Suicidios y acusaciones
Por Ing. Miguel
A. Gallardo, Criminólogo,
perito judicial privado
www.cita.es Tel.: 914743809, Móvil:
619776475 (atención casi permanente), E-mail: miguel@cita.es
Mi padre me perdonará si yo revelo ahora, aquí y
así, la profunda e impotente pena, la gran trizteza, y el vivo
sentimiento de culpa que me inundó el alma
cuando uno de mis tíos me dijo que mi padre se había
intentado suicidar, que lo había intentado de verdad, con
fármacos ciertamente letales, y además, tratando de que
no se le
pudiera identificar nunca. Mi padre había decidido suicidarse
sin llevar encima
ningún documento o dato, salvo una nota de una librería
en la que se le conocía bien, que sirvió para localizar a
su amigo librero que inmediatamente llamó a mi tío
cuando, gracias a Dios o a quien lo hizo posible, se encontró a
mi padre, a muy pocos minutos de una muerte segura y deliberadamente
buscada en silencio, sin querer molestar a nadie. Mi padre
sobrevivió algunos años a su tentativa de suicidarse,
pero sufrió lo indecible agonizando durante meses con dosis
crecientes de morfina que no conseguían hacer soportable el
dolor de un cáncer en metástasis incontrolable.
También he
sufrido el chantaje por amenaza de suicidio de una de mis primeras
novias, una belleza
indomable, intratable y caprichosa con la que mantuve una intensa y
peligrosa relación sexual a mis 17 años, y que
además de
engañarme con una prueba de embarazo falsa, me amenazaba con
suicidarse si la abandonaba. Creo que ella sabía perfectamente
que ése era uno de mis flancos emocionales más
débiles, y lo supo
explotar como nadie, haciéndome sufrir en pocas horas mucho
más de lo que disfruté con ella durante casi un
año, pero marcándome para siempre como hombre muy
desconfiado hacia la instintiva, cultivada, habilísima y eficaz falsedad femenina. El contraste
de esos dos recuerdos, tan distintos y tan
profundos como dolientes e inquietantes, pasados ya más de 25
años, todavía me estresa el alma, y me amargan
entristeciéndome hasta humedecer mis ojos, porque
por una parte la tremenda y angustiosa acción decididamente
autolítica de mi padre sumido en la más triste
depresión, y por otra, la indignación y la desconfianza,
y también la rabia furiosa que reconozco no saber dominar ante
ciertas estrategias que arman la coacción de falsas suicidas, produciendo un
efecto
en mis entrañas imposible de contar con palabras, pero que ya
forma
parte de mi vida interior para siempre. No le deseo a
nadie ninguna de esas dos sensaciones, nunca, jamás, en
ningún caso.
En cada familia hay también alguna leyenda ancestral. En la
mía, mis abuelos maternos parecían traumatizados por la
historia de un tío-abuelo mío (realmente tío de
mis abuelos en un entramado familiar con muchos entrecruzamientos del
árbol genealógico de mi familia materna) que parece ser
que se suicidó al volver de jugarse mucho más de lo que
tenía en el casino de Montecarlo. Hace ya muchos años,
demasiados como para documentar nada con rigor historiográfico,
ese tío-abuelo tenía casinos en las Alpujarras, entre
Almería y Granada, y dicen que ganaba mucho dinero con esos
negocios, dinero que luego perdía en Montecarlo. Y esa historia
transmitida de generación en generación, ha marcado a
muchos de sus descendientes lejanos, y a mí me ha disuadido de
jugar en ningún casino, como no sea haciéndole facturas
(cosa que hice como consultor especializado en matemática
computacional hace ya algunos años) a un
impotante casino. Ni los accionistas, ni los empleados mejor pagados de
los casinos, se suicidan, pero sí más de un
ludópata que entra a formar parte de la leyenda de sus
descendientes como Antonio Alcántara (Inmanol Arias), el
entrañable
protagonista televisivo de "Cúentame como pasó" que ha
hecho un
profundo estudio del síndrome de Ivánovich, "El Jugador" de Fedor
Dostoievski, obra magistral de obligada referencia para comprender, y
tal vez también para superar, o simplemente para sobrevivir a
uno de los más peligrosos factores suicidógenos.
Cada ser humano tiene su propia cultura del suicidio, y yo me acabo de
desnudar para mostrar los tres temblorosos pilares de mi propia
incultura. Las
vivencias y experiencias, reales o literarias, íntimas o ajenas,
privadas o públicas, relacionadas con el suicidio, con cualquier
suicidio, y con todos y cada uno de los suicidios que nos puedan
afectar, sedimentan en nuestro subconsciente siempre con sorda tristeza
por capas sentimentales que
recubren, siempre de forma y manera muy imperfecta, nuestra
personalidad emocional con dolor, angustia y frío, ese
frío que sólo se siente cuando se piensa en la fatalidad
de la propia muerte, o en la inevitable e inminente de alguien muy, muy
querido, tanto, que daríamos nuestra vida por la suya. Nunca
juzgaré a un suicida, pero sí que acusaré sin
compasión al falso suicida. Y quien no lo comprenda, por favor,
que no siga leyendo, se lo ruego sinceramente, porque tengo pudor y
vergüenza, e incluso algo de miedo porque temo ciertas faltas de
sensibilidad.
He sido consultado profesionalmente 3 veces, en 3 casos muy distintos
entre sí, para que los familiares y amigos de 3 suicidas
pudieran comprender, que no juzgar, las razones de un suicidio. Una de ellas fue
porque el joven estudiante que se suicidó tenía, como yo,
una compleja actividad informática y telemática, y yo me
dedico a la criptología y a la ingeniería inversa que
permite reconstruir ciertas actuaciones tecnológicas. Otra se me
confió porque se sospechaba que hubo una sutil inducción
sectaria con una dieta muy sospechosa y unos escritos que mis
investigaciones en criminalística y técnicas de
atribución de autoría mediante estilemas hizo pensar a la
familia que yo podría aportarles algo más que la
policía y el juzgado. Y en la tercera, probablemente nunca
sepamos nada de nada porque así lo quería quien se
suicidó intentando que jamás se le encontrase, o que si
se le encuentra, de ninguna manera pudiera identificarse. En todos los
casos, tuve que profundizar en el análisis de factores
suicidógenos (endógenos y exógenos) de una
fenomenología angustiosa, y creo que sólo
arañé muy ligeramente la dura máscara de la
equívoca apariencia disimulada del fenómeno
autolítico. Lo que hacemos, con mejor o peor
método, es preguntar
y preguntar ¿por
qué? y ¿por qué?
Estas 5 experiencias, 2 muy personales e íntimas, y 3
profesionales sin dejar de ser también vocacionales, me han
motivado para estudiar las torpes, viejas y miopes estadísticas
oficiales de los suicidios
en España. Creo que tengo suficiente autoridad moral (estudio
fundamentos de estadística
forense y he denunciado a la
fiscalía
anticorrupción graves hechos relacionados con el
negocio estadístico
en España) para acusar al Instituto
Nacional de Estadística (INE) de hacer una lenta y sesgada
recopilación de los escasos y dudosos datos procedentes de los
boletines de suicidios que
los juzgados están obligados a cumplimentar desde hace
más de un siglo, en cumplimiento de lo
dispuesto en la Real Orden de 8 de Septiembre de 1906, hace unos
años mejorada por los acuerdos adoptados el 9 de
marzo de 1999 por el Consejo General del Poder Judicial, tendentes a
conseguir una mejor cumplimentación de los boletines de
suicidio, pero claramente
insuficientes. En febrero de 2007, cuando escribo estas líneas,
sólo están disponibles las estadísticas oficiales
hasta 2004, y tanto retraso las hace completamente inútiles para
prevenir acumulaciones por inducción mediática o por el
llamado complejo de Eróstrato, y detectar nuevas tendencias
suicidológicas. Mis acusaciones, por tanto, se dirigen al INE,
al Poder Judicial, y a todos los que miran a otro lado ante una
epidemia inmoral, quizá la más inmoral de las epidemias.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) cifra en más de
un millón los suicidios que se registran al año en los
países que estudian, mejor o peor, estos fenómenos. Y lo
hace considerando al suicidio, principalmente, como un efecto de las
enfermedades mentales, al menos en el 90% de los casos. Yo no estoy muy
seguro de que los suicidas estén enfermos. En ocasiones, son
perversos, pero no están enfermos, en el sentido que yo atribuyo
a la palabra enfermo. No es necesario estar enfermo para matar o para
matarse, y hay asesinos que son plenamente conscientes de sus
asesinatos realizados con profundas convicciones. Además, la OMS
estima que en los últimos 45 años los suicidios han
aumentado en un 60%, y que hay 20 tentativas de suicidio, por cada
suicidio consumado. Estas discutibles cifras de la OMS de pueden
obtener en http://www.who.int/mental_health/prevention/suicide/suicideprevent/en/index.html
En mis últimos dos viajes a Irlanda, en otoño de 2006,
tuve conocimiento de una iniciativa tomada por familiares de suicidas
que, ante el silencio político y médico, tratan de
explicarse y evitar los suicidios en familias que ya han registrado
alguno. Me pareció una medida inteligente y oportuna, y
seguí con atención algunas noticias y entrevistas
televisadas por la BBC realizadas a familiares y allegados, alertando
contra ciertos fármacos, entre los que se encuentran la
Fluoxetina, Sertralina, Venlafaxina, Citalopram,
Paroxetina, Escitalopram, Fluvoxamina, Duloxetina, Bupropion,
Amitriptilina y el Dothiepin de bien conocidas marcas
farmacéuticas
como Celexa,
Effexor, Lexapro, Luvox, Paxil, Prozac, Remeron, Serzone, Wellbutrin o
Zoloft por las
tendencias autolíticas que provocan, especialmente al inicio del
tratamiento o cuando se interrumpe su uso. Parece ser que los
depresivos que empiezan a tomar alguno de esos fármacos reciben
impulso suficiente para suicidarse, y otros, cuando dejan de tomar
algunos fármacos, tienen una reacción autolítica.
Lamentablemente, la medicina y la farmacología en España
es tan corrupta, porque las relaciones entre laboratorios
farmacéuticos y médicos de cualquier especialidad,
incluyendo la psiquiatría, me hace desconfiar
sistemáticamente de cualquier silencio, porque la industria
farmacéutica se gasta lo que haga falta en silenciar cuanto no
le conviene.
También me preocupa la dieta de los suicidas. En una reciente
investigación de un suicidio de una joven mujer pude examinar su
biblioteca, en la que me llamó la atención un libro
infame titulado "Tu farmacia está en tu cocina" en el que
faltaban algunos recortes. Lamentablemente, la familia no me
permitió profundizar en en el estudio de la dieta que
seguía esta suicida, pero no tengo ninguna duda de que no era
nada estimulante desde el punto de vista vital, no sólo por su
poco recomendable composición, sino porque parece como si
estuviera prescrita por una organización sectaria. Hay mucho que
estudiar, para prevenir, suicidios inducidos por sectas. Una primera
pista es la obsesión de ciertas sectas por las dietas de sus
adeptos, porque lógicamente es muy difícil captar
iniciáticamente a quien no está dispuesto a renunciar al
chocolate, los solomillos o los centollos y percebes, que benditos
sean. Las sectas suicidógenas asustan a jueces y
policías, por lo que muchas quedan en la impunidad pese a sus
inducciones suicidógenas. Y yo acuso a
quien haga falta cuando no se lleva hasta las últimas
consecuencias policiales y judiciales la investigación de un
suicidio presuntamente inducido.
Hay suicidios que alcanzan gran notoriedad. Ninguna publicación
oculta la hipótesis del presunto suicidio de Érika Ortiz
Rocasolano, hermana de la Princesa de Asturias Letizia, y todas recogen
también la información de que se encontraron cinco cartas
dirigidas a la familia. Basta buscar en GOOGLE por Erika y Suicidio
para recibir una avalancha de noticias con todo tipo de comentarios.
Pero hasta ahora nadie ha podido precisar con un mínimo rigor
los factores suicidógenos constitutivos o eventuales,
endógenos o exógenos, del presunto suicidio de una
hermana de una mujer que lo tiene todo y quizá ya no disfrute de
nada, porque si un suicidio siempre tiene un mensaje, las cartas del
suicida son voluntades diabólicas. Al menos, en mi experiencia,
las lecturas de escritos de suicidas me han dejado consternado como
ninguna otra literatura podría llegar a hacerlo de ninguna
manera. Ignorando los detalles del suicidio de la hermana de la futura
Reina de España, lo que sí que sé es que muchos
familiares, especialmente los hermanos, de personalidades relevantes,
deben de estar interpretando los hechos, y las noticias, de manera muy
distinta a los que no tenemos hermanos o son personas anónimas.
Y eso es suicidología práctica y real, que
lamentablemente no se está estudiando con suficientes reflejos
si los datos estadísticos son de hace 3 años. Tal vez
algún día pueda evaluarse el impacto social y psicosocial
que pueda haber tenido en la población, preocupantemente
emergentes en ciertos perfiles de especial riesgo suicidógeno,
la
inesperada muerte de Érika Ortiz Rocasolano.
Sé que los suicidas puede llegar a ser muy maliciosos, y
despiadadamente crueles. El pueblo de El Real de San Vicente (Toledo)
nunca olvidará el horror del suicidio de Gregorio Ramos Rubio,
más conocido como El Culebro, de 59 años, hasta hace unos
días todo un vecino modélico de la pequeña
localidad toledana, que protagonizó en la noche del viernes uno
de los parricidios más sangrientos y macabros de los
últimos años en España al matar con un hacha su
madre, a su esposa y a su hijo mayor. Después de cometer el
triple crimen, se desplazó hasta Talavera, donde residen sus dos
hijas, y las atacó con la misma herramienta, aunque no
logró su objetivo. Luego, creyéndolas muertas, se
suicidó al lanzarse desde el balcón de la vivienda. Este
estremecedor parricidio suicida, según se ha publicado en todo
tipo de medios de comunicación, ocurrió en torno a la
medianoche del viernes 16 al sábado 17 de febrero. Gregorio
cogió un hacha con el que atacó primero a su madre,
Salvadora, de 91 años, y después a su esposa Julia Castro
Illán, de 58, y a su hijo, de nombre David (algunos medios
publican que se llama Gregorio, como su padre), de 28 años en la
casa familiar situada en junto al
cementerio del pueblo. Minutos después, sobre las 00,30 horas,
según el testimonio de algunos vecinos, cogió un coche
para recorrer los 25 kilómetros que separan el pueblo de
Talavera de la Reina (Toledo), donde viven sus dos hijas, de 22 y 25
años, a las que atacó con un hacha pero no
consiguió matar pese a destrozar la cabeza de la mayor y causar
graves heridas a la menor. A continuación se tiró por la
ventana de un
noveno piso. Lo peor de un caso así es que la
desesperación que todos podemos sentir en algún momento
conecte con una frase, una idea, la más mínima
empatía hacia un asesino tan imprevisible e inquietante como lo
ha sido Gregorio
Ramos Rubio, a quien debe esperarle lo peor de lo peor, sin esperanza
alguna de perdón nunca jamás. No es necesario
ningún juicio para afirmar que se ha condenado él
sólo.
También sé que los servicios de inteligencia de todo el
mundo tratan desesperadamente de poder predecir quién
está dispuesto a suicidarse causando el mayor daño
posible. El capítulo noveno del Corán encierra muchas
claves cuyas diversas interpretaciones de las palabras del Profeta
Mahoma sobre la guerra en tres etapas: tolerancia, guerra defensiva y,
finalmente, guerra de agresión para convertir a los no creyentes
u obligarlos a pagar la jizya (v. Corán, 9:29), se esconde
místicamente las motivaciones de los suicidas que han provocado
muchos miles de muertos, fieles o infieles. En ese mismo
capítulo noveno del Corán también hay una condena
expresa Profeta, concretamente en los versículos del ciento ocho
al ciento once:
Hay quienes han erigido una mezquita
para el mal, para el rechazo a Allah, para dividir a los musulmanes y
como lugar de acecho al servicio de quienes combaten a Allah y a su
Mensajero. Juran con seguridad: “No queremos sino el bien”. Allah da fe
de que mienten. No permanezcas nunca en ella, pues verdaderamente una
mezquita cimentada sobre el Temor a Allah desde el primer día es
más digna de que permanezcas en ella. Ahí hay hombres que
aman purificarse y Allah ama a los que se purifican.
¿Quién es mejor, quien funda su edificio sobre el Temor a
Allah y su Satisfacción o quien lo cimenta al borde de una
pendiente, a punto de desplomarse, y es arrastrado por ello al Fuego de
Yahánnam? Allah no guía a los injustos. El edifico que
han construido no dejará de ser una duda en sus corazones a
menos que se rompan. Allah es Conocedor y Sabio.
En el Corán se prohibe terminantemente matarse: {no os
matéis} (an-nisaa, 29: ¡Oh
vosotros que habéis llegado a creer! No os
arrebatéis los bienes injustamente unos a otros‑-ni
siquiera mediante transacciones basadas en acuerdo mutuo y no os
matéis: pues, ciertamente, Dios es en verdad un dispensador
de gracia para vosotros). El Islam debe superar el islamismo por
sí mismo, y ese no os
matéis del Corán es la gran esperanza del violento
y cruel mundo autodestructivo de nuestros días. Y como perito
con muchas experiencias judiciales, me parece inconcebible que no haya
un profundo estudio forense sobre todos y cada uno de los suicidas que
provocaron o participaron de alguna manera en los atentados del 11-M y
que murieron en un piso de Leganés en muy extrañas
circunstancias. Tengo el máximo interés por cuanto pueda
decir la suicidología sobre lo que ocurrió en la
Estación de Atocha y en varios trenes de cercanías hace
ya casi 3 años, pero por mucho que he buscado en hemeroteca no
he encontrado nada mínimamente introspectivo sobre los suicidas
de Leganés.
Debo decir también que desde hace tiempo me he relacionado
mediante correspondencia electrónica con
muchos expertos suicidólogos de Iberoamérica, y me han
invitado al CONGRESO INTERNACIONAL SOBRE PREVENCION DEL SUICIDIO que se
celebrará en Septiembre de 2007 en Paraguay, y sigo con
atención la normativa del Uruguay, uno de los países con
mayores tasas de suicidios. También trato con organizaciones
europeas y norteamericanas que se ocupan de diversos aspectos de la
suicidología, aunque los matices se pierden con el menor dominio
de la lengua. No creo que haga
falta explicar por qué España debería de hacer
oficialmente un esfuerzo para que la representación, y sobre
todo, la sensibilidad de nuestro país. Pero no puedo dejar de
pensar en muchos hermanos de personalidades públicas, y en la
ausencia como cruel presenecia intangible del suicida. Dije antes que
nunca juzgaría a un suicida, y no los juzgo, pero sí que
percibo la crueldad de su ausencia presente. Y me gustaría que
nadie más la percibiera así, pero me temo que somos
muchos los que
la percibimos, y nadie sabe ni siquiera cómo explicar, o
cómo sobrevivir, a la ausencia más cruel.
En Madrid, a 18 de febrero de 2007.
Fdo.: Ing. Miguel
A. Gallardo, Criminólogo,
perito judicial privado
Diplomado en Altos Estudios Internacionales, y estudioso
suicidólogo
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