocional con dolor, angustia y frío, ese frío que sólo se siente cuando se piensa en la fatalidad de la propia muerte, o en la inevitable e inminente de alguien muy, muy querido, tanto, que daríamos nuestra vida por la suya. Nunca juzgaré a un suicida, pero sí que acusaré sin compasión al falso suicida. Y quien no lo comprenda, por favor, que no siga leyendo, se lo ruego sinceramente, porque tengo pudor y vergüenza, e incluso algo de miedo porque temo ciertas faltas de sensibilidad.

He sido consultado profesionalmente 3 veces, en 3 casos muy distintos entre sí, para que los familiares y amigos de 3 suicidas pudieran comprender, que no juzgar, las razones de un suicidio. Una de ellas fue porque el joven estudiante que se suicidó tenía, como yo, una compleja actividad informática y telemática, y yo me dedico a la criptología y a la ingeniería inversa que permite reconstruir ciertas actuaciones tecnológicas. Otra se me confió porque se sospechaba que hubo una sutil inducción sectaria con una dieta muy sospechosa y unos escritos que mis investigaciones en criminalística y técnicas de atribución de autoría mediante estilemas hizo pensar a la familia que yo podría aportarles algo más que la policía y el juzgado. Y en la tercera, probablemente nunca sepamos nada de nada porque así lo quería quien se suicidó intentando que jamás se le encontrase, o que si se le encuentra, de ninguna manera pudiera identificarse. En todos los casos, tuve que profundizar en el análisis de factores suicidógenos (endógenos y exógenos) de una fenomenología angustiosa, y creo que sólo arañé muy ligeramente la dura máscara de la equívoca apariencia disimulada del fenómeno autolítico. Lo que hacemos, con mejor o peor  método, es preguntar y preguntar ¿por qué? y ¿por qué?

Estas 5 experiencias, 2 muy personales e íntimas, y 3 profesionales sin dejar de ser también vocacionales, me han motivado para estudiar las torpes, viejas y miopes estadísticas oficiales de los suicidios en España. Creo que tengo suficiente autoridad moral (estudio fundamentos de estadística forense y he denunciado a la fiscalía anticorrupción graves hechos relacionados con el negocio estadístico en España) para acusar al Instituto Nacional de Estadística (INE) de hacer una lenta y sesgada recopilación de los escasos y dudosos datos procedentes de los boletines de suicidios que los juzgados están obligados a cumplimentar desde hace más de un siglo, en cumplimiento de lo dispuesto en la Real Orden de 8 de Septiembre de 1906, hace unos años mejorada por los acuerdos adoptados el 9 de marzo de 1999 por el Consejo General del Poder Judicial, tendentes a conseguir una mejor cumplimentación de los boletines de suicidio, pero claramente insuficientes. En febrero de 2007, cuando escribo estas líneas, sólo están disponibles las estadísticas oficiales hasta 2004, y tanto retraso las hace completamente inútiles para prevenir acumulaciones por inducción mediática o por el llamado complejo de Eróstrato, y detectar nuevas tendencias suicidológicas. Mis acusaciones, por tanto, se dirigen al INE, al Poder Judicial, y a todos los que miran a otro lado ante una epidemia inmoral, quizá la más inmoral de las epidemias.

La Organización Mundial de la Salud (OMS) cifra en más de un millón los suicidios que se registran al año en los países que estudian, mejor o peor, estos fenómenos. Y lo hace considerando al suicidio, principalmente, como un efecto de las enfermedades mentales, al menos en el 90% de los casos. Yo no estoy muy seguro de que los suicidas estén enfermos. En ocasiones, son perversos, pero no están enfermos, en el sentido que yo atribuyo a la palabra enfermo. No es necesario estar enfermo para matar o para matarse, y hay asesinos que son plenamente conscientes de sus asesinatos realizados con profundas convicciones. Además, la OMS estima que en los últimos 45 años los suicidios han aumentado en un 60%, y que hay 20 tentativas de suicidio, por cada suicidio consumado. Estas discutibles cifras de la OMS de pueden obtener en http://www.who.int/mental_health/prevention/suicide/suicideprevent/en/index.html

En mis últimos dos viajes a Irlanda, en otoño de 2006, tuve conocimiento de una iniciativa tomada por familiares de suicidas que, ante el silencio político y médico, tratan de explicarse y evitar los suicidios en familias que ya han registrado alguno. Me pareció una medida inteligente y oportuna, y seguí con atención algunas noticias y entrevistas televisadas por la BBC realizadas a familiares y allegados, alertando contra ciertos fármacos, entre los que se encuentran la Fluoxetina, Sertralina, Venlafaxina, Citalopram, Paroxetina, Escitalopram, Fluvoxamina, Duloxetina, Bupropion, Amitriptilina y el Dothiepin de bien conocidas marcas farmacéuticas como Celexa, Effexor, Lexapro, Luvox, Paxil, Prozac, Remeron, Serzone, Wellbutrin o Zoloft por las tendencias autolíticas que provocan, especialmente al inicio del tratamiento o cuando se interrumpe su uso. Parece ser que los depresivos que empiezan a tomar alguno de esos fármacos reciben impulso suficiente para suicidarse, y otros, cuando dejan de tomar algunos fármacos, tienen una reacción autolítica. Lamentablemente, la medicina y la farmacología en España es tan corrupta, porque las relaciones entre laboratorios farmacéuticos y médicos de cualquier especialidad, incluyendo la psiquiatría, me hace desconfiar sistemáticamente de cualquier silencio, porque la industria farmacéutica se gasta lo que haga falta en silenciar cuanto no le conviene.

También me preocupa la dieta de los suicidas. En una reciente investigación de un suicidio de una joven mujer pude examinar su biblioteca, en la que me llamó la atención un libro infame titulado "Tu farmacia está en tu cocina" en el que faltaban algunos recortes. Lamentablemente, la familia no me permitió profundizar en en el estudio de la dieta que seguía esta suicida, pero no tengo ninguna duda de que no era nada estimulante desde el punto de vista vital, no sólo por su poco recomendable composición, sino porque parece como si estuviera prescrita por una organización sectaria. Hay mucho que estudiar, para prevenir, suicidios inducidos por sectas. Una primera pista es la obsesión de ciertas sectas por las dietas de sus adeptos, porque lógicamente es muy difícil captar iniciáticamente a quien no está dispuesto a renunciar al chocolate, los solomillos o los centollos y percebes, que benditos sean. Las sectas suicidógenas asustan a jueces y policías, por lo que muchas quedan en la impunidad pese a sus inducciones suicidógenas. Y yo acuso a quien haga falta cuando no se lleva hasta las últimas consecuencias policiales y judiciales la investigación de un suicidio presuntamente inducido.

Hay suicidios que alcanzan gran notoriedad. Ninguna publicación oculta la hipótesis del presunto suicidio de Érika Ortiz Rocasolano, hermana de la Princesa de Asturias Letizia, y todas recogen también la información de que se encontraron cinco cartas dirigidas a la familia. Basta buscar en GOOGLE por Erika y Suicidio para recibir una avalancha de noticias con todo tipo de comentarios. Pero hasta ahora nadie ha podido precisar con un mínimo rigor los factores suicidógenos constitutivos o eventuales, endógenos o exógenos, del presunto suicidio de una hermana de una mujer que lo tiene todo y quizá ya no disfrute de nada, porque si un suicidio siempre tiene un mensaje, las cartas del suicida son voluntades diabólicas. Al menos, en mi experiencia, las lecturas de escritos de suicidas me han dejado consternado como ninguna otra literatura podría llegar a hacerlo de ninguna manera. Ignorando los detalles del suicidio de la hermana de la futura Reina de España, lo que sí que sé es que muchos familiares, especialmente los hermanos, de personalidades relevantes, deben de estar interpretando los hechos, y las noticias, de manera muy distinta a los que no tenemos hermanos o son personas anónimas. Y eso es suicidología práctica y real, que lamentablemente no se está estudiando con suficientes reflejos si los datos estadísticos son de hace 3 años. Tal vez algún día pueda evaluarse el impacto social y psicosocial que pueda haber tenido en la población, preocupantemente emergentes en ciertos perfiles de especial riesgo suicidógeno, la inesperada muerte de Érika Ortiz Rocasolano.

Sé que los suicidas puede llegar a ser muy maliciosos, y despiadadamente crueles. El pueblo de El Real de San Vicente (Toledo) nunca olvidará el horror del suicidio de Gregorio Ramos Rubio, más conocido como El Culebro, de 59 años, hasta hace unos días todo un vecino modélico de la pequeña localidad toledana, que protagonizó en la noche del viernes uno de los parricidios más sangrientos y macabros de los últimos años en España al matar con un hacha su madre, a su esposa y a su hijo mayor. Después de cometer el triple crimen, se desplazó hasta Talavera, donde residen sus dos hijas, y las atacó con la misma herramienta, aunque no logró su objetivo. Luego, creyéndolas muertas, se suicidó al lanzarse desde el balcón de la vivienda. Este estremecedor parricidio suicida, según se ha publicado en todo tipo de medios de comunicación, ocurrió en torno a la medianoche del viernes 16 al sábado 17 de febrero. Gregorio cogió un hacha con el que atacó primero a su madre, Salvadora, de 91 años, y después a su esposa Julia Castro Illán, de 58,  y a su hijo, de nombre David (algunos medios publican que se llama Gregorio, como su padre), de 28 años en la casa familiar situada en junto al cementerio del pueblo. Minutos después, sobre las 00,30 horas, según el testimonio de algunos vecinos, cogió un coche para recorrer los 25 kilómetros que separan el pueblo de Talavera de la Reina (Toledo), donde viven sus dos hijas, de 22 y 25 años, a las que atacó con un hacha pero no consiguió matar pese a destrozar la cabeza de la mayor y causar graves heridas a la menor. A continuación se tiró por la ventana de un noveno piso. Lo peor de un caso así es que la desesperación que todos podemos sentir en algún momento conecte con una frase, una idea, la más mínima empatía hacia un asesino tan imprevisible e inquietante como lo ha sido Gregorio Ramos Rubio, a quien debe esperarle lo peor de lo peor, sin esperanza alguna de perdón nunca jamás. No es necesario ningún juicio para afirmar que se ha condenado él sólo.

También sé que los servicios de inteligencia de todo el mundo tratan desesperadamente de poder predecir quién está dispuesto a suicidarse causando el mayor daño posible. El capítulo noveno del Corán encierra muchas claves cuyas diversas interpretaciones de las palabras del Profeta Mahoma sobre la guerra en tres etapas: tolerancia, guerra defensiva y, finalmente, guerra de agresión para convertir a los no creyentes u obligarlos a pagar la jizya (v. Corán, 9:29), se esconde místicamente las motivaciones de los suicidas que han provocado muchos miles de muertos, fieles o infieles. En ese mismo capítulo noveno del Corán también hay una condena expresa Profeta, concretamente en los versículos del ciento ocho al ciento once:

Hay quienes han erigido una mezquita para el mal, para el rechazo a Allah, para dividir a los musulmanes y como lugar de acecho al servicio de quienes combaten a Allah y a su Mensajero. Juran con seguridad: “No queremos sino el bien”. Allah da fe de que mienten. No permanezcas nunca en ella, pues verdaderamente una mezquita cimentada sobre el Temor a Allah desde el primer día es más digna de que permanezcas en ella. Ahí hay hombres que aman purificarse y Allah ama a los que se purifican. ¿Quién es mejor, quien funda su edificio sobre el Temor a Allah y su Satisfacción o quien lo cimenta al borde de una pendiente, a punto de desplomarse, y es arrastrado por ello al Fuego de Yahánnam? Allah no guía a los injustos. El edifico que han construido no dejará de ser una duda en sus corazones a menos que se rompan. Allah es Conocedor y Sabio.

En el Corán se prohibe terminantemente matarse: {no os matéis} (an-nisaa, 29: ¡Oh vosotros que habéis llegado a creer! No os arre­batéis los bienes injustamente unos a otros‑-ni siquiera mediante transacciones basadas en acuerdo mutuo y no os matéis: pues, ciertamente, Dios es en ver­dad un dispensador de gracia para vosotros). El Islam debe superar el islamismo por sí mismo, y ese no os matéis del Corán es la gran esperanza del violento y cruel mundo autodestructivo de nuestros días. Y como perito con muchas experiencias judiciales, me parece inconcebible que no haya un profundo estudio forense sobre todos y cada uno de los suicidas que provocaron o participaron de alguna manera en los atentados del 11-M y que murieron en un piso de Leganés en muy extrañas circunstancias. Tengo el máximo interés por cuanto pueda decir la suicidología sobre lo que ocurrió en la Estación de Atocha y en varios trenes de cercanías hace ya casi 3 años, pero por mucho que he buscado en hemeroteca no he encontrado nada mínimamente introspectivo sobre los suicidas de Leganés.

Debo decir también que desde hace tiempo me he relacionado mediante correspondencia electrónica con muchos expertos suicidólogos de Iberoamérica, y me han invitado al CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE PREVENCION DEL SUICIDIO que se celebrará en Septiembre de 2007 en Paraguay, y sigo con atención la normativa del Uruguay, uno de los países con mayores tasas de suicidios. También trato con organizaciones europeas y norteamericanas que se ocupan de diversos aspectos de la suicidología, aunque los matices se pierden con el menor dominio de la lengua. No creo que haga falta explicar por qué España debería de hacer oficialmente un esfuerzo para que la representación, y sobre todo, la sensibilidad de nuestro país. Pero no puedo dejar de pensar en muchos hermanos de personalidades públicas, y en la ausencia como cruel presenecia intangible del suicida. Dije antes que nunca juzgaría a un suicida, y no los juzgo, pero sí que percibo la crueldad de su ausencia presente. Y me gustaría que nadie más la percibiera así, pero me temo que somos muchos los que la percibimos, y nadie sabe ni siquiera cómo explicar, o cómo sobrevivir, a la ausencia más cruel.

En Madrid, a 18 de febrero de 2007.

Fdo.: Ing. Miguel A. Gallardo, Criminólogo, perito judicial privado
Diplomado en Altos Estudios Internacionales, y estudioso suicidólogo
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