La calidad de las argumentaciones que
pretenden convencer de la fiabilidad de cualquier
polígrafo es
muy escasa. Desde el punto de vista de la lógica formal, cuanto
puede leerse en favor de los polígrafos es
falaz.
No es sólo que no sea riguroso, sino que su lógica es
demostrablemente incorrecta, y su supuesta fundamentación
científica es falsa. Instituciones supuestamente prestigiosas
como la National Security Agency (Agencia de Seguridad Nacional de los
EEUU en cuyo dominio
www.nsa.gov
entre más de 29.000 páginas, no hay absolutamente nada
que haga creer que en la NSA se haga el menor caso del
polygraph
que tanto, y tan interesadamente, se atribuye a la NSA), Central
Intelligence Agency o Drug Enforcement Administration (están la
CIA y la
DEA
como para infundir credibilidad en árabe, o en castellano), y
tantas universidades e institutos que no publican nada
mínimamente decente según los criterios
científicos más básicos, pero menos prestigio
aún merecen si no desautorizan a quienes utilizan su nombre para
vender productos o servicios que no sólo son falaces, sino
mendaces, es decir, que sus promotores no sólo mienten, sino que
saben perfectamente que mienten. Otra cosa es que sepan bastante bien
cómo mentir. Ése es un mérito que no pretendo
discutir aquí, pero sí lo haría, con mucho gusto,
en una prueba objetiva de
http://www.cita.es/mentiroscopia
Los mediáticos polígrafos en España, concretamente
José Antonio Fernández de Landa en Antena 3 y
Amável Sanches en Telecinco, están jugando
hábilmente con la opinión pública menos preparada,
y lo que es más preocupante aún, consiguiendo unas
audiencias desproporcionadas. Afortunadamente, sus veredictos no tienen
la menor trascendencia porque los personajes invitados no tienen
credibilidad, porque los hechos que se comentan son completamente
irrelevantes, y porque las preguntas son ridículamente
frívolas. Pero
¿qué
ocurriría si los notarios, jueces, fiscales, policías,
concejales, alcaldes, diputados y ministros tuvieran que pasar
por alguno de los polígrafos contestando preguntas
directas sobre sus patrimonios, historias personales, profesionales y
políticas, sus decisiones, o sus promesas? Tampoco
pretendo alimentar ese morbo, porque preferiría ver a quienes
tienen que garantizar la seguridad física y jurídica de
todos, y hacer cuanto puedan por nuestra prosperidad y bienestar, se
sometieran a más comisiones de investigación, y cuando
presuntamente delinquen, fueran imputados sin que su aforamiento
conllevase ningún trato de favor, sino mayor rigor en su
enjuiciamiento.
Los supuestos expertos de la poligrafía no se llevan bien entre
ellos. Se ha publicado que
el
polígrafo de Antena 3 amenaza con demandar al de Telecinco por
intrusismo profesional y competencia desleal.
¿No sería mejor que los
juzgados y tribunales se ocupen de cosas más serias, y que los
dos mediáticos polígrafos se interroguen entre sí
compidiendo cada uno por acreditarse a sí mismo y desacreditar
al otro? Es posible que se ladren, pero no se morderán en
un interrogatorio judicial considerando lo claro y determinado que es
el artículo 460 del Código Penal, sobre las
falsedades. No querrán
asustar a sus gallinas de los huevos de oro. Su espectáculo no
resistiría un enfrentamiento simétrico bien concebido, y
con suficiente inteligencia en su producción y dirección
como para evidenciar el fraude de su supuesta credibilidad. Apuesto
doble contra sencillo a que no habría un ganador, sino
sólo dos perdedores.
El estudio riguroso de la credibilidad del testimonio oral empieza, o
debería de empezar (el más sabio conocimiento es,
precisamente, el de quien sabe con certeza que no todo es cognoscible),
por reconocer sus propias limitaciones. Las limitaciones objetivas del
polígrafo son mucho
mayores que las del peligrosísimo
suero de la verdad (aunque se haya mejorado el efecto
psicotrópico de controvertidos principios activos como el
pentotal sódico) pero aún así, ni las drogas con
perversas torturas de la máxima eficacia pueden obtener algunas
verdades, ni detectar muchas mentiras. En rigor, los porcentajes de
fallos y aciertos que se obtienen en pruebas objetivas son muy
decepcionantes. Incluso con el más sofisticado de los
entrenamientos, y el mejor instrumental, los auténticos expertos
en el análisis del
testimonio
oral sólo pueden mejorar en un muy pequeño
porcentaje de aciertos lo que los familiares y amigos pueden descubrir
en quien nos hace dudar de su credibilidad. El problema está en
la relevancia de las preguntas y en el procedimiento de
verificación de las respuestas, pero se han hecho experimentos
con cierto rigor científico, y los resultados son claros: en
ningún tipo de ensayo ecuánime hay grandes diferencias
estadísticas entre los resultados de los que presumen de ser
grandes expertos en
mentirología
y los que consiguen en las mismas condiciones otras personas
anónimas con cultura, formación, responsabilidad y
sentido común en la media de la sociedad.
La pregunta obligada es
¿quién
miente más, si el acusado por mentir, o el acusador del acusado
de mentir? En mi opinión, la mayor mendacidad es la de
quien miente acusando a sabiendas de que su acusado dice la verdad. Es
decir, que no se trata sólo de poder probar si algo es
falso o es cierto, sino
de probar también que se sabe que algo es exactamente lo
contrario de lo que se dice que es. La diferencia entre creer y saber
es muy importante. Las opiniones no son, porque no pueden ser, ciertas
o falsas. Incluso cuando decimos que creemos que algo es muy probable
no mentimos si pensamos que no es tan probable como decimos, porque
toda probabilidad, y toda ponderación o interpretación de
una probabilidad, es una estimación que, como tal, no es, porque
no puede ser, ni cierta, ni falsa. Tampoco es posible evaluar
objetivamente ideas y creencias, como bien sabe quien tenga unas
mínimas nociones de filosofía del lenguaje y haya
leído unas páginas del Tractatus Logico-Filosófico
de Ludwig Wittgenstein cuyas proposiciones no son ciertas o
falsas, sino más o menos
comprensibles o incomprensibles para quien las lee.
Sin embargo, las preguntas y respuestas dicotómicas son, por
definición, ciertas o
falsas,
por directa aplicación del principio del tercio excluso. No se
puede estar un poco embarazada. O la mujer está embarazada, o no
está embarazada. Y casi todas las mujeres que sí lo
están, lo saben muy bien, positivamente, y en poco tiempo.
Ningún
polígrafo
podría detectar qué mujer
miente haciéndose pasar por embarazada sabiendo que no lo
está, diferenciando sus respuestas, ritmos cardíacos,
presión arterial, respiración o sudor de las que
realmente lo están, ni por contraposición podría
detectar a las que estando embarazadas de pocos meses, pretenden
disimularlo. Y ahora que casi todas las embarazadas conocen el sexo del
feto también puede plantearse una prueba objetiva sobre cuando
mienten o no. Si algún
polígrafo
presume de acertar en
más de un 90% de los casos, la probabilidad de que haya hecho
trampas es tan grande, que tendrá más mérito como
detective o mago mentalista que como experto en veracidades y
mendacidades. Se me ocurren otras pruebas, algunas realmente ingeniosas
y espectaculares, en las celdas de alguna famosa institución
penitenciaria, pero prefiero desafiar a los polígrafos a que se
desafíen entre sí, e invitar al lector inteligente a
dudar de lo que con tanta pomposidad peudocientífica se le
está vendiendo. No debe comprarlo. Y si se lo regalan, debe de
tener cuidado. Probablemente haya segundas intenciones. No se
fíe. Hay muchos supuestos expertos en pseudociencias, como la
grafología y
fonografía,
la
identificación de
voces en
escuchas
telefónicas y la
mentiroscopia
forense, que no saben (no sabemos) nada, pero quieren (queremos)
aprenderlo todo de los más incautos. Contráteme a
mí si lo duda y se lo demostraré mediante la
clásica paradoja griega del mentiroso que confesaba estar
mintiendo. También acepto entrevistas en
televisiones como la
emitida por
Sexto
Sentido de La Sexta que puede verse en
http://www.youtube.com/watch?v=gKMDVBfEWy8