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Si se cita este trabajo, se agradecerá la mención y el enlace a http://www.cita.es/imputado

El Imputado Inocente Indefenso
o el síndrome forense de Sócrates
La más indeseable judicialización de la INTELIGENCIA
por Miguel Ángel Gallardo Ortiz, Ingeniero, Criminólogo y estudiante de Filosofía
en www.cita.es Apartado Postal 17.083-28080 Madrid, E-mail: miguel@cita.es
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Nota: Este texto ha sido corregido y comentado por varios profesores de Filosofía, y en especial, por un reconocido experto en Historia de la Filosofía Antigua, a quien debo agradecer lo mejor de lo que sigue, siendo yo el único responsable de lo peor, y de lo omitido.

De la misma manera que los secuestradores inducen el síndrome de Estocolmo en los secuestrados, los acusadores pueden inducir algún otro tipo de síndrome en el acusado antes, durante y después del juicio. Se trata de un fenómeno complejo, que siempre afecta a varios sujetos (y es también sensiblemente influido y alterado por los mismos sujetos a los que afecta, y posiblemente es deliberada y perversamente inducido por otros más inmunes y menos abnegados), así como a distintas categorías de objetos y a diversas normas contradictorias entre sí, en una dinámica de las relaciones que no parece haberse superado, inteligente y civilizadamente (la inteligencia no siempre es civilizada), en los últimos 2.400 años. La corriente nos llevará en el cauce de este texto, de los DIÁLOGOS de Platón, a ciertas intrusiones, conocimientos e ignorancias del CESID, ahora CNI (Centro Nacional de Inteligencia), que no son esencialmente diferentes de lo que se da en otros servicios secretos.

Es inverosímil que el ser humano contemporáneo pueda llegar a su madurez sin haberse sentido alguna vez víctima de la injusticia, sea o no fundada esa sensación, pero lo cierto es que es una sensación inevitable en algún momento. Tampoco es frecuente, ni probablemente deba creerse ingenuamente que hoy en día puedan ejercerse altas responsabilidades durante mucho tiempo sin haber sido lastrado, presionado o difamado por acusaciones más o menos fundadas, maliciosamente injustas, e incluso es relativamente frecuente para políticos, funcionarios, empresarios y profesionales de cualquier actividad y clase, el haber tenido que comparecer alguna vez como imputado en un juzgado de instrucción por denuncias interesadamente falsas hasta la mendacidad más deleznable, y solicitando obstinadamente una pena muy desproporcionada. En esos casos, y en esos momentos, ni siquiera resulta fácil razonar con claridad íntimamente, y menos aún argumentar eficazmente, porque la acusación, por sí misma, altera el equilibrio y el entendimiento hasta el punto de hacer prácticamente imposible la defensa eficaz porque la lógica de las pruebas objetivamente no siempre es eficaz, e incluso puede perjudicar más aún al imputado surtiendo efectos judiciales contraproducentes sean cuales fueren los testimonios, documentos y pericias que se pretende utilizar como pruebas de descargo para ser exculpado. Éste que se señala es un drama que han vivido, viven y probablemente seguirán viviendo muchos "grandes incriminados".

Hay un perverso efecto judicial, pero también social y psicológico, que hace parecer más culpable aún al que se defiende bien, pero no sólo es injusto, sino que resulta ser tremendamente maligno, el sospechar más de quien se defiende bien, sólo porque se defienda bien, como si la única prueba moral de la inocencia fuera la torpeza. Pues bien, afortunadamente se puede ser, tanto dentro del procedimiento judicial, como en el entorno personal o social y ante la opinión pública, muy hábil, brillante, inteligente, elegantemente culto y plenamente exitoso también cuando se hace frente a una acusación falsa o infundada presentada con más o menos malicia. Y también se puede ser mentiroso, zafio, malicioso y maligno acusando, y conseguir la condena del acusado, lamentablemente. Pero lo genial, lo sublime, y lo mejor para el imputado inocente al que se ha dejado casi indefenso, es hacer lo justo y exactamente suficiente, en el momento preciso, para salir limpiamente fortalecido del trance, mucho más allá del judicial sobreseimiento y archivo de la denuncia.

Desde esta perspectiva, y tratando de respetar todos los derechos tanto de la acusación, como especialmente del imputado, resulta interesante distanciarse por decidida elevación intelectual y abstraer las propias sensaciones y los argumentos que cada uno puede haber utilizado para su defensa, remontándonos a la que posiblemente sea la primera gran acusación "filosóficamente injusta" con la peor de las condenas posibles de la que tenemos testimonios históricos detallados, nada menos que por su discípulo, y ante la cual, el maestro Sócrates, como bien sabemos por los diálogos de Platón, se defiende de un modo que puede recordar de alguna manera otros casos bastante más próximos y recientes.

Citemos la acusación jurada a la que tuvo que enfrentarse el filósofo: "Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros " (PLATÓN, DIÁLOGOS, Tomo I, APOLOGÍA DE SÓCRATES, 19 b-c, Traducción de J. Calonge, Biblioteca Básica Gredos, 2000, pág. 16, pasaje que se incluye completo al final de este texto). Y recordemos también cómo empieza Sócrates su defensa (o.c. 17 a-b, pág. 13), así: "No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores. Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza, aquella en la que decían que teníais que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto, no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con la realidad cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad. Pues si eso dicen, yo estaría de acuerdo en que soy orador, pero no al modo de ellos. En efecto, como digo, éstos han dicho poco o nada verdadero..."

Parece que Sócrates tiene mucha razón, y en cualquier caso, parece también que sus acusadores no la tienen, ni pueden tenerla, porque en ningún caso ni bajo ninguna ley puede ser delito lo que Sócrates hizo, sino más bien justo lo contrario. Pero lo cierto es que él es condenado a morir, y que incluso acaba aceptando su fatal destino. Ése es el peligro, porque no fue ni el primer ni será el último pensador acusado de un delito que no lo es, en un proceso en el que queda indefenso (recordemos a Anaxágoras, que tuvo que exiliarse en época de Pericles por interpretar correctamente lo que era un meteoritio, y mucho después, a Galileo Galilei, que tras desdecirse de sus correctas teorías astronómicas, tuvo que desdecirse, posiblemente aconsejado por su sensata hija, ante la iglesia y la no tan santa inquisición, pero concluyendo con su genial frase ¡Y sin embargo, se mueve!, que parece ser que él dijo literalmente como "Eppure si muove" en voz medidamente baja), pero sí que Sócrates parece que es el primer gran filósofo a quien su coherencia le costó la vida. La abnegación filosófica y su capacidad para sufrir en su persona el castigo que sus ideas y sus inquietudes no merecían, puede que haya sido la peor de todas las enseñanzas del gran maestro de Platón.

Personalmente, han sido las inquietudes criminológicas las que me han movido a buscar causas de causas hasta la última causa a la que se dedica la filosofía, en estos momentos como modestísimo y muy humilde estudiante de primer curso, pero tengo una extraña sensación al ir conociendo los antecedentes, las circunstancias de la acusación, condena y muerte de Sócrates y sus consecuencias históricas, porque en mi opinión, tal vez el idealismo platónico y la lucidez del sacrificado protagonista impida ver las claves criminológicas de tan histórico caso. Si he que volver a recordar aquí lo estudiado en la criminología para analizar la de la Apología de Sócrates al Fedón en los DIÁLOGOS, veo con claridad que hay que simplificar los clásicos elementos de la criminología básica: el delito, el delincuente, la víctima y el escenario del crimen. Intentemos perfilar lo que es, y lo que no es, lo que queremos definir aquí como el síndrome forense de Sócrates.

El "presunto" delito de Sócrates

"Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros ". O lo que es lo mismo, se criminaliza la curiosidad y el talento para romper misterios, lo que no puede dejar de ser el mayor de los méritos del filósofo, y lo que más admirable resulta en él. ¿Cuántas veces ha ocurrido algo así desde entonces? No hace mucho, Nelson Mandela aceptó mantener una conversación con el fiscal que le había acusado de algo parecido. Han trascendido algunos detalles de la conversación que evidencian el arrepentimiento del fiscal que alegó haber hecho sólo el trabajo que le habían encargado, y la magnanimidad del líder que sin poder olvidar, perdona. Pero lo cierto es que pocas cosas impiden realmente que algo así vuelva a ocurrir, porque son muchos los políticos, y los funcionarios que sólo hacen el trabajo que se les encarga, para impedir, disuadir y reprimir el deseo de conocer más allá de lo que ellos mismos consideren apropiado en cada momento.

No habiendo un esencialmente delito, pero sí implacable acusación, lo que hay ciertamente es una denuncia falsa y/o delito simulado, y en cualquier caso, una calumnia. Siempre hay un claro dilema jurídico consecuente cuando se formula una acusación, porque si no hay delito, el que acusa comete una calumnia, y por lo tanto, desde el mismo momento en el que se acusa, algún delito sí que hay, indefectiblemente. La pura lógica es muy clara en este punto, pero la administración de justicia, desde tiempos inmemoriales, mira a otro lado como si temiera perder clientela disuadiendo al acusador de formular más acusaciones inciertas en el futuro. El escenario, en el sentido más amplio y abstracto, está conceptualmente relacionado con el de delito, porque criminológicamente analizado el "presunto" delito de Sócrates lo es, y sólo lo es, en ciertos escenarios. Lo permanentemente preocupante es que los fundamentalismos de cualquier índole sigan configurando escenarios, en el espacio y en el tiempo, en los que pueda ser considerado como un delito "el filosofar".

La Historia demuestra que no bastan frases proféticas o apodícticas, sin duda bien intencionadas, como "el que esté libre de pecado que tire la primera piedra" o "no juzguéis y no seréis juzgados ", porque la solución que proponen, o mejor dicho, donde no proponen solución, es precisamente en el caso que nos ocupa, cuando ya se ha formalizado la acusación y parece imposible que el acusador se desdiga o la retire. Todo niño, seguro que también Meleto cuando fue niño, ha investigado lo que sus padres no querían que investigase, y ése es precisamente el llamado "pecado original", representado por la prohibida manzana fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Además, la causa del problema no está tanto en el juez, como en el acusador. Una introspección en la conciencia de Meleto puede resultar tan difícil como indagar en los pensamientos más íntimos de algunos fiscales poco sanos, crípticos y herméticos más que ningún otro profesional del derecho. Son los peores fiscales y los querulantes entusiastas cazadores de brujas los que envenenan o queman a los filósofos y a los científicos, y sólo analizándoles profundamente puede encontrarse el antídoto para la cicuta que administran perversamente con sus acusaciones contra el que "se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros".

Más que una opinión, lo que tengo es una dolida crítica hacia Sócrates (sí, yo me atrevo a criticarle así y pienso que somos muchos los lectores de Platón los que tenemos una sensación agridulce, como si nos hubiera decepcionado un maestro), porque sea cualfuere la consideración que tengamos hacia su actitud, y no sólo por lo poco que hizo en su propia defensa, sino sobre todo, por lo que hubiera podido hacer y no hizo, lo que la humanidad no puede perdonar, y yo al menos no perdono a quien dignificó la filosofía, es haber dado vida a una forma de reprimirla, porque de no haber tenido tanto éxito acusador Meleto, posiblemente las ideas, o mejor dicho, la falta de buenas ideas de Torquemada y Robespierre, pero también Hitler, Stalin y Roosevelt, hubieran costado menos vidas. El éxito de Meleto es, por mucho que admiremos la dignidad y la entereza ante la adversidad, el fracaso de cuanto Sócrates defendía, y es también la esperanza de mucho acusador de filósofos que sigue naciendo, reproduciéndose y muriendo sin que se sepa lo suficiente como para neutralizarlos antes de que sea demasiado tarde.

No defenderse bien no es un delito, pero sí que es una gran decepción para los admiradores de un maestro ver cómo pudiendo salvarse, decide resignarse a cumplir la pena con dignidad. Por eso, la condena que me he atrevido a proponer para Sócrates se entiende con la acusación de haber podido ilustrarnos también sobre cómo sobrevivir a los riesgos de no ser comprendidos, porque además de habernos enseñado algo muy importante, hasta el mismo Meleto habría sido algo mejor antes.

Tampoco podemos cargar sobre Meleto toda la responsabilidad de la acusación, condena y (auto)ejecución de Sócrates, porque son las leyes las que permiten que las aberraciones más injustas ocurran. Sería necesario estudiar las leyes de Atenas, tanto sobre los delitos de impiedad, como sobre los procedimientos para enjuiciarla, para comprender profundamente cómo se reparten la culpa Meleto, y la ciudad que vio nacer la democracia, y morir a Sócrates.

Afortunadamente, la Constitución Española, en su Artículo 16, dice:

1. Se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.

2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología, religión o creencias.

3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones.


Pero conviene no olvidar nunca que, para cultivar la Filosofía y proteger a los que se aventuran en su busca, no basta con intentar neutralizar a los Meletos de nuestros días, zafios acusadores de muchos filósofos incluso desde medios de comunicación masiva, sino que también hay que impedir que se promulguen leyes que imposibilitan la libertad ideológica o filosófica, incluso por muy pequeños detalles. El diablo se esconde, precisamente, en los pequeños resquicios que dejan al mal muchas leyes. No es difícil encontrar graves contradicciones y perversiones en viejas leyes españolas, todavía vigentes y con gran importancia para el ejercicio de derechos y libertades fundamentales, que se encuentran en clara y grave contradicción con el espíritu y la letra de la Constitución Española. No sólo pongo un ejemplo, sino que analizo la parte que más me ocupa y preocupa de la Ley de Enjuiciamiento Criminal de 1882, en la parte que se dedica, en mi opinión de forma torpe, obtusa y fosilizada, en el derecho a la prueba, y a la interpretación pericial de las pruebas, según comento de manera muy crítica en la página http://www.cita.es/criminalista

Aún antes de que Sócrates inspirase a Platón y a Aristóteles, Parménides ya hizo pensar en la necesidad del ser, y en la imposibilidad del no ser. El poema de Parménides tiene elementos y perspectivas que permiten distinguir planteamientos de prueba positivos, sobre lo que es, o lo que fue, de los negativos, sobre lo que no es, o lo que no fue, porque es lícito proponer probar lo que es, o lo que fue, pero es diabólico forzar la prueba de lo que no se es, como pretendía la Inquisición con las brujas, que tenían que probar que no lo eran, de la misma manera que Sócrates tuvo que intentar probar, entre otras cosas, que no era impío y que no corrompía a los jóvenes.

Estoy convencido de que, en ciertas circunstancias, el espíritu de Sócrates, de ser consultado como perito judicial en España, hubiera podido ser acusado de lo que la Ley de Enjuiciamiento Criminal, y la interpretación que de ella hacen algunos jueces instructores y fiscales, como desobediencia. Esperamos poder defendernos mejor de lo que él lo hizo, sin tener que "pensar obedientemente". Y es muy lamentable que no haya un poco más de filosofía, de ésa a la que Aristóteles llamó filosofía primera, u Ontología Fundamental, o lo que más tarde el orden casual de sus libros acabó haciendo que se llamase Metafísica, al menos, en la pericia judicial en instrucción penal, como se pretende proponer en http://www.cita.es/criminalista

La prueba diabólica de hechos negativos, es decir, la demostración de que lo que no es, ciertamente no es, deja en indefensión al acusado, y debe ser rechazada, y denunciada, por todo jurista o perito que merezca el título de tal.

De la misma manera que entiendo que hace falta más filosofía en la criminología, también percibo que hace falta una perspectiva criminológica para ser crítico con los peores efectos que tuvo la condena y muerte por (auto)ejecución de Sócrates, por su trascendencia histórica.

Relaciones entre Meleto acusador y Sócrates acusado

Entre Sócrates y Meleto hay una compleja relación acusado-acusador y víctima delincuente, aunque el supuesto delito esté más relacionado con la falsedad y simulación judicial, que con el dolo o la mera culpa de Sócrates. La moderna victimología investiga estas relaciones, y en este caso, la personalidad, intenciones y circunstancias de Meleto son muy relevantes. En Eutifrón (final de 2-b, pág. 86 de nuestra edición de Gredos, 2000), Sócrates desprecia ninguneando a su acusador cuando se le pregunta ¿Quién es ese hombre ? respondiendo "No lo conozco bien yo mismo, Eutifrón, pues parece que es joven y poco conocido. Según creo, se llama Meleto y es del demo de Piteo, por si conoces a un Meleto de Piteo, de pelos largos, poca barba y nariz aguileña". Respecto a la acusación, Sócrates dice (Eutifrón 2-c): "Me parece que es de altas aspiraciones. En efecto, no es poca cosa que un hombre joven comprenda un asunto de tanta importancia. Según dice, él sabe de qué modo se corrompe a los jóvenes y quienes los corrompen. Es probable que sea algún sabio que, habiendo observado mi ignorancia, viene a acusarme ante la ciudad, como ante una madre, de corromper a los de su edad. Me parece que es el único de los políticos que empieza como es debido: pues es sensato preocuparse en primer lugar de que los jóvenes sean lo mejor posible, del mismo modo que el buen agricultor se preocupa, naturalmente en primer lugar, de las plantas nuevas y, luego, de las otras. Quizá así también Meleto nos elimina primero a nosotros, los que destruimos los brotes de la juventud, según él dice. Después de esto, es evidente que se ocupará de los de mi edad y será el causante de los mayores bienes para la ciudad, según es presumible que suceda, cuando parte de tan buenos principios". Muy curiosa manera de hablar de su acusador Meleto, pero eso es lo que parece que le dijo Sócrates a Eutifron.

La relación entre acusador y acusado es, en cierta forma y a los efectos de este análisis criminológico, tan compleja o incluso más enrevesada de lo que pueda serlo la del delincuente con las llamadas "víctimas cómplices". Por mucha admiración que se tenga por Sócrates, hay que reconocer que dialécticamente es un gran provocador, el Gran Provocador Filosófico, diría yo, y que el desprecio hacia el acusador no es la mejor manera de hacer frente a una acusación formal. El acusador injusto está preparado para el odio, e incluso para la derrota, pero no para el ridículo, ni para el desprecio, porque cuando se siente ninguneado, malévolamente afila, carga y esgrime más aún las acusaciones hasta encontrar algún punto débil en el acusado.

Más allá de la irónica provocación, no parece que se haya encontrado, ni siquiera constan inteligentes búsquedas de los puntos débiles de Meleto, y no sólo de sus características, cincunstancias e intenciones personales, sino de ese pequeño o gran Meleto que todos llevamos dentro. Esa introspección en uno mismo es la que más ayuda a enfrentarse al Meleto que casi cada día puede denunciarnos, porque esa malicia está en cada uno de nosotros, y es la que nos puede dar la fórmula para impedir que alguien pida la pena de muerte sólo por filosofar. Eso es lo que he intentado en http://www.cita.es/denuncias/falsas

La querulancia y el delirio pleitista son males universales. El querulante es un ser maligno capaz de cualquier cosa que sirva para sus siempre interesados propósitos inquisitoriales, mientras que el delirante es un peligroso chiflado que pretende hacer de la denuncia una redención que en ningún caso merece. Ambos suelen sufrir y hacer sufrir el síndrome de Drácula, porque la acusación en gran medida se aprende, y se aprende mucho más como acusado que como acusador, siendo frecuente que los peores denunciantes y querellantes han sido denunciados o querellados antes en una especie de contagio al que se resistió Sócrates toda su bastante larga vida, pero al que sucumbió el joven Meleto.

Sería interesante conocer la vejez y los últimos pensamientos de Meleto sobre su hazaña, porque no sólo Platón debió de recordar el mal que había hecho acusando a quien no debía para condenarle a muerte por lo que no era ni podía ser un delito tan grave en Atenas, porque si bien existían leyes religiosas, la impiedad no era ni podía ser castigada con una pena tan desproporcionada. Tal vez, la experiencia singular de Meleto tenga un valor histórico mucho más ejemplarizador que la muerte de Sócrates, porque al fin y al cabo la humanidad con Sócrates aprendió a estar dispuesto a morir, y no estaría nada mal que con Meleto, la humanidad hubiera aprendido a aprender para no cometer dos veces el mismo error.

El escenario (de la acusación). Procedimiento, sentencia y ejecución de la condena de Sócrates

A la luz de la Historia, es evidente que Meleto encontró un punto muy débil en Sócrates, pero es también notorio que Sócrates parecía acorralado entre varios muros que le resultaron éticamente infranqueables. En los DIÁLOGOS parece como si Sócrates no hubiera tenido otra opción que humillarse y echar a perder la imagen de rectitud moral cuyo ejemplo era la propia vida, y es ahí donde la acusación pudo acorralar al acusado. ¿Existía alguna forma de mantener la dignidad de Sócrates? Estoy seguro de que sí, con independencia de lo injusto que fuera el procedimiento por el que fue juzgado, pero también estoy seguro de que Sócrates tuvo otros motivos, quizá no todos tan intencionadamente dignos, para no aceptarla, o no buscar suficientemente esa tercera vía que aquí se quiere ver, y más aún para provocar la desproporcionada condena a muerte, porque parece ser que el procedimiento ateniense le hubiera permitido proponer el exilio, y antes que dejar su cadáver sin alma hubiera sido un muy digno exiliado con ella, y eso hubiera supuesto un cambio de escenario. Es posible, y en culquier caso deseable, que haya alguna opción más, algún pasillo, entre la incoherencia indigna y la cicuta mortal. Pero Sócrates decidió lo que decidió, y tuvo, tiene y tendrá las consecuencias que tuvo, sigue teniendo y presumiblemente seguirá teniendo su muerte.

Desde una perspectiva criminológica, el principal elemento para configurar un escenario de las características del que nos ocupa y preocupa, es el marco legal. Por una parte, el código penal define lo que es delito, y por lo que no se define se deduce lo que no lo es. Por otra, el derecho procesal penal para el enjuiciamiento del presunto criminal determina lo que está permitido tanto al acusador, como al acusado. Tanto los códigos penales como los procedimientos pueden y deben ser comparados a lo largo de la historia o durante su vigencia y en los distintos lugares geográficos o ámbitos de cada jurisdicción. El derecho comparado da muchas perspectivas para comprender mejor lo que pretendemos señalar como síndrome forense de Sócrates, porque el derecho a filosofar es más un problema legal que filosófico, y tiene que ser definitivamente resuelto por juristas y legisladores para que no sea causa de represión, sufrimiento, o incluso de muerte para los filósofos, en cualquier momento y lugar.

Evidentemente, hay muchas legislaciones y prácticas en momentos y lugares mucho más injustos, si es que se puede admitir la comparación, que los que contemplaron a Sócrates acusado por Meleto, empezando por considerar peores todos aquellos en los que puede darse la ejecución sumaria, o menores derechos a la defensa. Lo que más llama la atención es que sea en Atenas en donde pudo acabar siendo condenado a muerte Sócrates de la manera en que lo fue. Ni los versos satánicos de Salman Rushdie en Irán, ni las bromas periodísticas con la memoria de Mahoma sobre su presumible gusto por la belleza de las misses que iban a concursar por la corona de Miss Universo en Nigeria (si se considera sólo que quienes las escribieron y publicaron siguen vivos a pesar de que hayan muerto cientos de personas en manifestaciones y protestas), han terminado tan mal como Sócrates en Atenas, el principal protagonista muriendo ejecutado en la cuna de la filosofía.

El derecho penal comparado me trasciende con mucho, pero el derecho procesal penal, es decir, el estudio de las leyes de enjuiciamiento criminal de diversos países, especialmente en lo que podemos denominar como "derecho a la prueba" y más concretamente, el derecho pericial en criminalística, sí que me interesa hasta donde se pueda conocer, como queda bien claro en la página http://www.cita.es/criminalista

La dignidad de Sócrates en el Fedón, en coherencia con sus convicciones sobre la inmortalidad del alma, le llevan a evitar a las mujeres tener que lavar su cadáver cuidando él mismo su higiene bañándose antes de morir. Pero beber la cicuta él mismo, como se dice que lo hizo, puede ser considerado como un principio autolítico, origen de algunas ideas suicidas que puedan haber llegado alguna vez a más jóvenes y menos filósofos de lo que se supone a Sócrates. Tal vez hubiera, junto a la dignidad y la coherencia, un poco de pereza, resignación y fatalismo perfectamente comprensible en un hombre de 80 años, por muy sabio que fuera, y esa pereza, o la resignación fatal, no es, no puede ser, imitable por ninguno de los que admiramos a Sócrates. Nunca, en ningún caso, ni bajo ningún concepto.

La judicialización de la Inteligencia

Muchos juristas y legisladores se han ocupado del control de los servicios de inteligencia, es decir, de lo que vulgarmente se entiende como espionaje gubernamental, enfocando sus cautelas y medidas hacia el mayor o menor derecho a la intrusión para obtener ilícitamente información de manera excepcionalmente legitimada. Pero pocos han llegado, más allá de las prohibiciones y excepciones sobre los procedimientos para conseguir la información, a la definición y protección del derecho a conocer, e incluso a conocer a quien conoce, y lo que conoce.

No es lo mismo información que inteligencia, ni conocimiento que reconocimiento. Pero lo que se ha puesto en cuestión desde tiempos de Sócrates, y probablemente aún antes, es el derecho a todo ello. La información es poder. Un poder que sólo puede ser ejercido sobre quienes no la tienen. Eso sí que lo tienen en común información, inteligencia, conocimiento y reconocimiento, y también lo tienen en común todos los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial, pero también la prensa, la banca, el clero, los sindicatos con la actual nobleza o burguesía, y cuantos otros poderes puedan ser concebibles, y bien informados). Y no perdamos de vista al Ejército, porque la clase militar no ha permitido todavía la completa desmilitarización (Miguel de Unamuno decía que es mucho más fácil militarizar a un civil que civilizar a un militar) de la inteligencia oficial.

Lo implanteable que resulta conocer lo que conoce el que puede conocer más que nosotros por los privilegios legales que tienen algunos funcionarios, militares o no, en los servicios de inteligencia, hace que algunos periodistas, jueces y fiscales, emulen a Meleto acusando de algo parecido a "investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros ". El límite legal del derecho a conocer, aunque tenga que ser rompiendo misterios, es el derecho al secreto. Estos dos derechos son contrarios o contradictorios (las clásicas lógicas de Aristóteles y de Santo Tomás distinguen bien entre lo contrario y lo contradictorio por lo universal, particular o cruzado que pueda ser su enfrentamiento). La intimidad no es un misterio, pero sí que es un derecho. Y no es lo mismo, ni filosófica ni jurídicamente, el secreto de los reyes magos, que el de un ministro, o un subsecretario, o los de los militares. También hay misterios religiosos, muy distintos del secreto de confesión, y de cada confesión, concretamente..

Recuerdo el lema de una Escuela Nacional de Inteligencia que dice en su escudo "De omni re scibili" (sobre todo lo que puede conocerse), y también recuerdo algunas consideraciones legales sobre el excepcional derecho a la intrusión, con todas las garantías e incluso posibles compensaciones, pero no recuerdo ninguna referencia al derecho a conocer más universal, tanto de los particulares, como de los funcionarios dedicados, precisamente, a conocer. También recuerdo una frase de alguien oficialmente inteligente que sentenciaba "la judicialización de la inteligencia es el fracaso de la inteligencia misma". Si es así, yo espero y deseo algunos fracasos muy inteligentes, pero también espero y deseo que la filosofía siempre sobreviva a cualquier fracaso. Derecho a conocer, y derecho a ocultar suelen afectar a la propiedad intelectual o industrial particular, y al interés general. La fórmula de la Coca Cola no tiene la trascendencia del código fuente del sistema operativo Windows, y no parece admisible que pueda ser perseguible penalmente, con detención policial, el que se descubra un mecanismo para proteger los intereses que la industria cinematográfica tiene en la confidencialidad de ciertas líneas de código informático del sistema DVD, y sin embargo, en un país aparentemente tan civilizado como Noruega, eso ya ha ocurrido hace poco tiempo.

El siempre difícil equilibrio entre poderes se manifiesta en los límites de la inteligencia, y también de la contrainteligencia, en mi opinión, merece algo más del noble espíritu de Sócrates, o del gran Robert Houdin (para comprender esta cita recomiendo ejecutar detenidamente la mágica presentación de PowerPoint en http://www.cita.es/mago.pps y leer el breve diálogo en http://www.cita.es/textos/mago.htm ), que del pérfido Meleto o de la bella Matahari. La Ley Orgánica 2/2002, reguladora del control judicial previo del Centro Nacional de Inteligencia (en la que puede leerse poco más de una página sobre la  legalización de la intrusión excepcional que "constituya una medida que, en una sociedad democrática, sea necesaria para la seguridad nacional, la seguridad pública, el bienestar económico del país, la defensa del orden y la prevención del delito, la protección de la salud o de la moral, o la protección de los derechos y libertades de los demás")  y la Ley 11/2002, reguladora del Centro Nacional de Inteligencia (en cuya pomposa exposición de motivos puede leerse que "la sociedad española demanda unos servicios de inteligencia eficaces, especializados y modernos, capaces de afrontar los nuevos retos del actual escenario nacional e internacional, regidos por los principios de control y pleno sometimiento al ordenamiento jurídico"). Hasta hace bien poco, la regulación del Centro Superior de Información de la Defensa (CESID) estaba contenida en una pluralidad de disposiciones, ninguna de ella de rango legal, y muy contraria al espíritu, y en ciertos casos y normas a la misma letra de la Constitución Española. Pero Meleto todavía tiene un amplio margen para actuar en España.

Lo que yo me pregunto, y como creo que hizo Sócrates durante toda su vida, y no puedo dejar ni de preguntarme, ni de preguntar, por peligroso y caro que me resulte, es, precisamente, qué es lo que no se me permite conocer. Y como no lo conozco, obviamente no puedo preguntármelo exactamente, y son muy pocos los que realmente entienden mis inexactas preguntas, pero como estudio aplicadamente la Metafísica de Aristóteles y Ontología Fundamental con Platón, voy encontrando algunas abstracciones que me permiten enfocar mejor mi luz más precisamente hacia lo que todavía desconozco, pero sé que sí me gustaría conocer aunque no sepa exactamente cómo puedo llegar a conocer eso que no conozco. Por ejemplo, lo que a mí más me gustaría conocer de todo lo que hablan y escriben los oficiales, todos los oficiales de inteligencia españoles, es lo que de alguna manera, por sutil que sea, llega a un fiscal, a cualquiera de los oficiales de inteligencia españoles, como creo que hubiera debido analizarse más y mejor lo que conocía, y mucho más aún lo que debería haber conocido pero no conocía Meleto. Porque lamentablemente, hay demasiados fiscales en España que tienen mucho más de Meleto, que de Sócrates, capaces de acusar por lo que no entienden, ni quieren entender.

La historia del CESID, y los pronósticos para las próximas responsabilidades y actividades del CNI en su relación con la Fiscalía (el no siempre bien llamado Ministerio Público) en general, y con ciertos fiscales en particular, recomiendan tener muy presente la acusación de Meleto, y sobre todo, aprender a mejorar la defensa de Sócrates, tanto para permitir conocer, como para impedir que un secreto se conozca, sin que se tenga que morir ni por lo uno, ni por lo otro. Porque si se ha leído todo lo anterior, ya se ha de comprender muy bien que la muerte de Sócrates, lamentablemente, tiene mucho futuro para cierta parte de la inteligencia oficial, pero afortunadamente, también para alguno de sus mejores objetivos. Al tiempo.

Citas literales como documentación de referencia sobre Sócrates:

Uno de los textos más fáciles de leer sobre la "Historia de la Filosofía Griega", en mi modesta opinión, son los dos pequeños volúmenes con el mismo título de Luciano De Crescenzo, Editorial Seix Barral, 1987. Sin entrar a valorar su rigor historiográfico, lo que sí que resulta notorio es su valor divulgativo, un poco al estilo de las ficciones históricas de Isaac Asimov. Además, disponemos del texto en formato electrónico gracias a la amabilidad que suponemos por haber escaneado y ofrecido "El Rincón de Sócrates", en la página http://www.vianetworks.es/empresas/lua911/html/rincon.html

Advertencia: Hay faltas de puntuación y ortográficas o aparentemente de tecleado que posiblemente se deban al reconocimiento óptico de caracteres (OCR) del escaneado de este texto:

¿Cómo es posible no enamorarse de Sócrates? Era bueno de espíritu, tenaz, inteligente, irónico, tolerante y al mismo tiempo inflexible. De cuando en cuando nacen en la Tierra hombres de tal envergadura, hombres sin los cuales todos nosotros seríamos un poco diferentes: pienso en Jesús, en Gandhi, en Buda, en Lao Tse y en San Francisco.Hay una cosa, sin embargo, que distingue a Sócrates de todos los otros: su normalidad como hombre. En efecto, mientras en el caso de los grandes que acabo de nombrar existe siempre la sospecha de que una pizca de exaltación contribuyó a configurar un carácter tan excepcional, en lo referente a Sócrates no hay dudas: el filósofo ateniense era una persona extremadamente sencilla, un hombre que no lanzaba programas de redención y que no pretendía arrastrar tras sí turbas de seguidores. Por sólo decir una cosa, hasta tenía la costumbre, del todo insólita en el círculo de los profetas, de asistir a los banquetes, de beber, y si se presentaba la ocasión, de hacer el amor con una hetera. Al no haber escrito nunca nada, Sócrates ha sido siempre un problema para los historiadores de la filosofía. ¿Quién era en verdad? ¿Cuáles eran sus ideas? Las únicas fuentes directas que poseemos son los testimonios de Jenofonte, los de Platón y algunos comentarios "por haber oído decir" de Aristóteles, pero el caso es que el retrato que nos ha dejado Jenofonte resulta completamente distinto del de Platón, y donde hay coincidencia entre las dos versiones, el hecho se debe a que el primero ha copiado al segundo;por otra parte,en lo tocante a Aristóteles existen fundadas dudas sobre su objetividad. En este estado de cosas, lo único que puedo hacer es contar todo lo que sé y dejar que el lector se forme su propia opinión.

Físicamente, Sócrates se parecía a Michel Simon, el actor francés de la década de los 50, y se movia como Charles Laughton en el film "Testigo de cargo". Nació en 469 en el demos de Alopece, un suburbio a media hora de camino de Atenas, en las faldas del Licabeto. Para los apasionados por la astrología diremos que debía tratarse de un Capricornio, ya que había nacido en los primeros días del año.La suya era una familia de burguesía media, perteneciente a la clase de los zeugitas. Su padre, Sofronisco, era un escultor, o quizá sólo un chapucero de periferia, y su madre, Fenarete, una comadrona. De su infancia no sabemos prácticamente nada, y, para ser sinceros, nos cuesta un poco imaginarlo como un niño; de todos modos, siendo de familia más o menos acomodada, pensamos que siguió los estudios regulares como todos los muchachos de Atenas, que a los dieciocho años hizo el servicio militar y que a los veinte llegó a ser hoplita después de haber conseguido una armadura adecuada. En su juventud ayudó, con toda seguridad, a su papá, el escultor, en su taller, hasta que un buen dia Critón, "enamorado de la gracia de su alma" se lo llevó para iniciarlo en el amor al conocimiento. Diógenes Laercio, en sus Vidas de los filósofos, cuenta que Sócrates tuvo como maestros a Anaxágoras, Damón y Arquelao y que fue también amante de este último, o, para ser más exactos, su erómenos. De todos modos, sobre este asunto de los amores homosexuales de los filósofos griegos, lo que resulta realmente absurdo es el analizar tal fenómeno con la mentalidad propia de un pensar judeo-cristiano, que ha llevado a algunos a tratar a Sócrates como si fuera un gay.

Sócrates se casó con Jantipa su primera mujer. Por su parte, Aristóteles nos informa que Sócrates tuvo también una segunda mujer,una tal Mirto. Sobre el triángulo Sócrates-Jantipa-Mirto es de destacar la existencia de un divertido fragmento, tomado de una obra de Brunetto Latini.

Sócrates fue un buen soldado, más aún, digamos mejor un buen marine: en 432 lo embarcan junto con otros dos mil atenienses y lo envían a combatir a Potidea. Ocho años después del asedio de Potidea, lo encontramos combatiendo contra los Beocios. A los cuarenta y siete años lo llaman nuevamente a las armas y participa en la campaña de Anfípolis. A pesar de su valor militar, Sócrates, era un sujeto de grandes convicciones morales que le llevaban a situarse muy lejos de la violencia. Ello no le librará, sin embargo, de ser acusado de impiedad por el joven Meleto, lo que le llevará a ser condenado por sus conciudadanos a beber cicuta.

En vez de contar el proceso, tal como nos lo han transmitido Platón y Jenofonte,procuraremos revivirlo en directo poniéndonos en el lugar de dos de los quinientos jueces: un tal EUTÍMACO y un cierto CALIÓN.

-Calión, hijo de Filónides, ¿también tú entre los heliastas? Por lo que veo, prefieres juzgar a tu viejo maestro a disfrutar del calor de tu lecho y de la dulce Talesia.

-No creo, Eutímaco, ser el único que esta mañana ha visto el alba. Aún el Sol no había aparecido sobre los montes del Himeto, y la ciudad era ya un hervidero de atenienses sedientos de justicia. Piensa que donde yo vivo, en Escambónida, eran tantos los ciudadanos que se encaminaban al agorà para asistir al proceso de Sócrates, que ni siquiera se conseguía caminar por las calles.He visto a muchos comerciantes confiar sus tiendas a los esclavos más fieles y muchos amides vaciados en la oscuridad desde los pisos superiores entre las protestas de los que pasaban.En resumen, había una extraña excitación en el aire, como si todos fueran a las oscoforias y no a un proceso.

Estamos en febrero del año 399 antes de Cristo; es aún noche cerrada; miles de atenienses se dirigen al agorá. Cada ciudadano se hace preceder por un esclavo con una antorcha encendida. En aquella época hacía falta poco para obstruir una calle de Atenas. A medida que pasa el tiempo aumenta la cola de los aspirantes a jueces ante las urnas de los sorteos. Los esclavos públicos, que cumplen funciones de guardia urbana, para impedir a la multitud de curiosos invadir las zonas reservadas a los elegidos, tienen extendida ante los accesos la cuerda bermeja. La justicia,en los tiempos de Pericles,estaba organizada del siguiente modo:los arcontes,al principio de cada año, sorteaban seis mil atenienses de edad superior a treinta anos y constituían la Heliea es decir el depósito del que, cada vez, habrían extraído los quinientos jueces de cada proceso. El segundo sorteo, el definitivo, tenía lugar durante la mañana misma de la causa, para evitar que los imputados pudieran corromper a los jueces.Para efectuar los sorteos diarios a la entrada de los tribunales habían sido dispuestas las llamadas Cleroterion -El año pasado -dice Eutímaco- el Destino me favoreció cuatro veces: tres como juez popular y una como juez del Freattó en un proceso que tuvo lugar en primavera cerca del Falero.Juzgamos a Auríloco, el hijo de Damón-explica Eutímaco-. Como yo era amigo del padre, habría hecho lo imposible por salvarle la vida; pero las pruebas en contra eran tales y tantas que me vi forzado a pronunciarme por la condena a muerte.

-También por Sócrates temo que no se pueda hacer nada -suspira, sinceramente compungido, Calión-. Son demasiados los que se sienten estúpidos ante él, y nadie es más vengativo que quien se da cuenta de que es inferior.

-Si lo condenan a muerte, de nadie tendrá que quejarse más que de sí mismo: ¡Sócrates es el individuo más presuntuoso que ha nacido en el mundo!

-¡Pero si declara a todos que no sabe nada -exclama Calión-, que es un ignorante!

-¡Y eso es precisamente el colmo de la presunción!-rebate Eutímaco-. Es como si dijera a todos los hombres:"Yo soy un ignorante, ¡pero tú que no sabes que lo eres, eres aún más ignorante que yo!" Pues bien,es natural que si te empeñas en insultar a tu prójimo,antes o después alguno reaccione y te lo haga pagar.E incluso más. ¿Sabes qué te digo? ¡Que es de veras extraño que el viejo haya llegado a setenta años sin haber sido exiliado ni una sola vez por ostracismo!

El ostracismo era un extraño procedimiento muy en boga en aquellos tiempos, una especie de elección al revés.Cuando un ateniense se convencía de que un conciudadano podía dañar de algún modo a la polis, sólo tenía que ir hasta el agorà y escribir el nombre de su enemigo en el ostracon .

Se presenta Sócrates. Tiene un aspecto sereno:lleva puesto el acostumbrado tríbon y camina apoyándose en un bastón de roble.

-Ahí está ese viejo irreductible -exclama Calión-.Si lo miras, parece que, más que a un proceso por impiedad, se dirija a un banquete: ¡sonríe, se detiene hablar con los amigos y saluda a todos los que ve!

-¡Es el mismo pesado de siempre! -protesta Eutímaco, más rabioso que nunca-. Entre otras cosas, no se da cuenta de que el pueblo lo considera culpable y quisiera verlo asustado y suplicante.

Entretanto, Sócrates ha subido al tribunal: se ha puesto a la izquierda del arconte-rey y espera con paciencia a que el canciller declare abierto el proceso.

-Heliastas -proclama el canciller del tribunal-, los dioses han elegido vuestros nombres de la urna para que podáis absolver o condenar a Sócrates, hijo de Sofronisco, de la acusación de impiedad hecha contra él por Meleto, hijo de Meleto.

En Grecia los imputados,cultos o analfabetos -lo mismo daba-, debían defenderse solos y,cuando no se sentían en condiciones de hacerlo, tenían la posibilidad,antes del proceso, de convocar a un Logografo.

-Tiene la palabra Meleto, hijo de Meleto -anuncia el canciller, indicando a un joven de pelo rizado y rebuscado en su forma de vestir.Meleto sube a la pequeña tribuna reservada a la acusación: su rostro es altanero y doloroso, como es licito esperar de un poeta trágico. Quiere dar la impresión de que no le agrada tener que ensañarse con un viejo como Sócrates.

-¡Jueces de Atenas! -comienza a decir el joven,haciendo girar lentamente sus ojos para cubrir todo el arco de los jueces que tiene frente a sí-. Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de corromper a los jóvenes, de no reconocer a los dioses que la ciudad reconoce, de creer en los dáimones y de practicar cultos religiosos extraños a nosotros.

Un largo murmullo sale de la multitud: el ataque es seco y preciso. Meleto calla unos instantes para subrayar mejor la gravedad de lo que acaba de decir. Después vuelve a hablar recalcando cada palabra:

-Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de inmiscuirse en cosas que no le atañen; de investigar sobre lo que hay bajo tierra y lo que hay sobre el cielo y de discurrir con todos y acerca de todo, intentando siempre hacer aparecer como mejor la razón peor.¡Por estos delitos solicito a los atenienses que se lo envíe a muerte!

En esta última frase todos se vuelven hacia Sócrates para observar sus reacciones. El filósofo tiene en el rostro una expresión de asombro: más que un acusado, parece un espectador. Eutímaco golpea con el codo a Calión y comenta la situación, diciendo:

-Temo que Sócrates no se dé cuenta del lío en que se ha metido. Meleto tiene razón: todos saben que Sócrates no ha creído nunca en los dioses. Se dice que un día dijo: "Son las nubes, y no Zeus, quienes provocan la lluvia; de otro modo, si sólo dependiera de Zeus, veriamos llover también cuando el cielo está sereno".

-A decir verdad - objeta Calión-, es Aristófanes quien hace decir estas cosas a Sócrates y no Sócrates quien las dice.Entretanto, el proceso prosigue su curso y, después de Meleto, suben a la tribuna otros dos acusadores:Anito y Licón.

-Me ha contado Apolodoro -dice Calión- que ayer por la noche Sócrates se negó a que Lisias lo ayude.

-¿Le había escrito un discurso de defensa?

-Sí, y parece que se trataba de un discurso extraordinario.

-Lo creo: ¡el hijo de Céfalo es el mejor de todos en Atenas! ¿Y cómo es que se negó?

-No sólo se negó, sino que hasta reprochó a Lisias por ofrecerse a ayudarlo. Le ha dicho: "Tú con tus triquiñuelas verbales querrías engañar a los jueces por mi bien. ¿Y cómo piensas conseguir lo que es bueno para mí, si al mismo tiempo urdes tramas contra las Leyes?

-¡El presuntuoso de siempre!

Anito y Licón han acabado en estos momentos su intervención. El canciller da vuelta a la clepsidra de agua que controla el tiempo de las arengas y proclama:-¡Y ahora tiene la palabra Sócrates, hijo de Sofronisco!

Sócrates echa una mirada en torno, como si quisiera tomarse su tiempo, se rasca el cuello, mira al arconte-rey e inmediatamente después se vuelve a los jueces.

-No sé qué impresión habéis experimentado vosotros, atenienses, al oír las razones de mis acusadores.Lo cierto es que ha sido tal y tan grande la persuasión de éstos que, si no se tratase de mi persona,también yo creería en sus palabras.El caso es que estos ciudadanos no han dicho absolutamente nada que tenga que ver con la verdad.Y ahora me perdonaréis si no os hago un discurso adornado con bellas frases. Hablaré como estoy acostumbrado a hacerlo, sin ceremonias, pero en compensación procuraré decir siempre lo justo, y vosotros debéis fijaros sólo en esto: ¡si lo que estoy por decir es justo o no!

-¡Hete aquí que ya comienza con sus discursos tortuosos! -exclama Eutímaco, dando señales de impaciencia-. ¡Por Zeus, qué antipático me resulta!

-¡Cálmate, Eutímaco! -le solicita Calión-. Y déjame oír.

-Quiero contaros -dice Sócrates- un extraño episodio que le ocurrió a Querefonte, un queridísimo amigo mío desde la juventud.Un día se marchó a Delfos y osó hacer al oráculo esta extraña pregunta: ¿Hay alguien en el mundo más sabio que Sócrates? ¿Y sabéis qué respondió Apolo Pitio? No hay nadie en el mundo más sabio que Sócrates. Imaginaos mi sorpresa cuando Querefonte me relató la respuesta: ¿qué habrá querido decir el dios? Yo sé que no sé ni poco ni mucho, y desde el memento que el dios no puede mentir, me pregunto: ¿qué habrá escondido bajo el enigma? De ello puede dar testimonio el hermano de Querefonte, ya que él ya no se encuentra entre los vivos.

-¡Me gustaría saber qué tiene que ver toda esta historia de Querefonte con la acusación de impiedad!-estalla Eutímaco-. Si hay algo que no soporto en Sócrates es justamente ese modo suyo de tomar las cosas tan de lejos: ¡sólo por eso lo condenaría a muerte!

-Y para comprender el mensaje del dios -continúa Sócrates con la mayor calma- me puse en acción y fui a ver a uno de esos que tienen fama de ser sabios.No os diré el nombre, atenienses: basta con saber que era uno de nuestros políticos . Y bien,este buen hombre me pareció, sí, que tenía aire de sabío, pero que, en realidad, no lo era en absoluto. Entonces procuré hacérselo entender y él, por esta causa, me cobró odio. Inmediatamente después fui a ver a algunos poetas : cogí sus poesías, o al menos las que me parecían mejores, y les pregunté qué querían decir. Ciudadanos..., me da vergüenza deciros la verdad... ¡Quien peor razonaba, sobre una composición poética cualquiera, era justamente su autor! Después de los políticos y los poetas me dirigí a los artesanos y... ¿a qué no adivináis qué descubrí? Que ellos, conscientes de ejercer bien su profesión, pensaban que eran sabios también en otras cosas, incluso más importantes y difíciles. A esa altura comprendí lo que había querido decir el oráculo:"Sócrates es el más sabio de los hombres porque es el único que sabe que no sabe".Entretanto,sin embargo, me había atraído el odio de los poetas, de los políticos y de los artesanos; y no es casualidad que hoy me vea acusado en el tribunal por Meleto que es un poeta, por Anito que es un político y artesano y por Licón que es un orador.

-Lo que has dicho, Sócrates, son sólo insinuaciones -rebate Meleto-. Defiéndete más bien de la acusación de corromper a los jovenes.

-¿Y cómo piensas, Meleto, que puedo corromper a los jóvenes?

-Diciéndoles que el Sol es una piedra y que la Luna está hecha de tierra -responde Meleto.

-Creo que me has confundido con otro: los jóvenes pueden leer todo eso cuando lo deseen, comprándose por una dracma los libros de Anaxágoras de Clazomene en cada esquina del agorà.

-¡Tú no crees en los dioses! -grita Meleto, poniéndose de pie y amenazándolo con el dedo índice- ¡Tú crees sólo en los Daímones!

-¿Y quiénes serían éstos? -pregunta Sócrates sin perder la compostura. ¿Hijos malvados de los dioses? Así pues, afirmas que no creo en los dioses. sino sólo en la existencia de los hijos de los dioses. Es como decir que creo en los hijos de los caballos, pero no en los caballos.

Una carcajada del público cubre durante unos instantes la voz de Sócrates. El filósofo espera que el auditorio preste de nuevo atención, luego de lo cual se vuelve al segundo acusador.

-Y tú, Anito, que solicitas mi muerte, ¿por qué no has traído aquí, ante los jueces, a todos esos jóvenes a los que yo habría llevado a la perdición? Para salirte al paso, yo mismo habría podido indicártelos. Hoy muchos de ellos se han hecho viejos y podrían testimoniar contra mi, confirmando que los he corrompido. Helos allí, mirándonos: aquél es Critón,con su hijo Critóbulo, y luego está Lisanias de Sfecto, con su hijo Esquines, y también Antifonte de Cefisia, Nicóstrato, Paralio, Adimanto con su hermano Platón, y veo también a Ayantadoro con su hermano Apolodoro. Tal vez, Anito, podría apaciguarte si prometiera marchar al exilio y no hacerme ver más por aquí. Pero créeme: obedecería sólo para hacerte un favor, dado que en verdad estoy convencido de que eso dañaría mucho a los atenienses. En cambio no dejaré de estimularos,de persuadiros, de reprocharos uno por uno, de no daros tregua todo el día, donde sea que os halléis,como un tábano que pica los flancos de una yegua de buena raza que quiere dormir, porque eso es lo que me pide el dios Apolo. Ciudadanos, la yegua de la que estoy hablando es Atenas, y sí me condenáis a muerte no encontraréis tan fácilmente otro tábano que pueda mantener despierta vuestra conciencia. Ahora, basta:las razones que podía deciros ya las he dicho. En este momento debería hacer entrar los amigos, los parientes y mis hijos más pequeños para invocar vuestra piedad, según es costumbre de muchos. Yo también tengo familia: tengo tres hijos, pero no os los muestro porque está en juego mi reputación y la vuestra. El juez no debe indultar a quien lo conmueve, sino que debe solo hacer caso a las Leyes. Cae la última gota de agua de la clépsidra.Sócrates da por terminado su discurso y retrocede para ir a sentarse en un escabel de madera colocado a sus espaldas. Sus amigos más quendos, con un timido aplauso, íntentan rovocar el acuerdo del público, pero la tentativa cae en medio del desinterés general. Dan comienzo las votaciones.

-No tengo ninguna duda: ¡es culpable! -sentencia Eutímaco poniéndose de pie-Y aunque no lo fuese, lo condenaría igualmente. Sus discursos, su continuo poner en duda las convicciones de los demás, no es útil a la polis. Sócrates difunde inseguridad: es un derrotista. ¡Cuanto antes muera, mejor para todos!

-Yo, en tu lugar no estaría tan seguro -rebate Calión con ardor-.Una ciudad que se respete debe tener siempre alguien que la vigile, y Sócrates es el único en condiciones de hacerlo: es imparcial, no es un político, y sobre todo es pobre. Aunque fuese culpable, no ha obrado con toda seguridad para favorecerse.

-¿Y tú, Calión, piensas que la pobreza es un buen ejemplo para los jóvenes? ¿Quieres que nuestros hijos crezcan como él? Recorriendo de arriba abajo el agorà,preguntándose continuamente unos a otros: «¿Qué es el bien? ¿Qué es el mal? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo injusto?.

Eutímaco, sin esperar la respuesta, se levanta de golpe y con el Psephos en la mano se encamina hacia las urnas. Mientras pasa entre los escanos, procura influir también en los otros jueces. -¡Basta de Sócrates! ¡Saquémoslo de en medio de una vez por todas! Sostiene ser un tábano que pica a Atenas. Muy bien, le tomo la palabra: ¡qué caballo no intenta liberarse de sus tábanos,qué caballo no lo aplastaría, si tuviese manos?

Calión aún vacila: interroga a sus vecinos para comprender cuál es la opinión de la mayoría. Al parecer, el jurado se ha dividido en dos partidos casi iguales: los que odian a Sócrates y los que sostienen que es el mejor hombre del mundo. Cada uno, mientras espera su turno ante las urnas, defiende la propia tesis. Entretanto, los que ya han votado se acomodan como pueden en los escanos para tomar un bocado . Abren el cesto de las viandas y extraen de el sardinas, aceitunas y galletas de maza . Antifonte, después de haber pedido permiso al presidente de los Once, le lleva a Sócrates una bandeja con higos y nueces. Pero he aquí que finalmente se escrutan las urnas.

-¡Ciudadanos de Atenas! -proclama con solemnidad el canciller-.Ésta es la sentencia emitida por los Heliastas: votos blancos, 220; votos negros 280. ¡Sócrates, hijo de Sofronisco, es condenado a muerte!

Un "oh" de turbación se eleva de entre el pueblo apiñado detrás de las barandillas. Critón oculta el rostro entre las manos. El canciller, después de una breve pausa, retoma la palabra:-Y ahora, según la ley de Atenas, pedimos al condenado que proponga él mismo una pena alternativa. Sócrates vuelve a ponerse de pie, mira alrededor y abre los brazos en señal de desconsuelo.

-¿Una pena alternativa? ¿Y qué he hecho para merecer una pena? Durante toda la vida he descuidado mis intereses personales, mi familia y mi casa. Nunca he aspirado a mandos militares ni a honores públicos. No he participado en conjuras ni en otras formas de sedición. ¿Qué penas corresponden a quien ha hecho esto? No quisiera equivocarme, pero creo tener derecho sólo a un premio, el de ser alojado y mantenido en el Pritaneo a expensas del Estado.

Un coro de protestas cubre estas últimas palabras. La absurda solicitud del filósofo, para muches jueces, suena como una tomadura de pelo o una verdadera provocación. Sócrates mismo se da cuenta de que ha exagerado.Vuelve a tomar la palabra y procura apaciguar al auditorio:

-De acuerdo, de acuerdo, mis queridos conciudadanos: me hago cargo de que me habéis entendido mal. Algunos han tomado mi sentido de la justicia por un acto de arrogancia. Pero decidme con franqueza: ¿qué podría haber propuesto como pena? ¿La cárcel? ¿El exilio? ¿Una multa en dinero? ¿Y qué multa podría pagar yo, que nunca he enseñado por dinero? Como mucho, estaría en condiciones de ofrecer una mina de plata.

La protesta se hace más rabiosa.Una mina de plata es poco más que nada como alternativa a una sentencia de muerte. Parece como si Sócrates estuviera haciendo lo imposible por ser condenado.

-Está bien -suspira Sócrates, señalando a Critón y a sus otros discípulos-. Aquí están mis amigos que insisten para que me multe a mi mismo por treinta minas. Ellos mismos, según parece, se ofrecen como garantes.

Comienza así la segunda votación: condena a muerte o multa por treinta minas. Lamentablemente, la primera "pena" propuesta por el filósofo (la de ser alojado y mantenido en el Pritaneo a expensas del estado) ha irrìtado de tal modo a los jueces, que muchos de los que en un primer momento se habían puesto de su parte, ahora se le ponen en contra. Esta vez los guijarros de la urna negra son mucho más numerosos: 360 contra 140.

-Ciudadanos atenienses -concluye ya Sócrates-, temo que hayéis asumido una gran responsabilidad ante la Polis. Era viejo: bastaba con esperar y la muerte habría llegado por sí misma, de modo natural. Actuando así no teneis ni siquiera la seguridad de haberme castigado.¿Sabéis por ventura qué es morir? Con seguridad, una de estas dos cosas: o un caer en la nada, o transmigrar a otra parte.En la primera hipótesis, creedme, la muerte podría ser una gran ventaja:no más dolores, no más sufrimientos; en el segundo caso, en cambio, tendría la suerte de encontrarme con muchísimos personajes excepcionales.¿Cuánto pagaría cada uno de vosotros por hablar cara a cara con Orfeo, con Museo, con Homero o con Hesíodo? ¿O con Palamedes y con Ayax de Telamón que murieron ambos por haber sido tratados de manera injusta? Pero ha llegado la hora de partir: yo a morir y vosotros a vivir. Quien de nosotros ha tenido mejor destino es oscuro para todos, fuera de los dioses.

¿Por qué fué condenado a muerte Sócrates? A 2.400 años de distancia todavía hay quien se hace esta pregunta.Los hombres, para vivir, tienen necesidad de certezas, y cuando éstas no existen, hay siempre alguien que se las inventa por el bien común. Ideólogos, profetas, astrólogos, unos de buena fe, otros sólo por interés, sacan a la luz continuamente verdades con que aliviar las angustias de la sociedad. Si entonces llega un hombre a sostener que no hay nadie que verdaderamente sepa algo,entonces ese hombre se convierte súbitamente en el enemigo público número uno de los políticos y de los sacerdotes. ¡Ese hombre debe morir!

Platón ha dedicado al proceso y muerte de Sócrates cuatro diálogos: -el Eutifron , donde vemos al filósofo, aún en libertad, dirigirse al tribunal para conocer las acusaciones de que lo ha hecho objeto Meleto; - la Apología , con la descripción del proceso; - el Critón , con la visita en la cárcel de su amigo más querido;- el Fedón, con los últimos instantes de su vida y su discurso sobre la inmortalidad del alma.Son obras que los editores publican una y otra vez sin cesar,incluso reuniéndolas en un solo volumen, y nosotros aconsejamos su lectura a todos los que quieran conocer más a fondo el carácter y las ideas del gran filósofo. Sócrates no fue ajusticiado inmediatamente después del proceso. Justamente en esos días había partido la embajada a Delos . y la tradición quería que durante el viaje de la Nave Sagrada se prohibieran las ejecuciones capitales. Después de unos veinte dias lo encontramos aun en la cárcel con su paisano y coetaneo Critón.

Es el alba: Sócrates duerme aún y Critón se sienta a su lado en silencio.En un momento dado el filósofo se despierta de golpe;ve a su amigo y le pregunta:

-¿Qué haces aquí, Critón, a esta hora? ¿No es demasiado pronto para las visitas?

-Sí, es temprano: es apenas el alba.

-¿Y cómo has hecho para entrar?

-He dado una propina al servidor de los Once.

-¿Y estás aquí hace mucho?

-Así es.

-¿Y por qué no me has despertado en seguida?

-Porque dormías tan tranquilo, que me daba lástima despertarte -responde Critón-· ¡Me pregunto cómo puedes encontrar tanta serenidad en medio de semejante desventura!

-Extraño sería lo contrario, Critón -responde Sócrates sonriendo-· Piensa qué ridículo sería si, a -mi edad, sintiese amargura por tener que morir.

Critón, en el diáldgo que lleva su nombre, se comporta aproximadamente como el doctor Watson con Sherlock Holmes: el maestro habla y él lo interrumpe sólo para decir "dices la verdad, Sócrates", o "Eso es, Sócrates". En compensación, el filósofo tiene mucho más tacto que su colega inglés: no humilla jamás a su amigo con un despiadado "¡Elemental,Critón!". Al final advertimos que el diálogo no es sino un monólogo de Sócrates.

-¿Por qué has venido tan temprano, mi buen Critón?

-Estoy aquí, Sócrates, para traerte una noticia dolorosa -responde Critón con tono desesperado-. Algunos amigos me han contado que la Nave de Delos acaba de doblar el cabo Sunion. Hoy, o como máximo mañana, tendria que llegar a Atenas.

-¿Y qué tiene de extraño? Antes o después tenía que llegar -replica Sócrates-. Quiere decir que así les ha parecido bien a los dioses.

-No hables de este modo: déjate convencer y salva tu vida. Ya me he puesto de acuerdo con los carceleros: ni siquiera me piden mucho dinero para dejarte huir. Y, de todos modos, se han ofrecido a financiar tu fuga también Simias de Tebas, Cebes y muchos otros. Por favor,que el dia de mañana nadie pueda decir: "Critón, por no gastar su dinero, no ayudó a Sócrates a huir".

-Estoy listo para emprender la fuga: pero primero quísiera que decidiéramos juntos si es justo que intente salir de la cárcel contra la voluntad de los atenienses. Pues si es justo, lo haremos, y si es injusto, nos abstendremos de hacerlo.

-Dices bien, Sócrates.

-¿No crees, Critón, que en la vida no debemos cometer injusticia por ninguna razón?

-Por ninguna.

-¿Ni siquiera si antes se ha cometido injusticia?

-Ni siquiera en este caso.

-Y supongamos que justamente en el momento en que estuviera por escapar, nos salieran al encuentro las Leyes y nos preguntaran: "Dinos, Sócrates, ¿qué intentas hacer? ¿No meditas acaso destruirnos, a nosotras, que somos las Leyes, y con nosotras a toda la ciudad?" En tal caso, ¿qué podríamos responder a estas y otras palabras semejantes? ¿Responderíamos tal vez que antes de la fuga nos fue infligida una condena injusta?

-Claro, responderíamos eso.

-¿Y si las Leyes me dijeran: " Entérate, Sócrates, de que es necesario obedecer a todas las sentencias,sean éstas justas o injustas, ya que toda la existencia del hombre está regulada por las Leyes. ¿No fuimos acaso nosotras quienes te dimos la vida? ¿Y no ha sido gracias a nosotras que tu padre se casó con tu madre y te engendró? ¿Y no fuimos también nosotras quienes te enseñamos a respetar a la patria y a no retroceder ante el enemigo? Si éstas fueran las preguntas, ¿qué podríamos responder: que dicen la verdad o que son falsas?

-Que dicen la verdad.

-Y pese a eso, tú querrías que yo, después de haberme disfrazado de modo grotesco con un gabán, tal vez con vestidos de mujer, me escapara de Atenas, para ir a Tesalia, donde los hombres están habituados a vivir en medio del desorden y el desenfreno, y todo para prolongar unos añitos una vida que ya toca a su fin. ¿Y qué razonamientos podría yo hacer aún sobre la virtud y la justicia después de haber quebrantado las Leyes?

-Ninguno, a decir verdad.

-Como ves, mi buen amigo, no me es en absoluto posible huir; pero si estás convencido de poder persuadirme aún, habla y te escucharé con la mayor atención.

-¡Oh, Sócrates, no tengo nada que decir!

-Entonces, resígnate, Critón, ya que éste es el sendero por el que nos conducen los dioses.

El día siguiente es el de la ejecución. Los amigos se dan cita ante la puerta de la cárcel y esperan con impaciencia que el presidente de los Once los haga entrar.Están casi todos: el fiel Apolodoro, el omnipresente Critón con su hijo Critóbulo, el joven Fedón, Antístenes el cínico, Hermógenes el pobre, Epigenes, Menexeno, Ctesipo y Esquines, el hijo del vendedor de salchichas. Algunos han venido de lejos, como los tebanos Simias y Cebes, o como Terpslon y Euclides, que son de Megara. Entre los discípulos más conocidos faltan Aristipo, Cleombrotes y sobre todo Platón, quien,al parecer,justo ese día tenía fiebre. Cuando los discípulos entran en la celda, encuentran al maestro en compañía de Jantipa y de su hijo pequeño. Al ver a los recién llegados la mujer se pone a gritar desesperadamente.

-¡Oh, Sócrates, ésta es la última vez en que tus amigos te hablarán y tú a ellos!

Ante lo cual el filósofo se dirige a Critón, diciéndole:

-Que alguien la acompañe a casa, por favor.

-¡Pero mueres inocente! -protesta Jantipa, mientras se la llevan a rastras de la celda.

-¿Y qué querías? -responde Sócrates-, ¿que muriese culpable?. Entretanto, uno de los carceleros se ha ocupado de sacar la cadena que rodea el tobillo del prisionero.

-¡Qué cosa extraña son el placer y el dolor! -dice Sócrates, masajeándose el tobillo dolorido-. Parece que cada uno siga siempre a su contrario y que ambos no quieran encontrarse nunca en la misma persona.Mientras antes, bajo el peso de la cadena, en mi pierna sólo había dolor, ya siento, después de él, llegar el placer. Si Esopo hubiera reflexionado sobre esta relación entre dolor y placer, seguramente habría escrito una bella fábula al respecto.Después, la conversación recae en el tema de la muerte y del más allá. Sócrates hace alusión a algo que podría parecerse al Infierno y al Paraíso.-Pienso que a los muertos les está reservado un futuro -dice textualmente el maestro, y que este futuro es mejor para los buenos que para los malos.

Comienza asi la discusión sobre la inmortalidad del alma. El tebano Simmias, asemejando el cuerpo a un instrumento musical y el alma a la armonía que nace de dicho instrumento, sostiene que una vez rota la lira (el cuerpo) muere con ella también la armonía (es decir el alma.Cebes, no está de acuerdo y formula la hipótesis de la reencarnación. El alma es como un hombre que en la vida ha usado muchos abrigos.Todos los abrigos,o sea todas las reencarnaciones, serán menos longevos que su propietario, con excepción del último, que vivirá más que éste.En otras palabras, según Cebes, cuando uno muere,podria tener la desgracia de haber llegado al último turno y de concluir de este modo su vida.Sócrates es de parecer contrario, y sostiene la tesis de la inmortalidad del alma. Todos se acaloran hasta tal punto que Critón se ve obligado a intervenir para reconvenir al maestro.

-El carcelero, Sócrates, te recomienda hablar lo menos posible. Afirma que, si te acaloras demasiado, el veneno no hará mucho efecto en tu cuerpo y se verá forzado a hacerte beber la poción dos o acaso hasta tres veces.

-Entonces dile que prepare dos o tres porciones,pero ahora, por favor, que nos deje hablar. Tras lo cual se vuelve a los discípulos y vuelve a discutir sobre el alma.

-Sólo los malvados pueden desear que después de la muerte no haya nada, y es lógico que piensen así,porque es lo que les interesa. Yo, en cambio, estoy seguro de que vagarán angustiados por el Tártaro y que sólo quien ha transcurrido la vida de modo honesto y con templanza será admitido a ver la Verdadera Tierra .

-¿Qué quieres decir, Sócrates, con la expresión "Verdadera Tierra"? -pregunta Simias, un tanto perplejo.

-Estoy persuadido -responde Sócrates- de que la Tierra es esférica. No tiene necesidad de apoyo para permanecer donde está, porque, encontrándose en el centro del Universo, no tendría dónde caer. Además, estoy convencido de que es mucho más vasta de lo que parece y que nosotros, conociendo sólo la parte que va del Fasis a las columnas de Hércules: somos como hormigas o ranas que viven alrededor de un pequeño estanque. Los hombres están convencidos de que habitan la parte más elevada de la Tierra, pero en cambio se encuentran en una cavidad de la misma, del mismo modo que quien, viviendo en un abismo marino, confunde la superficie del mar por la cúpula celeste.

-¿Quién dice esto? -pregunta con sensatez Simias.

Sócrates ignora la interrupción y prosigue:

-Inversamente, en la profundidad de la Tierra está ese gran abismo que Homero y muchos otros poetas han denominado Tártaro. Aquí confluyen todos los ríos y de aquí vuelven a a fluir todos ellos.De éstos hay que recordar cuatro: el rio Océano, el Aqueronte , el Aquerusíada , el Piriflegetonte y el Cocito ¿Crees de veras lo que has dicho, Sócrates? -vuelve a la carga Simias.

-Tal vez no es propio de un hombre sensato creer en ello, pero en compensación procura un gran bienestar interior.

Precisamente en este momento aparece un esclavo en el umbral:tiene en sus manos un recipiente de mármol con la cicuta por moler.

-El destino me llama -dice Sócrates poniéndose en pie.

-¿Tienes alguna orden que darnos? -murmura Critón, intentando ocultar su desesperación-. ¿Cómo quieres que te sepulten?

-Como mejor os parezca, siempre que consigáis atraparme y no me escape de vuestras manos -responde riendo Sócrates-. Pero, a fin de cuentas,mi buen Critón, ¿cómo puedo convencerte de que Sócrates soy sólo yo, el que ahora está conversando contigo,y no ese que dentro de poco verás convertido en cadáver en este camastro?

El tiempo apremia. Se hace entrar para los últimos saludos a Jantipa, Mirto y los tres niños. Sócrates los abraza afectuosamente y después los invita a salir.Apolodoro no consigue ya retener sus lágrimas. Entra de nuevo el enviado de los Once.

-Oh, Sócrates -dice el carcelero-, ciertamente no tendré quejas de ti, como me ha ocurrido con otros que, antes de morir, han injuriado a Atenas y me han maldecido con toda su alma. Durante tu reclusión he tenido posibilidad de conocerte y puedo muy bien decir que eres la persona más buena y más bondadosa de todas las que han pasado por este lugar. Apenas pronunciadas estas palabras, el mozo de los once estalla en llanto y sale de la celda. Sócrates se encuentra algo incómodo: ya no sabe qué decir; después, para romper el clima de conmoción que se ha creado, se dirige a Critón y lo invita a que haga entrar al esclavo con la cicuta.

-¿Por qué tanta prisa, querido amigo? El sol todavía no se ha puesto -protesta Critón-. Sé de condenados que han esperado el último rayo para beber el de otros que se han decidido a dar el paso extremo sólo despues de haber comido hasta saciarse y haber hecho el amor con una mujer elegida para la ocasión.

-Es natural que nos comportemos así, cuando consideramos ventajoso retardar el momento de la muerte -rebate Sócrates-. Pero es natural que yo haga exactamente lo contrario, ya que manifestando un excesivo apego a la vida, resultaría patético y desmentiría en un solo instante todo lo que siempre he predicado.Entra el hombre con la taza de veneno.

-Buen hombre -dice Sócrates-, tú que entiendes de estas cosas, ¿qué hay que hacer en tales circunstancias?

-Nada más que beber y caminar arriba y abajo por la habitación -responde el esclavo-. Después,cuando empieces a sentir que las piernas te flaquean, tiéndete en el camastro y verás que la pócima actua por sí sola.

-¿Crees que con una bebida de tal clase se pueda hacer un brindis a algún dios? -pregunta Sócrates.

-De eso nosotros no nos ocupamos: nos limitamos a moler la dosis suficiente. Diciendo esto, el esclavo entrega el veneno a Sócrates,quien,sin vacilación alguna,lo apura de un trago.Un gesto imprevisto, definitivo,que sobrecoge a todos los presentes, incluso a los que hasta ese momento habían conseguido contener las lágrimas. Critón, desesperado, se levanta y sale de la celda. Apolodoro,que ya de antes tenía las mejillas surcadas por el llanto,se pone a sollozar desesperadamente. Fedón llora con el rostro entre las manos. El pobre Sócrates no sabe qué hacer: va de uno a otro,intentando ofrecer algún consuelo a todos.Corre tras Critón y lo hace volver a la celda, acaricia los cabellos de Apolodoro, abraza a Fedón y enjuga las lágrimas de Esquines. -Pero....¿qué es esto? ¿Qué os pasa? -protesta Sócrates, entre un gesto de consuelo y el siguiente-.He hecho salir a Jantipa precisamente para evitar este tipo de escenas que me disgustan: jamás me habría imaginado que os ibais a comportar peor. Sed valientes y conservad la serenidad, amigos, como convìene a los filósofos y a los hombres justos. Ante estas palabras, los discípulos se sienten algo avergonzados de haberse dejado llevar por sus emociones y Sócrates aprovecha para pasear arriba y abajo por la celda, como le había aconsejado el esclavo.Después de unos minutos, sintiendo las piernas cada vez más pesadas, se tiende en el camastro y espera con calma el fin.El esclavo le aprieta con fuerza una pierna y le pregunta si advierte la presión de la mano. Sócrates responde que no: el veneno está haciendo su efecto. En estos momentos, también el vientre ha perdido toda sensibilidad.

-Recuerda, Critón, que debemos un gallo a Esculapio -susurra Sócrates-. Devuélveselo de mi parte,no te olvides.

-Lo haré -lo tranquiliza Critón-. ¿Deseas algo más? ¿Tienes algo más que decirme? Pero Sócrates ya no responde.

Días después, los atenienses se arrepienten de haber condenado a Sócrates: cierran en señal de duelo los gimnasios, los teatros y las palestras, destierran a Anito y Licón y condenan a muerte a Meleto. La vida de Sócrates fue absolutamente coherente con su pensamiento. De hecho, no hizo más que buscar la verdad en cada persona con la que logró entrar en contacto: rastreó a los hombres como un perro de caza,los detuvo en las esquinas de las calles, los atormentó a preguntas y los obligó a mirar en su interior, en lo más profundo de su espíritu.Con todo el respeto por la estatura moral del filósofo, estoy convencido de que muchos en Atenas deben de haberlo evitado como la peste. Apenas su figura regordeta aparecía bajo la puerta Sagrada, debía de producirse un desbande general, al grito de "Oilloco,oilloco,fuitavenne". Platón, en el Laques , relata que todo aquel a quien Sócrates se aproximaba y comenzaba a hablar con él cualquiera fuese el tema de la conversación, no podía ya marchar sin antes haber dado cuenta de "sí" y Diógenes Laercio agrega que muchas veces "sus interlocutores, para poder librarse de él, la emprendian a golpes de puño y le arrancaban los cabellos".Con toda probabilidad, de joven había empezado también él a estudiar la naturaleza y las estrellas, tal como acostumbraban hacer todos aquellos que se ocupaban de filosofía; luego, un buen día, advirtió que la física no le importaba en absoluto y concentró entonces toda su atención en el problema del conocimiento y de la ética.A quien le proponía un viaje con fines instructivos, o tal vez incluso una excursión al campo,le respondia con una sonrisa: "¿Pero qué pueden enseñarme a mí los árboles y el campo, cuando la ciudad pone a mi disposición todos los hombres que quiero y todos ellos tan instructivos?".

Para sintetizar al máximo el pensamiento de Sócrates, se presentan a continuación tres temas socráticos: la mayeutica,lo universal y el dáimon.

LA MAYEUTICA: Cuando Sócrates dice "sé que no sé", no niega la existencia de la verdad (como habian hecho los sofistas), sino que invita a su búsqueda. Es como si dijera: "Guagliù", la verdad existe, aunque yo no la conozco; pero, como no puedo crer que uno que la ha conocido no la tome en consideración, pienso que es indispensable alcanzar el "conocimiento". Sólo así, en efecto, podremos saber con seguridad de qué parte está el Bien.

Procuremos ahora describir la mente humana como se la debe de haber imaginado Sócrates: en el medio, un enorme montón de maleza y debajo de él, bien escondida,la verdad,es decir la justa valoración de los comportamientos, el "sentido de las cosas". ¿Qué hacer,se pregunta Sócrates, para llegar al conocimiento? Ante todo, liberarse de la maleza y después extraer la verdad. Para la primera fase, que podríamos llamar operación "limpieza" o "para destruens" para los amantes del latín, Sócrates se vale de la ironía . Nadie supera la maestría de Sócrates en este arte. Manifestando la más absoluta ignorancia y candidez, finge siempre querer aprender de su interlocutor: le solicita continuas precisìones y por fin lo pone frente a sus propias contradicciones. La maleza de la que hablábamos antes es, efectivamente, el conjunto de los prejuicios, de los falsos ideales y de las supersticiones que ocupan nuestra mente. Una vez liberado el campo de estas escorias, es preciso sacar a la luz el verdadero conocimiento y es aquí donde interviene la mayeútica. Sócrates, en el Teeteto, acordándose de su madre, nos da una descripción: "Mi trabajo de partero se asemeja en todo al de las comadronas, sólo que ellas actúan sobre las mujeres y yo sobre los hombres, ellas sobre los cuerpos y yo sobre las almas". Sócrates no se presenta como depositario de una "verdad suya";a lo sumo ayuda a los otros a buscarla en sí mismos, "ya que -dice él- soy esteril de sabiduría, y por eso el dios (Apolo) me obligó a ejercer de partero, prohibiéndome al mismo tiempo engendrar". Resulta claro que, para ejercer la Mayéutica, Sócrates necesita el diálogo, es decir improvisar su discurso según los estímulos que le ofrece su interlocutor. Ningún escrito, dice él, podría tener una eficacia comparable, incluso porque "no sabiendo nada, ¿qué habría podido escribir? " Sócrates, por otra parte, desconfiaba absolutamente de la escritura, como resulta de la fábula que Platón le hace narrar en el Fedro. Siempre he sospechado que Sócrates, como Jesús por otra parte, no sabía leer ni escribir. El hecho de que Diógenes Laercio diga que escribió una fábula del tipo de las de Esopo no significa absolutamente nada: podría haberla dictado a un escriba. A quien objeta que un hombre inteligente como Sócrates no podía no haber aprendido a escribir, le respondo que aún hoy hay millones de personas inteligentísimas que no han aprendido todavía a usar la computadora, pese a que no se requiere más de una semana para ponerse al corriente del proceso de textos. La verdad es que por aquellos tiempos eran muy pocos los que sabían leer y escribir: Plutarco cuenta que un ateniense, siendo analfabeto, para grabar el nombre de Aristides en los óstraka , se dirigió precisamente a él. A la pregunta de Arístides sobre si conocía al hombre al que quería mandar al exilio, el ciudadano respondió que no lo conocía, pero que ya estaba harto de oir decir a todos que era un hombre justo; ante lo cual Arístides escribió su nombre en las listas y no agregó nada más.

LO UNIVERSAL: En los diálogos platónicos, Sócrates acostumbra solicitar a sus interlocutores la definición de un valor moral, y por regla general ellos responden citando un ejemplo particular. Ante esto, Sócrates se muestra insatisfecho e insiste para obtener una definición más Universal .Por lo que al DÁIMON se refiere existen múltiples relatos acerca del fámoso Dáimon de Sócrates.Uno de ellos se encuentra en un escrito de Plutarco que lleva justamente el título de El dáimon de Sócrates.

¿Cuál os parece la verdadera naturaleza del dáimon de Sócrates? En la antigüedad se decía que se trataba de un simple estornudo: según algunos,cunado Sócrates sentía que un estornudo provenía de la derecha o de la izquierda, de adelante o de atrás, tomaba una u otra decisión. Por lo que hace a los estornudos mismos, todo dependía de cuándo le venían las ganas, si en movimiento o en estado de reposo: en el primer caso se detenía, y en el segundo proseguía en lo que estaba por hacer. Esto es lo que dicen los testimonios,aunque, en verdad, no creo en absoluto que un hombre como Sócrates pueda haberse dejado guiar por semejantes tonterías.

Aparte de las habladurías,lo que si es cierto es que el mismo Sócrates, durante el proceso, declara poseer un Dáimon que lo aconsejaba en los momentos difíciles."Es como una voz que tengo en mi interior desde niño, y que, cada vez que se deja oír, lo hace siempre para disuadirme de hacer algo, nunca para hacerme actuar. En particular, me desaconseja que me ocupe de política".

Las interpretaciones del Dáimon son innumerables:pasan del espíritu guia al ángel de la guarda, a la conciencia crítica, al sexto sentido, a la intuición, etcétera. Mi opinión es que se trata de una broma de Sócrates, que éste había querido reservar para no verse obligado a tener que explicar cada una de sus decisiones.

Luciano De Crescenzo. "Historia de la Filosofía Griega". Segunda parte (Pags.7-45)

Finalmente, queremos incluir completa la cita de Platón: "Apología de Sócrates", 17a-24b, Ed. Gredos, Madrid, 1981.
tomada íntegra y literalmente de http://perso.wanadoo.es/conchaves/1.htm
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SÓCRATES 17 a

No sé, atenienses, la sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores. Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza, aquella en la que decían que teníais que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto, no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con la realidad cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más falto de vergüenza, sin no es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la verdad; ciertamente, por Zeus, atenienses, no oiréis bellas frases, como las de éstos, adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos, sino que vais a oír frases dichas al azar con las palabras que me vengan a la boca, porque estoy seguro de que es justo lo que digo, y ninguno de vosotros espere otra cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería adecuado, a esta edad mía, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo que modela sus discursos. Además y muy seriamente, atenienses, os suplico y pido que si me oís hacer mi defensa con las mismas expresiones que acostumbro a usar, bien en el ágora, encima de las mesas de los cambistas, donde muchos de vosotros me habéis oído, bien en otras partes, que no os cause extrañeza, ni protestéis por ello. En efecto, la situación es ésta. Ahora, por primera vez, comparezco ante un tribunal a mis setenta años. Simplemente, soy ajeno al modo de expresarse aquí. Del mimo modo que si, en realidad, fuera extranjero me consentiríais, por supuesto, que hablara con el acento y manera en los que me hubiera educado, también ahora os pido como algo justo, según me parece a mí, que me permitáis mi manera de expresarme –quizá podría ser pero, quizá mejor- y consideréis y pongáis atención solamente a si digo cosas justas o no. Éste es el deber del juez, el del orador, decir la verdad.
Ciertamente, atenienses, es justo que yo me defienda, en primer lugar, frente a las primeras acusaciones falsas contra mí y a los primeros acusadores; después, frente a las últimas, y a los últimos1. En efecto, desde antiguo y durante ya muchos años, han surgido ante vosotros muchos acusadores míos, sin decir verdad alguna, a quienes temo yo más que a Anito y los suyos, aun siendo también éstos temibles. Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a muchos de vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente, diciendo que hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y que hace más fuerte el argumento más débil. Éstos, atenienses, los que han extendido esta fama, son los temibles acusadores míos, pues los oyentes consideran que los que investigan eso no creen en los dioses. En efecto, estos acusadores son muchos y me han acusado durante ya muchos años, y además hablaban ante vosotros en la edad en la que más podíais darles crédito, porque algunos de vosotros erais niños o jóvenes y porque acusaban in absentia, sin defensor presente. Lo más absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer y decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto comediógrafo. Los que, sirviéndose de la envidia y la tergiversación, trataban de persuadiros y los que, convencidos ellos mismos, intentaban convencer a otros son los que me producen la mayor dificultad. En efecto, ni siquiera es posible hacer subir aquí y poner en evidencia a ninguno de ellos, sino que es necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera sombras, y que argumente sin que nadie me responda. En efecto, admitid también vosotros, como yo digo, que ha habido dos clases de acusadores míos: unos, los que me han acusado recientemente, otros, a los que ahora me refiero, que me han acusado desde hace mucho, y creed que es preciso que yo me defienda frente a éstos en primer lugar. Pues también vosotros les habéis oído acusarme anteriormente y mucho más que a estos últimos.
Dicho esto, hay que hacer ya la defensa, atenienses, e intentar arrancar de vosotros, en tan poco tiempo, esa mala opinión que vosotros habéis adquirido durante un tiempo tan largo. Quisiera que esto resultara así, si es mejor para vosotros y para mí, y conseguir algo con mi defensa, pero pienso que difícil y de ningún modo me pasa inadvertida esta dificultad. Sin embargo, que vaya esto por donde al dios le sea grato debo obedecer a la ley y hacer mi defensa.
Recojamos, pues, desde el comienzo cuál es la acusación2a partir de la que ha nacido esa opinión sobre mí, por la que Meleto, dándole crédito también, ha presentado esta acusación pública. Veamos, ¿con qué palabras me calumniaban los tergiversadores? Como si, en efecto, se tratara de acusadores legales, hay que dar lectura a su acusación jurada3.“Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros.”. Es así, poco más o menos. En efecto, también en la comedia de Aristófanes veríais vosotros a cierto Sócrates que era llevado de un lado a otro afirmando que volaba y diciendo muchas otras necedades sobre las que yo no entiendo ni mucho ni poco. Y no hablo con la intención de menospreciar este tipo de conocimientos, si alguien es sabio acerca de tales cosas, no sea que Meleto me entable proceso con esa acusación, sino que yo no tengo nada que ver con tales cosas, atenienses. Presento como testigos a la mayor parte de vosotros y os pido que cuantos me habéis oído dialogar alguna vez os informéis unos a otros y os lo deis a conocer; muchos de vosotros estáis en esta situación. En efecto, informaos unos con otros de si alguno de vosotros me oyó jamás dialogar poco o mucho acerca de estos temas. De aquí se conoceréis que también son del mismo modo las demás cosas que acerca de mí la mayoría dice.
Pero no hay nada de esto, y si habéis oído a alguien decir que yo intento educar a los hombres y que cobro dinero4, tampoco esto es verdad. Pues también a mí me parece que es hermoso que alguien sea capaz de educar a los hombres como Gorgias de Leontinos, Pródico de Ceos e Hipias de Élide5. Cada uno de éstos, atenienses, yendo de una ciudad a otra, persuaden a los jóvenes –a quienes les es posible recibir lecciones gratuitamente del que quieran de sus conciudadanos- a que abandonen las lecciones de éstos y reciban las suyas pagándoles dinero y debiéndoles agradecimiento. Por otra parte, está aquí otro sabio, natural de Paros, que me he enterado de que se halla en nuestra ciudad. Me encontré casualmente al hombre que ha pagado a los sofistas más dinero que todos los otros juntos, Calias6, el hijo de Hipónico. A éste le pregunté –pues tiene dos hijos-: “Calias, le dije, si tus dos hijos fueran potros o becerros, tendríamos que tomar un cuidador de ellos y pagarle; éste debería hacerlos aptos y buenos en la condición natural que les es propia, y sería un conocedor de los caballos o un agricultor. Pero, puesto que son hombres, ¿qué cuidador tienes la intención de tomar? ¿Quién es conocedor de esta clase de perfección de la humana y política? Pues pienso que tú lo tienes averiguado por tener dos hijos”. “¿Hay alguno o no?”, dije yo. “Claro que sí”, dijo él. “¿Quién, de donde es, por cuánto enseña?, dije yo. “Oh Sócrates –dijo él-, Eveno7, de Paros, por cinco minas”. Y yo consideré feliz a Eveno, si verdaderamente posee ese arte y enseña tan convenientemente. En cuanto a mí, presumiría y me jactaría, si supiera estas cosas, pero no las sé, atenienses.
Quizá alguno de vosotros objetaría: “Pero, Sócrates, ¿cuál es tu situación, de dónde han nacido esas tergiversaciones? Pues, sin duda, no ocupándote tú en cosa más notable que los demás, no hubiera surgido seguidamente tal fama8 y renombre, a no ser que hicieras algo distinto de lo que hace la mayoría. Dinos, pues, quées ello, a fin de que nosotros no juzguemos a la ligera.” Pienso que el que hable así dice palabras justas y yo voy a intentar dar a conocer qué es, realmente, lo que me ha hechoeste renombre y esta fama. Oíd, pues. Tal vez va a parecer a alguno de vosotros que bromeo. Sin embargo, sabed bien que os voya decir toda la verdad. En efecto, atenienses, yo no he adquirido este renombre por otra razón que por cierta sabiduría. ¿Qué sabiduría es esa? La que, tal vez, es sabiduríapropia del hombre; pues en realidad es probable que yo sea sabio respecto a ésta. Éstos, de los que hablaba hace un momento, quizá sean sabios respecto a una sabiduría mayor que la propia de un hombre o no sé cómo calificarla. Hablo así, porque yo no conozco esa sabiduría, y el que lo afirme miente y habla a favor de mi falsa reputación. Atenienses, no protestéis ni aunque parezca que digo algo presuntuoso; las palabras que voy a decir no son mías, sino que voy a remitir al que las dijo, digno de crédito para vosotros.De mi sabiduría, si hay alguno y cuál es, os voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. En efecto, conocíais sin duda a Querefonte9. Éste era amigo mío desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro y regresó con vosotros. Y yasabéis cómo era Querefonte, qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue a Delfos10 y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto –pero como he dicho, no protestéis atenienses-, preguntósi había alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este hermano suyo, puesto que él ha muerto.
Pensad por qué digo estas cosas; voya mostraros de dónde ha salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír yo estas palabras reflexionaba así: “¿Qué dice realmente el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio, ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.” Y durante mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir. Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecíanser sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría el vaticinio y demostraría al oráculo: “Éste es más sabio que yo y tú decías que lo era yo.” Ahora bien, al examinar a éste –pues no necesito citarlo con su nombre, era un político aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente, atenienses: me parecióque otras muchas personas creían que ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable que ni uno ni otro sepamos nada que tanga valor, pero este hombre cree saber algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé,tampoco creo saber. Parece, pues, que al m menos soy más sabio que él en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo. A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión, y también allí me gané la enemistad de él y de muchos de los presentes.
Después de esto, iba ya uno tras otro, sintiéndome disgustado y temiendo que me ganaba enemistades, pero, sin embargo, me parecía necesario dar la mayor importancia al dios. Debía yo, en efecto, encaminarme, indagando qué quería decir el oráculo, hacia todos los que parecieran saber algo. Y, por el perro, atenienses –pues es preciso decir la verdad ante vosotros-, que tuve la siguiente impresión. Me pareció que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más importante para el que investiga según el dios; en cambio, otros que parecían inferiores estaban mejor dotados para el buen juicio. Sin duda, es necesario que os haga ver mi camino errante, como condenado a ciertos trabajos11, a fin de que el oráculo fuera irrefutable para mí. En efecto, tras los políticos me encaminé hacia los poetas, los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que allí me encontraría manifiestamente más ignorante que aquéllos. Así pues, tomando los poemas suyos que me parecían mejor realizados, les iba preguntando qué querían decir, para, al mismo tiempo, aprender yo también algo de ellos. Pues bien, me resisto por vergüenza a deciros la verdad, atenienses. Sin embargo, hay que decirla.Por así decir, casi todos los presentes podían hablar mejor que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto. Así pues, también respecto a los poetas me di cuenta, en poco tiempo, de que no hacían por sabiduría lo que hacían, sino por ciertas dotes naturales y en estado de inspiración como los adivinos y los que recitan los oráculos. En efecto, también éstos dicenmuchas cosas hermosas, pero no saben nada de lo que dicen. Una inspiración semejante me pareció a mí que experimentaban también los poetas, y al mismo tiempo me di cuenta de que ellos, a causa de la poesía, creían también ser sabios respecto a las demás cosas sobre las que no lo eran. Así pues, me alejé tambiénde allí creyendo que les superaba en lo mismo que a los políticos.

En último lugar, me encaminé hacia los artesanos. Era consciente de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos. Y en esto no me equivoqué, pues sabíancosas que yo no sabía y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció a mí que también los buenos artesanos incurrían en el mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error velaba su sabiduría. De modo que me preguntaba yo mismo, en nombre del oráculo, si preferiría esta así, como estoy, no siendo sabio en la sabiduría de aquellos ni ignorante en su ignorancia o tener estas dos cosasque ellos tienen. Así pues, me contesté a mí mismo y al oráculo que era ventajoso para mí estar como estoy.

A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades, muy duras y pesadas, de tal modo que de ellas han surgido muchas tergiversaciones y el renombre éste de que soy sabio. En efecto, en cada ocasión los presentes creen que yo soy sabio respecto a aquello que refuto12 a otro. Es probable, atenienses,que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo, diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece que éste habla de Sócrates13 -se sirve de mi nombre poniéndome como ejemplo, como si dijera: “ Es el más sabio, el que, de entre vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de nada respecto a la sabiduría.” Así pues, incluso ahora, voy de un lado a otro investigando y averiguando en el sentido del dios, si creo que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me parece que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio. Por esta ocupación no he tenido tiempo de realizar ningún asunto de la ciudad digno de citar ni tampoco mío particular, sino que me encuentro en gran pobreza a causa del servicio del dios. 

Se añade, a esto, que los jóvenes que me acompañan espontáneamente –los que disponen de más tiempo, los hijos de los más ricos- se divierten oyéndome examinar a los hombres y, con frecuencia, me imitan e intentan examinar a otros, y, naturalmente, encuentran, creo yo, gran cantidad de hombres que creen saber algo pero que saben poco o nada. En consecuencia, los examinados por ellos se irritan conmigo, y no consigo mismos, y dicen que un tal Sócrates es malvado y corrompe a los jóvenes. Cuando alguien les pregunta qué hace y qué enseña, no pueden decir nada, lo ignoran; pero, para no dar la impresión de que están confusos, dicen lo que es usual contra todos los que filosofa, es decir: “las cosas del cielo y lo que está bajo la tierra”, “no creer en los dioses” y “hacer más fuerte el argumento más débil”. Puescreo que no desearían decir la verdad, a saber, que resulta evidente que están simulando saber sin saber nada. Y como son, pienso yo, susceptibles y vehementes y numerosos, y como, además, hablan de mí apasionada y persuasivamente, os han llenado los oídos calumniándome violentamente desde hace mucho tiempo. Como consecuencia de esto me han acusado Meleto, Ánito y Licón; Meleto, irritado en nombre de los poetas; Ánito, en el de los demiurgos y de los políticos, y Licón, en el de los oradores. De manera que, como decía yo al principio, me causaría extrañeza que yo fuera capaz de arrancar de vosotros, en tan escaso tiempo, esta falsa imagen que ha tomado tanto cuerpo. Ahí tenéis, atenienses, la verdad y os estoy hablando sin ocultar nada, ni grande ni pequeño, y sin tomar precauciones en lo que digo. Sin embargo, sé casi con certeza que con estas palabras me consigo enemistades, lo cual es también una prueba de que digo la verdad, y que es ésta la mala fama mía y que éstas son sus causas. Si investigáis esto ahora o en otra ocasión, confirmaréis que es así.

NOTAS:

1. Sócrates pretexta una razón cronológica para hablar, primeramente sobre los que han creado en la ciudad una imagen en la que se apoyan sus acusadores reales. Esta distinción entre primeros acusadores, que legalmente no existen, y últimos acusadores articula la primera parte de la Apología.
 
2.  La llama acusación, comparándola con la acusación legal. Tampoco el contenido de esta última puede ser referido a la verdadera personalidad de Sócrates, según él mismo ha indicado en sus primeras palabras ante los jueces.
3.   Sócrates resume los conceptos vertidos sobre él  durante muchos años y les da la forma de una acusación. Se trata de burdas ideas, que calan bien entre los ignorantes, en las que se mezclan conceptos atribuibles a los filósofos de la naturaleza con los propios de los sofistas, en todo caso poco piadosos. Con estas ideas aparece Sócrates representado en las Nubes de Aristófanes.
4.  Esta afirmación es también importante para distinguir a Sócrates de los sofistas. No profesa la enseñanza ni cobra por dejarse oír, lo que sí hacen aquéllos.
5.  En la Apología procura Platón ser muy escrupuloso en cuanto a las referencias de personas que, con certeza, aún vivían en la fecha del proceso. Al citar aquí a tras famosos sofistas, omite el nombre del creador y gran impulsor de la sofística: Protágoras de Abdera, que había muerto en 415.- Gorgias de Leontinos  era el representante  del Occidente griego en la sofística. Es, sin duda, el sofista más calificado después de Protágoras. Alcanzó una gran longevidad, pues debía de ser unos quince años mayor que Sócrates y murió algunos años después que él. Es un personaje muy interesante en otros muchos aspectos del pensamiento, pero sobre todo lo es por la manifiesta influencia de su estilo desde finales del siglo V. Esta influencia fue decisiva en la retórica y en la prosa artística. Su más caracterizado discípulo fue Isócrates,. Pródico era jonio, de Yúlide de Ceos. Distinguido discípulo  de Protágoras. Era hombre de poca salud y escasa voz, según lo presenta Platón en el  Protágoras. Practicó sobre todo las distinciones léxicas, especialmente la sinonimia. Poco más joven que Sócrates, vivía aún, como los tres citados a la muerte de éste.- Hípias de Élide es el más joven de los tres citados. Aunque no es comparable en méritos con Protágoras y Gorgias, es una personalidad muy interesante. Platón ha escrito dos diálogos en que Hípias es interlocutor de Sócrates. Es discutida la autenticidad del Hípias Mayor.
6.  Rico ateniense, veinte años más joven que Sócrates, cuya liberalidad para con los sofistas muestra Platón en el  Protágoras.
7.  Eveno de Paros era poeta y sofista. Citado también por Platón en el Fedón y en el Fedro.
8.  Fama, en el sentido de una opinión generalizada que no responde a la realidad.
9.  Querefonte, cuya relación con Sócrates queda descrita, admiraba a éste profundamente. Aristófanes, en la Nubes, hace figurar el nombre de ambos frente del Pensatorio.
10.  El famoso santuario de Apolo, de prestigio panhelénico y, también, entre los no griegos. La pitonisa, Pythia,  que tenía un papel  secundario en la jerarquía  délfica, pronunciaba en trance frases inconexas que eran interpretadas por los sacerdotes.
11.  Pone su esfuerzo en comparación con los “Doce trabajos de Heracles.”
12.  Sócrates desea aclarar la diferencia entre conocer la verdad y conocer lo que no es verdad.
13. Se conserva en la traducción el anacoluto del texto griego.


El Imputado Inocente Indefenso
o el síndrome forense de Sócrates
La más indeseable judicialización de la INTELIGENCIA
por Miguel Ángel Gallardo Ortiz, Ingeniero, Criminólogo y estudiante de Filosofía
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