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El Imputado Inocente
Indefenso
o el síndrome
forense de Sócrates
La más indeseable judicialización
de la INTELIGENCIA
por Miguel Ángel Gallardo Ortiz, Ingeniero, Criminólogo
y estudiante de Filosofía
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Nota: Este texto ha
sido corregido y comentado por varios profesores de Filosofía, y en
especial, por un reconocido experto en Historia de la Filosofía Antigua,
a quien debo agradecer lo mejor de lo que sigue, siendo yo el único
responsable de lo peor, y de lo omitido.
De la misma manera que los secuestradores inducen el
síndrome de Estocolmo en los secuestrados, los acusadores pueden inducir
algún otro tipo de síndrome en el acusado antes, durante y después
del juicio. Se trata de un fenómeno complejo, que siempre afecta a
varios sujetos (y es también sensiblemente influido y alterado por
los mismos sujetos a los que afecta, y posiblemente es deliberada y perversamente
inducido por otros más inmunes y menos abnegados), así como
a distintas categorías de objetos y a diversas normas contradictorias
entre sí, en una dinámica de las relaciones que no parece haberse
superado, inteligente y civilizadamente (la inteligencia no siempre es civilizada),
en los últimos 2.400 años. La corriente nos llevará en
el cauce de este texto, de los DIÁLOGOS de Platón, a ciertas
intrusiones, conocimientos e ignorancias del CESID, ahora CNI (Centro Nacional
de Inteligencia), que no son esencialmente diferentes de lo que se da en
otros servicios secretos.
Es inverosímil que el ser humano contemporáneo pueda llegar
a su madurez sin haberse sentido alguna vez víctima de la injusticia,
sea o no fundada esa sensación, pero lo cierto es que es una sensación
inevitable en algún momento. Tampoco es frecuente, ni probablemente
deba creerse ingenuamente que hoy en día puedan ejercerse altas responsabilidades
durante mucho tiempo sin haber sido lastrado, presionado o difamado por acusaciones
más o menos fundadas, maliciosamente injustas, e incluso es relativamente
frecuente para políticos, funcionarios, empresarios y profesionales
de cualquier actividad y clase, el haber tenido que comparecer alguna vez
como imputado en un juzgado de instrucción por denuncias interesadamente
falsas hasta la mendacidad más deleznable, y solicitando obstinadamente
una pena muy desproporcionada. En esos casos, y en esos momentos, ni siquiera
resulta fácil razonar con claridad íntimamente, y menos aún
argumentar eficazmente, porque la acusación, por sí misma, altera
el equilibrio y el entendimiento hasta el punto de hacer prácticamente
imposible la defensa eficaz porque la lógica de las pruebas objetivamente
no siempre es eficaz, e incluso puede perjudicar más aún al
imputado surtiendo efectos judiciales contraproducentes sean cuales fueren
los testimonios, documentos y pericias que se pretende utilizar como pruebas
de descargo para ser exculpado. Éste que se señala es un drama
que han vivido, viven y probablemente seguirán viviendo muchos "grandes
incriminados".
Hay un perverso efecto judicial, pero también social y psicológico,
que hace parecer más culpable aún al que se defiende bien, pero
no sólo es injusto, sino que resulta ser tremendamente maligno, el
sospechar más de quien se defiende bien, sólo porque se defienda
bien, como si la única prueba moral de la inocencia fuera la torpeza.
Pues bien, afortunadamente se puede ser, tanto dentro del procedimiento judicial,
como en el entorno personal o social y ante la opinión pública,
muy hábil, brillante, inteligente, elegantemente culto y plenamente
exitoso también cuando se hace frente a una acusación falsa
o infundada presentada con más o menos malicia. Y también se
puede ser mentiroso, zafio, malicioso y maligno acusando, y conseguir la condena
del acusado, lamentablemente. Pero lo genial, lo sublime, y lo mejor para
el imputado inocente al que se ha dejado casi indefenso, es hacer lo justo
y exactamente suficiente, en el momento preciso, para salir limpiamente fortalecido
del trance, mucho más allá del judicial sobreseimiento y archivo
de la denuncia.
Desde esta perspectiva, y tratando de respetar todos los derechos tanto
de la acusación, como especialmente del imputado, resulta interesante
distanciarse por decidida elevación intelectual y abstraer las propias
sensaciones y los argumentos que cada uno puede haber utilizado para su defensa,
remontándonos a la que posiblemente sea la primera gran acusación
"filosóficamente injusta" con la peor de las condenas posibles de la
que tenemos testimonios históricos detallados, nada menos que por su
discípulo, y ante la cual, el maestro Sócrates, como bien sabemos
por los diálogos de Platón, se defiende de un modo que puede
recordar de alguna manera otros casos bastante más próximos
y recientes.
Citemos la acusación jurada a la que tuvo que enfrentarse el filósofo:
"
Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar
las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento
más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros
" (PLATÓN, DIÁLOGOS, Tomo I, APOLOGÍA DE SÓCRATES,
19 b-c, Traducción de J. Calonge, Biblioteca Básica Gredos,
2000, pág. 16, pasaje que se incluye completo al final de este texto).
Y recordemos también cómo empieza Sócrates su defensa
(o.c. 17 a-b, pág. 13), así: "
No sé, atenienses, la
sensación que habéis experimentado por las palabras de mis acusadores.
Ciertamente, bajo su efecto, incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme;
tan persuasivamente hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han
dicho nada verdadero. De las muchas mentiras que han urdido, una me causó
especial extrañeza, aquella en la que decían que teníais
que precaveros de ser engañados por mí porque, dicen ellos,
soy hábil para hablar. En efecto, no sentir vergüenza de que
inmediatamente les voy a contradecir con la realidad cuando de ningún
modo me muestre hábil para hablar, eso me ha parecido en ellos lo más
falto de vergüenza, si no es que acaso éstos llaman hábil
para hablar al que dice la verdad. Pues si eso dicen, yo estaría de
acuerdo en que soy orador, pero no al modo de ellos. En efecto, como digo,
éstos han dicho poco o nada verdadero..."
Parece que Sócrates tiene mucha razón, y en cualquier caso,
parece también que sus acusadores no la tienen, ni pueden tenerla,
porque en ningún caso ni bajo ninguna ley puede ser delito lo que Sócrates
hizo, sino más bien justo lo contrario. Pero lo cierto es que él
es condenado a morir, y que incluso acaba aceptando su fatal destino. Ése
es el peligro, porque no fue ni el primer ni será el último
pensador acusado de un delito que no lo es, en un proceso en el que queda
indefenso (recordemos a Anaxágoras, que tuvo que exiliarse en época
de Pericles por interpretar correctamente lo que era un meteoritio, y mucho
después, a Galileo Galilei, que tras desdecirse de sus correctas teorías
astronómicas, tuvo que desdecirse, posiblemente aconsejado por su
sensata hija, ante la iglesia y la no tan santa inquisición, pero
concluyendo con su genial frase ¡Y sin embargo, se mueve!, que parece
ser que él dijo literalmente como "
Eppure si muove" en voz
medidamente baja), pero sí que Sócrates parece que es el primer
gran filósofo a quien su coherencia le costó la vida. La abnegación
filosófica y su capacidad para sufrir en su persona el castigo que
sus ideas y sus inquietudes no merecían, puede que haya sido la peor
de todas las enseñanzas del gran maestro de Platón.
Personalmente, han sido las inquietudes criminológicas las que me
han movido a buscar causas de causas hasta la última causa a la que
se dedica la filosofía, en estos momentos como modestísimo y
muy humilde estudiante de primer curso, pero tengo una extraña sensación
al ir conociendo los antecedentes, las circunstancias de la acusación,
condena y muerte de Sócrates y sus consecuencias históricas,
porque en mi opinión, tal vez el idealismo platónico y la lucidez
del sacrificado protagonista impida ver las claves criminológicas
de tan histórico caso. Si he que volver a recordar aquí lo
estudiado en la criminología para analizar la de la Apología
de Sócrates al Fedón en los DIÁLOGOS, veo con claridad
que hay que simplificar los clásicos elementos de la criminología
básica: el
delito, el
delincuente, la
víctima
y el
escenario del crimen. Intentemos perfilar lo que es, y lo que
no es, lo que queremos definir aquí como el síndrome forense
de Sócrates.
El "presunto" delito de Sócrates
"
Sócrates comete delito y se mete en lo que no debe al investigar
las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento
más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros
". O lo que es lo mismo, se criminaliza la curiosidad y el talento para
romper misterios, lo que no puede dejar de ser el mayor de los méritos
del filósofo, y lo que más admirable resulta en él.
¿Cuántas veces ha ocurrido algo así desde entonces?
No hace mucho, Nelson Mandela aceptó mantener una conversación
con el fiscal que le había acusado de algo parecido. Han trascendido
algunos detalles de la conversación que evidencian el arrepentimiento
del fiscal que alegó haber hecho sólo el trabajo que le habían
encargado, y la magnanimidad del líder que sin poder olvidar, perdona.
Pero lo cierto es que pocas cosas impiden realmente que algo así vuelva
a ocurrir, porque son muchos los políticos, y los funcionarios que
sólo hacen el trabajo que se les encarga, para impedir, disuadir y
reprimir el deseo de conocer más allá de lo que ellos mismos
consideren apropiado en cada momento.
No habiendo un esencialmente delito, pero sí implacable acusación,
lo que hay ciertamente es una denuncia falsa y/o delito simulado, y en cualquier
caso, una calumnia. Siempre hay un claro dilema jurídico consecuente
cuando se formula una acusación, porque si no hay delito, el que acusa
comete una calumnia, y por lo tanto, desde el mismo momento en el que se acusa,
algún delito sí que hay, indefectiblemente. La pura lógica
es muy clara en este punto, pero la administración de justicia, desde
tiempos inmemoriales, mira a otro lado como si temiera perder clientela disuadiendo
al acusador de formular más acusaciones inciertas en el futuro. El
escenario, en el sentido más amplio y abstracto, está conceptualmente
relacionado con el de delito, porque criminológicamente analizado
el "presunto" delito de Sócrates lo es, y sólo lo es, en ciertos
escenarios. Lo permanentemente preocupante es que los fundamentalismos de
cualquier índole sigan configurando escenarios, en el espacio y en
el tiempo, en los que pueda ser considerado como un delito "el filosofar".
La Historia demuestra que no bastan frases proféticas o apodícticas,
sin duda bien intencionadas, como "
el que esté libre de pecado que
tire la primera piedra" o "
no juzguéis y no seréis juzgados
", porque la solución que proponen, o mejor dicho, donde no proponen
solución, es precisamente en el caso que nos ocupa, cuando ya se ha
formalizado la acusación y parece imposible que el acusador se desdiga
o la retire. Todo niño, seguro que también Meleto cuando fue
niño, ha investigado lo que sus padres no querían que investigase,
y ése es precisamente el llamado "pecado original", representado por
la prohibida manzana fruto del árbol de la Ciencia del Bien y del
Mal. Además, la causa del problema no está tanto en el juez,
como en el acusador. Una introspección en la conciencia de Meleto
puede resultar tan difícil como indagar en los pensamientos más
íntimos de algunos fiscales poco sanos, crípticos y herméticos
más que ningún otro profesional del derecho. Son los peores
fiscales y los querulantes entusiastas cazadores de brujas los que envenenan
o queman a los filósofos y a los científicos, y sólo
analizándoles profundamente puede encontrarse el antídoto para
la cicuta que administran perversamente con sus acusaciones contra el que
"
se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas
y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil
y al enseñar estas mismas cosas a otros".
Más que una opinión, lo que tengo es una dolida crítica
hacia Sócrates (sí, yo me atrevo a criticarle así y
pienso que somos muchos los lectores de Platón los que tenemos una
sensación agridulce, como si nos hubiera decepcionado un maestro),
porque sea cualfuere la consideración que tengamos hacia su actitud,
y no sólo por lo poco que hizo en su propia defensa, sino sobre todo,
por lo que hubiera podido hacer y no hizo, lo que la humanidad no puede perdonar,
y yo al menos no perdono a quien dignificó la filosofía, es
haber dado vida a una forma de reprimirla, porque de no haber tenido tanto
éxito acusador Meleto, posiblemente las ideas, o mejor dicho, la falta
de buenas ideas de Torquemada y Robespierre, pero también Hitler,
Stalin y Roosevelt, hubieran costado menos vidas. El éxito de Meleto
es, por mucho que admiremos la dignidad y la entereza ante la adversidad,
el fracaso de cuanto Sócrates defendía, y es también
la esperanza de mucho acusador de filósofos que sigue naciendo, reproduciéndose
y muriendo sin que se sepa lo suficiente como para neutralizarlos antes de
que sea demasiado tarde.
No defenderse bien no es un delito, pero sí que es una gran decepción
para los admiradores de un maestro ver cómo pudiendo salvarse, decide
resignarse a cumplir la pena con dignidad. Por eso, la condena que me he atrevido
a proponer para Sócrates se entiende con la acusación de haber
podido ilustrarnos también sobre cómo sobrevivir a los riesgos
de no ser comprendidos, porque además de habernos enseñado algo
muy importante, hasta el mismo Meleto habría sido algo mejor antes.
Tampoco podemos cargar sobre Meleto toda la responsabilidad de la acusación,
condena y (auto)ejecución de Sócrates, porque son las leyes
las que permiten que las aberraciones más injustas ocurran. Sería
necesario estudiar las leyes de Atenas, tanto sobre los delitos de impiedad,
como sobre los procedimientos para enjuiciarla, para comprender profundamente
cómo se reparten la culpa Meleto, y la ciudad que vio nacer la democracia,
y morir a Sócrates.
Afortunadamente, la Constitución Española, en su Artículo
16, dice:
1. Se garantiza la libertad
ideológica, religiosa y de culto de los individuos y las comunidades
sin más limitación, en sus manifestaciones, que la necesaria
para el mantenimiento del orden público protegido por la ley.
2. Nadie podrá ser obligado a declarar sobre su ideología,
religión o creencias.
3. Ninguna confesión tendrá carácter estatal. Los poderes
públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad
española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación
con la Iglesia Católica y las demás confesiones.
Pero conviene no olvidar nunca que, para cultivar la Filosofía y
proteger a los que se aventuran en su busca, no basta con intentar neutralizar
a los Meletos de nuestros días, zafios acusadores de muchos filósofos
incluso desde medios de comunicación masiva, sino que también
hay que impedir que se promulguen leyes que imposibilitan la libertad ideológica
o filosófica, incluso por muy pequeños detalles. El diablo se
esconde, precisamente, en los pequeños resquicios que dejan al mal
muchas leyes. No es difícil encontrar graves contradicciones y perversiones
en viejas leyes españolas, todavía vigentes y con gran importancia
para el ejercicio de derechos y libertades fundamentales, que se encuentran
en clara y grave contradicción con el espíritu y la letra de
la Constitución Española. No sólo pongo un ejemplo,
sino que analizo la parte que más me ocupa y preocupa de la Ley de
Enjuiciamiento Criminal de 1882, en la parte que se dedica, en mi opinión
de forma torpe, obtusa y fosilizada, en el derecho a la prueba, y a la interpretación
pericial de las pruebas, según comento de manera muy crítica
en la página
http://www.cita.es/criminalista
Aún antes de que Sócrates inspirase a Platón y a Aristóteles,
Parménides ya hizo pensar en la necesidad del ser, y en la imposibilidad
del no ser. El poema de Parménides tiene elementos y perspectivas
que permiten distinguir planteamientos de prueba positivos, sobre lo que
es, o lo que fue, de los negativos, sobre lo que no es, o lo que no fue,
porque es lícito proponer probar lo que es, o lo que fue, pero es
diabólico forzar la prueba de lo que no se es, como pretendía
la Inquisición con las brujas, que tenían que probar que no
lo eran, de la misma manera que Sócrates tuvo que intentar probar,
entre otras cosas, que no era impío y que no corrompía a los
jóvenes.
Estoy convencido de que, en ciertas circunstancias, el espíritu de
Sócrates, de ser consultado como perito judicial en España,
hubiera podido ser acusado de lo que la Ley de Enjuiciamiento Criminal, y
la interpretación que de ella hacen algunos jueces instructores y fiscales,
como desobediencia. Esperamos poder defendernos mejor de lo que él
lo hizo, sin tener que "pensar obedientemente". Y es muy lamentable que no
haya un poco más de filosofía, de ésa a la que Aristóteles
llamó filosofía primera, u Ontología Fundamental, o
lo que más tarde el orden casual de sus libros acabó haciendo
que se llamase Metafísica, al menos, en la pericia judicial en instrucción
penal, como se pretende proponer en
http://www.cita.es/criminalista
La prueba diabólica de hechos negativos, es decir, la demostración
de que lo que no es, ciertamente no es, deja en indefensión al acusado,
y debe ser rechazada, y denunciada, por todo jurista o perito que merezca
el título de tal.
De la misma manera que entiendo que hace falta más filosofía
en la criminología, también percibo que hace falta una perspectiva
criminológica para ser crítico con los peores efectos que tuvo
la condena y muerte por (auto)ejecución de Sócrates, por su
trascendencia histórica.
Relaciones entre Meleto acusador y
Sócrates acusado
Entre Sócrates y Meleto hay una compleja relación acusado-acusador
y víctima delincuente, aunque el supuesto delito esté más
relacionado con la falsedad y simulación judicial, que con el dolo
o la mera culpa de Sócrates. La moderna victimología investiga
estas relaciones, y en este caso, la personalidad, intenciones y circunstancias
de Meleto son muy relevantes. En Eutifrón (final de 2-b, pág.
86 de nuestra edición de Gredos, 2000), Sócrates desprecia ninguneando
a su acusador cuando se le pregunta ¿
Quién es ese hombre
? respondiendo "
No lo conozco bien yo mismo, Eutifrón, pues parece
que es joven y poco conocido. Según creo, se llama Meleto y es del
demo de Piteo, por si conoces a un Meleto de Piteo, de pelos largos, poca
barba y nariz aguileña". Respecto a la acusación, Sócrates
dice (Eutifrón 2-c): "
Me parece que es de altas aspiraciones. En
efecto, no es poca cosa que un hombre joven comprenda un asunto de tanta
importancia. Según dice, él sabe de qué modo se corrompe
a los jóvenes y quienes los corrompen. Es probable que sea algún
sabio que, habiendo observado mi ignorancia, viene a acusarme ante la ciudad,
como ante una madre, de corromper a los de su edad. Me parece que es el único
de los políticos que empieza como es debido: pues es sensato preocuparse
en primer lugar de que los jóvenes sean lo mejor posible, del mismo
modo que el buen agricultor se preocupa, naturalmente en primer lugar, de
las plantas nuevas y, luego, de las otras. Quizá así también
Meleto nos elimina primero a nosotros, los que destruimos los brotes de la
juventud, según él dice. Después de esto, es evidente
que se ocupará de los de mi edad y será el causante de los
mayores bienes para la ciudad, según es presumible que suceda, cuando
parte de tan buenos principios". Muy curiosa manera de hablar de su acusador
Meleto, pero eso es lo que parece que le dijo Sócrates a Eutifron.
La relación entre acusador y acusado es, en cierta forma y a los
efectos de este análisis criminológico, tan compleja o incluso
más enrevesada de lo que pueda serlo la del delincuente con las llamadas
"víctimas cómplices". Por mucha admiración que se tenga
por Sócrates, hay que reconocer que dialécticamente es un gran
provocador, el Gran Provocador Filosófico, diría yo, y que
el desprecio hacia el acusador no es la mejor manera de hacer frente a una
acusación formal. El acusador injusto está preparado para el
odio, e incluso para la derrota, pero no para el ridículo, ni para
el desprecio, porque cuando se siente ninguneado, malévolamente afila,
carga y esgrime más aún las acusaciones hasta encontrar algún
punto débil en el acusado.
Más allá de la irónica provocación, no parece
que se haya encontrado, ni siquiera constan inteligentes búsquedas
de los puntos débiles de Meleto, y no sólo de sus características,
cincunstancias e intenciones personales, sino de ese pequeño o gran
Meleto que todos llevamos dentro. Esa introspección en uno mismo es
la que más ayuda a enfrentarse al Meleto que casi cada día puede
denunciarnos, porque esa malicia está en cada uno de nosotros, y es
la que nos puede dar la fórmula para impedir que alguien pida la pena
de muerte sólo por filosofar. Eso es lo que he intentado en
http://www.cita.es/denuncias/falsas
La querulancia y el delirio pleitista son males universales. El querulante
es un ser maligno capaz de cualquier cosa que sirva para sus siempre interesados
propósitos inquisitoriales, mientras que el delirante es un peligroso
chiflado que pretende hacer de la denuncia una redención que en ningún
caso merece. Ambos suelen sufrir y hacer sufrir el síndrome de Drácula,
porque la acusación en gran medida se aprende, y se aprende mucho más
como acusado que como acusador, siendo frecuente que los peores denunciantes
y querellantes han sido denunciados o querellados antes en una especie de
contagio al que se resistió Sócrates toda su bastante larga
vida, pero al que sucumbió el joven Meleto.
Sería interesante conocer la vejez y los últimos pensamientos
de Meleto sobre su hazaña, porque no sólo Platón debió
de recordar el mal que había hecho acusando a quien no debía
para condenarle a muerte por lo que no era ni podía ser un delito
tan grave en Atenas, porque si bien existían leyes religiosas, la
impiedad no era ni podía ser castigada con una pena tan desproporcionada.
Tal vez, la experiencia singular de Meleto tenga un valor histórico
mucho más ejemplarizador que la muerte de Sócrates, porque
al fin y al cabo la humanidad con Sócrates aprendió a estar
dispuesto a morir, y no estaría nada mal que con Meleto, la humanidad
hubiera aprendido a aprender para no cometer dos veces el mismo error.
El escenario (de la acusación). Procedimiento, sentencia y
ejecución de la condena de Sócrates
A la luz de la Historia, es evidente que Meleto encontró un punto
muy débil en Sócrates, pero es también notorio que Sócrates
parecía acorralado entre varios muros que le resultaron éticamente
infranqueables. En los DIÁLOGOS parece como si Sócrates no hubiera
tenido otra opción que humillarse y echar a perder la imagen de rectitud
moral cuyo ejemplo era la propia vida, y es ahí donde la acusación
pudo acorralar al acusado. ¿Existía alguna forma de mantener
la dignidad de Sócrates? Estoy seguro de que sí, con independencia
de lo injusto que fuera el procedimiento por el que fue juzgado, pero también
estoy seguro de que Sócrates tuvo otros motivos, quizá no todos
tan intencionadamente dignos, para no aceptarla, o no buscar suficientemente
esa tercera vía que aquí se quiere ver, y más aún
para provocar la desproporcionada condena a muerte, porque parece ser que
el procedimiento ateniense le hubiera permitido proponer el exilio, y antes
que dejar su cadáver sin alma hubiera sido un muy digno exiliado con
ella, y eso hubiera supuesto un cambio de escenario. Es posible, y en culquier
caso deseable, que haya alguna opción más, algún pasillo,
entre la incoherencia indigna y la cicuta mortal. Pero Sócrates decidió
lo que decidió, y tuvo, tiene y tendrá las consecuencias que
tuvo, sigue teniendo y presumiblemente seguirá teniendo su muerte.
Desde una perspectiva criminológica, el principal elemento para configurar
un escenario de las características del que nos ocupa y preocupa, es
el marco legal. Por una parte, el código penal define lo que es delito,
y por lo que no se define se deduce lo que no lo es. Por otra, el derecho
procesal penal para el enjuiciamiento del presunto criminal determina lo
que está permitido tanto al acusador, como al acusado. Tanto los códigos
penales como los procedimientos pueden y deben ser comparados a lo largo
de la historia o durante su vigencia y en los distintos lugares geográficos
o ámbitos de cada jurisdicción. El derecho comparado da muchas
perspectivas para comprender mejor lo que pretendemos señalar como
síndrome forense de Sócrates, porque el derecho a filosofar
es más un problema legal que filosófico, y tiene que ser definitivamente
resuelto por juristas y legisladores para que no sea causa de represión,
sufrimiento, o incluso de muerte para los filósofos, en cualquier
momento y lugar.
Evidentemente, hay muchas legislaciones y prácticas en momentos y
lugares mucho más injustos, si es que se puede admitir la comparación,
que los que contemplaron a Sócrates acusado por Meleto, empezando por
considerar peores todos aquellos en los que puede darse la ejecución
sumaria, o menores derechos a la defensa. Lo que más llama la atención
es que sea en Atenas en donde pudo acabar siendo condenado a muerte Sócrates
de la manera en que lo fue. Ni los versos satánicos de Salman Rushdie
en Irán, ni las bromas periodísticas con la memoria de Mahoma
sobre su presumible gusto por la belleza de las misses que iban a concursar
por la corona de Miss Universo en Nigeria (si se considera sólo que
quienes las escribieron y publicaron siguen vivos a pesar de que hayan muerto
cientos de personas en manifestaciones y protestas), han terminado tan mal
como Sócrates en Atenas, el principal protagonista muriendo ejecutado
en la cuna de la filosofía.
El derecho penal comparado me trasciende con mucho, pero el derecho procesal
penal, es decir, el estudio de las leyes de enjuiciamiento criminal de diversos
países, especialmente en lo que podemos denominar como "derecho a la
prueba" y más concretamente, el derecho pericial en criminalística,
sí que me interesa hasta donde se pueda conocer, como queda bien claro
en la página
http://www.cita.es/criminalista
La dignidad de Sócrates en el Fedón, en coherencia con sus
convicciones sobre la inmortalidad del alma, le llevan a evitar a las mujeres
tener que lavar su cadáver cuidando él mismo su higiene bañándose
antes de morir. Pero beber la cicuta él mismo, como se dice que lo
hizo, puede ser considerado como un principio autolítico, origen de
algunas ideas suicidas que puedan haber llegado alguna vez a más jóvenes
y menos filósofos de lo que se supone a Sócrates. Tal vez hubiera,
junto a la dignidad y la coherencia, un poco de pereza, resignación
y fatalismo perfectamente comprensible en un hombre de 80 años, por
muy sabio que fuera, y esa pereza, o la resignación fatal, no es, no
puede ser, imitable por ninguno de los que admiramos a Sócrates.
Nunca, en ningún caso, ni bajo ningún concepto.
La judicialización de la Inteligencia
Muchos juristas y legisladores se han ocupado del control de los servicios
de inteligencia, es decir, de lo que vulgarmente se entiende como espionaje
gubernamental, enfocando sus cautelas y medidas hacia el mayor o menor derecho
a la intrusión para obtener ilícitamente información
de manera excepcionalmente legitimada. Pero pocos han llegado, más
allá de las prohibiciones y excepciones sobre los procedimientos para
conseguir la información, a la definición y protección
del derecho a conocer, e incluso a conocer a quien conoce, y lo que conoce.
No es lo mismo información que inteligencia, ni conocimiento que
reconocimiento. Pero lo que se ha puesto en cuestión desde tiempos
de Sócrates, y probablemente aún antes, es el derecho a todo
ello. La información es poder. Un poder que sólo puede ser
ejercido sobre quienes no la tienen. Eso sí que lo tienen en común
información, inteligencia, conocimiento y reconocimiento, y también
lo tienen en común todos los poderes (legislativo, ejecutivo y judicial,
pero también la prensa, la banca, el clero, los sindicatos con la
actual nobleza o burguesía, y cuantos otros poderes puedan ser concebibles,
y bien informados). Y no perdamos de vista al Ejército, porque la
clase militar no ha permitido todavía la completa desmilitarización
(Miguel de Unamuno decía que es mucho más fácil militarizar
a un civil que civilizar a un militar) de la inteligencia oficial.
Lo implanteable que resulta conocer lo que conoce el que puede conocer más
que nosotros por los privilegios legales que tienen algunos funcionarios,
militares o no, en los servicios de inteligencia, hace que algunos periodistas,
jueces y fiscales, emulen a Meleto acusando de algo parecido a "
investigar
las cosas subterráneas y celestes, al hacer más fuerte el argumento
más débil y al enseñar estas mismas cosas a otros
". El límite legal del derecho a conocer, aunque tenga que ser rompiendo
misterios, es el derecho al secreto. Estos dos derechos son contrarios o
contradictorios (las clásicas lógicas de Aristóteles
y de Santo Tomás distinguen bien entre lo contrario y lo contradictorio
por lo universal, particular o cruzado que pueda ser su enfrentamiento).
La intimidad no es un misterio, pero sí que es un derecho. Y no es
lo mismo, ni filosófica ni jurídicamente, el secreto de los
reyes magos, que el de un ministro, o un subsecretario, o los de los militares.
También hay misterios religiosos, muy distintos del secreto de confesión,
y de cada confesión, concretamente..
Recuerdo el lema de una Escuela Nacional de Inteligencia que dice en su
escudo "De omni re scibili" (sobre todo lo que puede conocerse), y también
recuerdo algunas consideraciones legales sobre el excepcional derecho a la
intrusión, con todas las garantías e incluso posibles compensaciones,
pero no recuerdo ninguna referencia al derecho a conocer más universal,
tanto de los particulares, como de los funcionarios dedicados, precisamente,
a conocer. También recuerdo una frase de alguien oficialmente inteligente
que sentenciaba "la judicialización de la inteligencia es el fracaso
de la inteligencia misma". Si es así, yo espero y deseo algunos fracasos
muy inteligentes, pero también espero y deseo que la filosofía
siempre sobreviva a cualquier fracaso. Derecho a conocer, y derecho a ocultar
suelen afectar a la propiedad intelectual o industrial particular, y al interés
general. La fórmula de la Coca Cola no tiene la trascendencia del
código fuente del sistema operativo Windows, y no parece admisible
que pueda ser perseguible penalmente, con detención policial, el que
se descubra un mecanismo para proteger los intereses que la industria cinematográfica
tiene en la confidencialidad de ciertas líneas de código informático
del sistema DVD, y sin embargo, en un país aparentemente tan civilizado
como Noruega, eso ya ha ocurrido hace poco tiempo.
El siempre difícil equilibrio entre poderes se manifiesta en los límites
de la inteligencia, y también de la contrainteligencia, en mi opinión,
merece algo más del noble espíritu de Sócrates, o del
gran Robert Houdin (para comprender esta cita recomiendo ejecutar detenidamente
la mágica presentación de PowerPoint en
http://www.cita.es/mago.pps
y leer el breve diálogo en
http://www.cita.es/textos/mago.htm
), que del pérfido Meleto o de la bella Matahari. La Ley Orgánica
2/2002, reguladora del control judicial previo del Centro Nacional de Inteligencia
(en la que puede leerse poco más de una página sobre la legalización
de la intrusión excepcional que "constituya una medida que, en una
sociedad democrática, sea necesaria para la seguridad nacional, la
seguridad pública, el bienestar económico del país, la
defensa del orden y la prevención del delito, la protección
de la salud o de la moral, o la protección de los derechos y libertades
de los demás") y la Ley 11/2002, reguladora del Centro Nacional
de Inteligencia (en cuya pomposa exposición de motivos puede leerse
que "la sociedad española demanda unos servicios de inteligencia eficaces,
especializados y modernos, capaces de afrontar los nuevos retos del actual
escenario nacional e internacional, regidos por los principios de control
y pleno sometimiento al ordenamiento jurídico"). Hasta hace bien poco,
la regulación del Centro Superior de Información de la Defensa
(CESID) estaba contenida en una pluralidad de disposiciones, ninguna de ella
de rango legal, y muy contraria al espíritu, y en ciertos casos y normas
a la misma letra de la Constitución Española. Pero Meleto todavía
tiene un amplio margen para actuar en España.
Lo que yo me pregunto, y como creo que hizo Sócrates durante toda
su vida, y no puedo dejar ni de preguntarme, ni de preguntar, por peligroso
y caro que me resulte, es, precisamente, qué es lo que no se me permite
conocer. Y como no lo conozco, obviamente no puedo preguntármelo exactamente,
y son muy pocos los que realmente entienden mis inexactas preguntas, pero
como estudio aplicadamente la Metafísica de Aristóteles y Ontología
Fundamental con Platón, voy encontrando algunas abstracciones que me
permiten enfocar mejor mi luz más precisamente hacia lo que todavía
desconozco, pero sé que sí me gustaría conocer aunque
no sepa exactamente cómo puedo llegar a conocer eso que no conozco.
Por ejemplo, lo que a mí más me gustaría conocer de todo
lo que hablan y escriben los oficiales, todos los oficiales de inteligencia
españoles, es lo que de alguna manera, por sutil que sea, llega a un
fiscal, a cualquiera de los oficiales de inteligencia españoles, como
creo que hubiera debido analizarse más y mejor lo que conocía,
y mucho más aún lo que debería haber conocido pero no
conocía Meleto. Porque lamentablemente, hay demasiados fiscales en
España que tienen mucho más de Meleto, que de Sócrates,
capaces de acusar por lo que no entienden, ni quieren entender.
La historia del CESID, y los pronósticos para las próximas
responsabilidades y actividades del CNI en su relación con la Fiscalía
(el no siempre bien llamado Ministerio Público) en general, y con ciertos
fiscales en particular, recomiendan tener muy presente la acusación
de Meleto, y sobre todo, aprender a mejorar la defensa de Sócrates,
tanto para permitir conocer, como para impedir que un secreto se conozca,
sin que se tenga que morir ni por lo uno, ni por lo otro. Porque si se ha
leído todo lo anterior, ya se ha de comprender muy bien que la muerte
de Sócrates, lamentablemente, tiene mucho futuro para cierta parte
de la inteligencia oficial, pero afortunadamente, también para alguno
de sus mejores objetivos. Al tiempo.
Citas literales como documentación de referencia sobre
Sócrates:
Uno de los textos más fáciles de leer sobre la "Historia de
la Filosofía Griega", en mi modesta opinión, son los dos pequeños
volúmenes con el mismo título de Luciano De Crescenzo, Editorial
Seix Barral, 1987. Sin entrar a valorar su rigor historiográfico, lo
que sí que resulta notorio es su valor divulgativo, un poco al estilo
de las ficciones históricas de Isaac Asimov. Además, disponemos
del texto en formato electrónico gracias a la amabilidad que suponemos
por haber escaneado y ofrecido "El Rincón de Sócrates", en
la página http://www.vianetworks.es/empresas/lua911/html/rincon.html
Advertencia: Hay faltas de puntuación y ortográficas
o aparentemente de tecleado que posiblemente se deban al reconocimiento óptico
de caracteres (OCR) del escaneado de este texto:
¿Cómo es posible no enamorarse de Sócrates? Era bueno
de espíritu, tenaz, inteligente, irónico, tolerante y al mismo
tiempo inflexible. De cuando en cuando nacen en la Tierra hombres de tal envergadura,
hombres sin los cuales todos nosotros seríamos un poco diferentes:
pienso en Jesús, en Gandhi, en Buda, en Lao Tse y en San Francisco.Hay
una cosa, sin embargo, que distingue a Sócrates de todos los otros:
su normalidad como hombre. En efecto, mientras en el caso de los grandes
que acabo de nombrar existe siempre la sospecha de que una pizca de exaltación
contribuyó a configurar un carácter tan excepcional, en lo
referente a Sócrates no hay dudas: el filósofo ateniense era
una persona extremadamente sencilla, un hombre que no lanzaba programas de
redención y que no pretendía arrastrar tras sí turbas
de seguidores. Por sólo decir una cosa, hasta tenía la costumbre,
del todo insólita en el círculo de los profetas, de asistir
a los banquetes, de beber, y si se presentaba la ocasión, de hacer
el amor con una hetera. Al no haber escrito nunca nada, Sócrates ha
sido siempre un problema para los historiadores de la filosofía. ¿Quién
era en verdad? ¿Cuáles eran sus ideas? Las únicas fuentes
directas que poseemos son los testimonios de Jenofonte, los de Platón
y algunos comentarios "por haber oído decir" de Aristóteles,
pero el caso es que el retrato que nos ha dejado Jenofonte resulta completamente
distinto del de Platón, y donde hay coincidencia entre las dos versiones,
el hecho se debe a que el primero ha copiado al segundo;por otra parte,en
lo tocante a Aristóteles existen fundadas dudas sobre su objetividad.
En este estado de cosas, lo único que puedo hacer es contar todo lo
que sé y dejar que el lector se forme su propia opinión.
Físicamente, Sócrates se parecía a Michel Simon, el
actor francés de la década de los 50, y se movia como Charles
Laughton en el film "Testigo de cargo". Nació en 469 en el demos de
Alopece, un suburbio a media hora de camino de Atenas, en las faldas del Licabeto.
Para los apasionados por la astrología diremos que debía tratarse
de un Capricornio, ya que había nacido en los primeros días
del año.La suya era una familia de burguesía media, perteneciente
a la clase de los zeugitas. Su padre, Sofronisco, era un escultor, o quizá
sólo un chapucero de periferia, y su madre, Fenarete, una comadrona.
De su infancia no sabemos prácticamente nada, y, para ser sinceros,
nos cuesta un poco imaginarlo como un niño; de todos modos, siendo
de familia más o menos acomodada, pensamos que siguió los estudios
regulares como todos los muchachos de Atenas, que a los dieciocho años
hizo el servicio militar y que a los veinte llegó a ser hoplita después
de haber conseguido una armadura adecuada. En su juventud ayudó, con
toda seguridad, a su papá, el escultor, en su taller, hasta que un
buen dia Critón, "enamorado de la gracia de su alma" se lo llevó
para iniciarlo en el amor al conocimiento. Diógenes Laercio, en sus
Vidas de los filósofos, cuenta que Sócrates tuvo como maestros
a Anaxágoras, Damón y Arquelao y que fue también amante
de este último, o, para ser más exactos, su erómenos.
De todos modos, sobre este asunto de los amores homosexuales de los filósofos
griegos, lo que resulta realmente absurdo es el analizar tal fenómeno
con la mentalidad propia de un pensar judeo-cristiano, que ha llevado a algunos
a tratar a Sócrates como si fuera un gay.
Sócrates se casó con Jantipa su primera mujer. Por su parte,
Aristóteles nos informa que Sócrates tuvo también una
segunda mujer,una tal Mirto. Sobre el triángulo Sócrates-Jantipa-Mirto
es de destacar la existencia de un divertido fragmento, tomado de una obra
de Brunetto Latini.
Sócrates fue un buen soldado, más aún, digamos mejor
un buen marine: en 432 lo embarcan junto con otros dos mil atenienses y lo
envían a combatir a Potidea. Ocho años después del asedio
de Potidea, lo encontramos combatiendo contra los Beocios. A los cuarenta
y siete años lo llaman nuevamente a las armas y participa en la campaña
de Anfípolis. A pesar de su valor militar, Sócrates, era un
sujeto de grandes convicciones morales que le llevaban a situarse muy lejos
de la violencia. Ello no le librará, sin embargo, de ser acusado de
impiedad por el joven Meleto, lo que le llevará a ser condenado por
sus conciudadanos a beber cicuta.
En vez de contar el proceso, tal como nos lo han transmitido Platón
y Jenofonte,procuraremos revivirlo en directo poniéndonos en el lugar
de dos de los quinientos jueces: un tal EUTÍMACO y un cierto CALIÓN.
-Calión, hijo de Filónides, ¿también tú
entre los heliastas? Por lo que veo, prefieres juzgar a tu viejo maestro a
disfrutar del calor de tu lecho y de la dulce Talesia.
-No creo, Eutímaco, ser el único que esta mañana ha
visto el alba. Aún el Sol no había aparecido sobre los montes
del Himeto, y la ciudad era ya un hervidero de atenienses sedientos de justicia.
Piensa que donde yo vivo, en Escambónida, eran tantos los ciudadanos
que se encaminaban al agorà para asistir al proceso de Sócrates,
que ni siquiera se conseguía caminar por las calles.He visto a muchos
comerciantes confiar sus tiendas a los esclavos más fieles y muchos
amides vaciados en la oscuridad desde los pisos superiores entre las protestas
de los que pasaban.En resumen, había una extraña excitación
en el aire, como si todos fueran a las oscoforias y no a un proceso.
Estamos en febrero del año 399 antes de Cristo; es aún noche
cerrada; miles de atenienses se dirigen al agorá. Cada ciudadano se
hace preceder por un esclavo con una antorcha encendida. En aquella época
hacía falta poco para obstruir una calle de Atenas. A medida que pasa
el tiempo aumenta la cola de los aspirantes a jueces ante las urnas de los
sorteos. Los esclavos públicos, que cumplen funciones de guardia urbana,
para impedir a la multitud de curiosos invadir las zonas reservadas a los
elegidos, tienen extendida ante los accesos la cuerda bermeja. La justicia,en
los tiempos de Pericles,estaba organizada del siguiente modo:los arcontes,al
principio de cada año, sorteaban seis mil atenienses de edad superior
a treinta anos y constituían la Heliea es decir el depósito
del que, cada vez, habrían extraído los quinientos jueces de
cada proceso. El segundo sorteo, el definitivo, tenía lugar durante
la mañana misma de la causa, para evitar que los imputados pudieran
corromper a los jueces.Para efectuar los sorteos diarios a la entrada de los
tribunales habían sido dispuestas las llamadas Cleroterion -El año
pasado -dice Eutímaco- el Destino me favoreció cuatro veces:
tres como juez popular y una como juez del Freattó en un proceso que
tuvo lugar en primavera cerca del Falero.Juzgamos a Auríloco, el hijo
de Damón-explica Eutímaco-. Como yo era amigo del padre, habría
hecho lo imposible por salvarle la vida; pero las pruebas en contra eran
tales y tantas que me vi forzado a pronunciarme por la condena a muerte.
-También por Sócrates temo que no se pueda hacer nada -suspira,
sinceramente compungido, Calión-. Son demasiados los que se sienten
estúpidos ante él, y nadie es más vengativo que quien
se da cuenta de que es inferior.
-Si lo condenan a muerte, de nadie tendrá que quejarse más
que de sí mismo: ¡Sócrates es el individuo más
presuntuoso que ha nacido en el mundo!
-¡Pero si declara a todos que no sabe nada -exclama Calión-,
que es un ignorante!
-¡Y eso es precisamente el colmo de la presunción!-rebate Eutímaco-.
Es como si dijera a todos los hombres:"Yo soy un ignorante, ¡pero tú
que no sabes que lo eres, eres aún más ignorante que yo!" Pues
bien,es natural que si te empeñas en insultar a tu prójimo,antes
o después alguno reaccione y te lo haga pagar.E incluso más.
¿Sabes qué te digo? ¡Que es de veras extraño que
el viejo haya llegado a setenta años sin haber sido exiliado ni una
sola vez por ostracismo!
El ostracismo era un extraño procedimiento muy en boga en aquellos
tiempos, una especie de elección al revés.Cuando un ateniense
se convencía de que un conciudadano podía dañar de algún
modo a la polis, sólo tenía que ir hasta el agorà y
escribir el nombre de su enemigo en el ostracon .
Se presenta Sócrates. Tiene un aspecto sereno:lleva puesto el acostumbrado
tríbon y camina apoyándose en un bastón de roble.
-Ahí está ese viejo irreductible -exclama Calión-.Si
lo miras, parece que, más que a un proceso por impiedad, se dirija
a un banquete: ¡sonríe, se detiene hablar con los amigos y saluda
a todos los que ve!
-¡Es el mismo pesado de siempre! -protesta Eutímaco, más
rabioso que nunca-. Entre otras cosas, no se da cuenta de que el pueblo lo
considera culpable y quisiera verlo asustado y suplicante.
Entretanto, Sócrates ha subido al tribunal: se ha puesto a la izquierda
del arconte-rey y espera con paciencia a que el canciller declare abierto
el proceso.
-Heliastas -proclama el canciller del tribunal-, los dioses han elegido
vuestros nombres de la urna para que podáis absolver o condenar a
Sócrates, hijo de Sofronisco, de la acusación de impiedad hecha
contra él por Meleto, hijo de Meleto.
En Grecia los imputados,cultos o analfabetos -lo mismo daba-, debían
defenderse solos y,cuando no se sentían en condiciones de hacerlo,
tenían la posibilidad,antes del proceso, de convocar a un Logografo.
-Tiene la palabra Meleto, hijo de Meleto -anuncia el canciller, indicando
a un joven de pelo rizado y rebuscado en su forma de vestir.Meleto sube a
la pequeña tribuna reservada a la acusación: su rostro es altanero
y doloroso, como es licito esperar de un poeta trágico. Quiere dar
la impresión de que no le agrada tener que ensañarse con un
viejo como Sócrates.
-¡Jueces de Atenas! -comienza a decir el joven,haciendo girar lentamente
sus ojos para cubrir todo el arco de los jueces que tiene frente a sí-.
Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de corromper a los jóvenes,
de no reconocer a los dioses que la ciudad reconoce, de creer en los dáimones
y de practicar cultos religiosos extraños a nosotros.
Un largo murmullo sale de la multitud: el ataque es seco y preciso. Meleto
calla unos instantes para subrayar mejor la gravedad de lo que acaba de decir.
Después vuelve a hablar recalcando cada palabra:
-Yo, Meleto, hijo de Meleto, acuso a Sócrates de inmiscuirse en cosas
que no le atañen; de investigar sobre lo que hay bajo tierra y lo que
hay sobre el cielo y de discurrir con todos y acerca de todo, intentando siempre
hacer aparecer como mejor la razón peor.¡Por estos delitos solicito
a los atenienses que se lo envíe a muerte!
En esta última frase todos se vuelven hacia Sócrates para
observar sus reacciones. El filósofo tiene en el rostro una expresión
de asombro: más que un acusado, parece un espectador. Eutímaco
golpea con el codo a Calión y comenta la situación, diciendo:
-Temo que Sócrates no se dé cuenta del lío en que se
ha metido. Meleto tiene razón: todos saben que Sócrates no ha
creído nunca en los dioses. Se dice que un día dijo: "Son las
nubes, y no Zeus, quienes provocan la lluvia; de otro modo, si sólo
dependiera de Zeus, veriamos llover también cuando el cielo está
sereno".
-A decir verdad - objeta Calión-, es Aristófanes quien hace
decir estas cosas a Sócrates y no Sócrates quien las dice.Entretanto,
el proceso prosigue su curso y, después de Meleto, suben a la tribuna
otros dos acusadores:Anito y Licón.
-Me ha contado Apolodoro -dice Calión- que ayer por la noche Sócrates
se negó a que Lisias lo ayude.
-¿Le había escrito un discurso de defensa?
-Sí, y parece que se trataba de un discurso extraordinario.
-Lo creo: ¡el hijo de Céfalo es el mejor de todos en Atenas!
¿Y cómo es que se negó?
-No sólo se negó, sino que hasta reprochó a Lisias
por ofrecerse a ayudarlo. Le ha dicho: "Tú con tus triquiñuelas
verbales querrías engañar a los jueces por mi bien. ¿Y
cómo piensas conseguir lo que es bueno para mí, si al mismo
tiempo urdes tramas contra las Leyes?
-¡El presuntuoso de siempre!
Anito y Licón han acabado en estos momentos su intervención.
El canciller da vuelta a la clepsidra de agua que controla el tiempo de las
arengas y proclama:-¡Y ahora tiene la palabra Sócrates, hijo
de Sofronisco!
Sócrates echa una mirada en torno, como si quisiera tomarse su tiempo,
se rasca el cuello, mira al arconte-rey e inmediatamente después se
vuelve a los jueces.
-No sé qué impresión habéis experimentado vosotros,
atenienses, al oír las razones de mis acusadores.Lo cierto es que ha
sido tal y tan grande la persuasión de éstos que, si no se
tratase de mi persona,también yo creería en sus palabras.El
caso es que estos ciudadanos no han dicho absolutamente nada que tenga que
ver con la verdad.Y ahora me perdonaréis si no os hago un discurso
adornado con bellas frases. Hablaré como estoy acostumbrado a hacerlo,
sin ceremonias, pero en compensación procuraré decir siempre
lo justo, y vosotros debéis fijaros sólo en esto: ¡si
lo que estoy por decir es justo o no!
-¡Hete aquí que ya comienza con sus discursos tortuosos! -exclama
Eutímaco, dando señales de impaciencia-. ¡Por Zeus, qué
antipático me resulta!
-¡Cálmate, Eutímaco! -le solicita Calión-. Y
déjame oír.
-Quiero contaros -dice Sócrates- un extraño episodio que le
ocurrió a Querefonte, un queridísimo amigo mío desde
la juventud.Un día se marchó a Delfos y osó hacer al
oráculo esta extraña pregunta: ¿Hay alguien en el mundo
más sabio que Sócrates? ¿Y sabéis qué respondió
Apolo Pitio? No hay nadie en el mundo más sabio que Sócrates.
Imaginaos mi sorpresa cuando Querefonte me relató la respuesta: ¿qué
habrá querido decir el dios? Yo sé que no sé ni poco
ni mucho, y desde el memento que el dios no puede mentir, me pregunto: ¿qué
habrá escondido bajo el enigma? De ello puede dar testimonio el hermano
de Querefonte, ya que él ya no se encuentra entre los vivos.
-¡Me gustaría saber qué tiene que ver toda esta historia
de Querefonte con la acusación de impiedad!-estalla Eutímaco-.
Si hay algo que no soporto en Sócrates es justamente ese modo suyo
de tomar las cosas tan de lejos: ¡sólo por eso lo condenaría
a muerte!
-Y para comprender el mensaje del dios -continúa Sócrates
con la mayor calma- me puse en acción y fui a ver a uno de esos que
tienen fama de ser sabios.No os diré el nombre, atenienses: basta
con saber que era uno de nuestros políticos . Y bien,este buen hombre
me pareció, sí, que tenía aire de sabío, pero
que, en realidad, no lo era en absoluto. Entonces procuré hacérselo
entender y él, por esta causa, me cobró odio. Inmediatamente
después fui a ver a algunos poetas : cogí sus poesías,
o al menos las que me parecían mejores, y les pregunté qué
querían decir. Ciudadanos..., me da vergüenza deciros la verdad...
¡Quien peor razonaba, sobre una composición poética cualquiera,
era justamente su autor! Después de los políticos y los poetas
me dirigí a los artesanos y... ¿a qué no adivináis
qué descubrí? Que ellos, conscientes de ejercer bien su profesión,
pensaban que eran sabios también en otras cosas, incluso más
importantes y difíciles. A esa altura comprendí lo que había
querido decir el oráculo:"Sócrates es el más sabio de
los hombres porque es el único que sabe que no sabe".Entretanto,sin
embargo, me había atraído el odio de los poetas, de los políticos
y de los artesanos; y no es casualidad que hoy me vea acusado en el tribunal
por Meleto que es un poeta, por Anito que es un político y artesano
y por Licón que es un orador.
-Lo que has dicho, Sócrates, son sólo insinuaciones -rebate
Meleto-. Defiéndete más bien de la acusación de corromper
a los jovenes.
-¿Y cómo piensas, Meleto, que puedo corromper a los jóvenes?
-Diciéndoles que el Sol es una piedra y que la Luna está hecha
de tierra -responde Meleto.
-Creo que me has confundido con otro: los jóvenes pueden leer todo
eso cuando lo deseen, comprándose por una dracma los libros de Anaxágoras
de Clazomene en cada esquina del agorà.
-¡Tú no crees en los dioses! -grita Meleto, poniéndose
de pie y amenazándolo con el dedo índice- ¡Tú crees
sólo en los Daímones!
-¿Y quiénes serían éstos? -pregunta Sócrates
sin perder la compostura. ¿Hijos malvados de los dioses? Así
pues, afirmas que no creo en los dioses. sino sólo en la existencia
de los hijos de los dioses. Es como decir que creo en los hijos de los caballos,
pero no en los caballos.
Una carcajada del público cubre durante unos instantes la voz de
Sócrates. El filósofo espera que el auditorio preste de nuevo
atención, luego de lo cual se vuelve al segundo acusador.
-Y tú, Anito, que solicitas mi muerte, ¿por qué no
has traído aquí, ante los jueces, a todos esos jóvenes
a los que yo habría llevado a la perdición? Para salirte al
paso, yo mismo habría podido indicártelos. Hoy muchos de ellos
se han hecho viejos y podrían testimoniar contra mi, confirmando que
los he corrompido. Helos allí, mirándonos: aquél es
Critón,con su hijo Critóbulo, y luego está Lisanias
de Sfecto, con su hijo Esquines, y también Antifonte de Cefisia, Nicóstrato,
Paralio, Adimanto con su hermano Platón, y veo también a Ayantadoro
con su hermano Apolodoro. Tal vez, Anito, podría apaciguarte si prometiera
marchar al exilio y no hacerme ver más por aquí. Pero créeme:
obedecería sólo para hacerte un favor, dado que en verdad estoy
convencido de que eso dañaría mucho a los atenienses. En cambio
no dejaré de estimularos,de persuadiros, de reprocharos uno por uno,
de no daros tregua todo el día, donde sea que os halléis,como
un tábano que pica los flancos de una yegua de buena raza que quiere
dormir, porque eso es lo que me pide el dios Apolo. Ciudadanos, la yegua de
la que estoy hablando es Atenas, y sí me condenáis a muerte
no encontraréis tan fácilmente otro tábano que pueda
mantener despierta vuestra conciencia. Ahora, basta:las razones que podía
deciros ya las he dicho. En este momento debería hacer entrar los amigos,
los parientes y mis hijos más pequeños para invocar vuestra
piedad, según es costumbre de muchos. Yo también tengo familia:
tengo tres hijos, pero no os los muestro porque está en juego mi reputación
y la vuestra. El juez no debe indultar a quien lo conmueve, sino que debe
solo hacer caso a las Leyes. Cae la última gota de agua de la clépsidra.Sócrates
da por terminado su discurso y retrocede para ir a sentarse en un escabel
de madera colocado a sus espaldas. Sus amigos más quendos, con un
timido aplauso, íntentan rovocar el acuerdo del público, pero
la tentativa cae en medio del desinterés general. Dan comienzo las
votaciones.
-No tengo ninguna duda: ¡es culpable! -sentencia Eutímaco poniéndose
de pie-Y aunque no lo fuese, lo condenaría igualmente. Sus discursos,
su continuo poner en duda las convicciones de los demás, no es útil
a la polis. Sócrates difunde inseguridad: es un derrotista. ¡Cuanto
antes muera, mejor para todos!
-Yo, en tu lugar no estaría tan seguro -rebate Calión con
ardor-.Una ciudad que se respete debe tener siempre alguien que la vigile,
y Sócrates es el único en condiciones de hacerlo: es imparcial,
no es un político, y sobre todo es pobre. Aunque fuese culpable, no
ha obrado con toda seguridad para favorecerse.
-¿Y tú, Calión, piensas que la pobreza es un buen ejemplo
para los jóvenes? ¿Quieres que nuestros hijos crezcan como él?
Recorriendo de arriba abajo el agorà,preguntándose continuamente
unos a otros: «¿Qué es el bien? ¿Qué es
el mal? ¿Qué es lo justo? ¿Qué es lo injusto?.
Eutímaco, sin esperar la respuesta, se levanta de golpe y con el
Psephos en la mano se encamina hacia las urnas. Mientras pasa entre los escanos,
procura influir también en los otros jueces. -¡Basta de Sócrates!
¡Saquémoslo de en medio de una vez por todas! Sostiene ser un
tábano que pica a Atenas. Muy bien, le tomo la palabra: ¡qué
caballo no intenta liberarse de sus tábanos,qué caballo no lo
aplastaría, si tuviese manos?
Calión aún vacila: interroga a sus vecinos para comprender
cuál es la opinión de la mayoría. Al parecer, el jurado
se ha dividido en dos partidos casi iguales: los que odian a Sócrates
y los que sostienen que es el mejor hombre del mundo. Cada uno, mientras espera
su turno ante las urnas, defiende la propia tesis. Entretanto, los que ya
han votado se acomodan como pueden en los escanos para tomar un bocado .
Abren el cesto de las viandas y extraen de el sardinas, aceitunas y galletas
de maza . Antifonte, después de haber pedido permiso al presidente
de los Once, le lleva a Sócrates una bandeja con higos y nueces. Pero
he aquí que finalmente se escrutan las urnas.
-¡Ciudadanos de Atenas! -proclama con solemnidad el canciller-.Ésta
es la sentencia emitida por los Heliastas: votos blancos, 220; votos negros
280. ¡Sócrates, hijo de Sofronisco, es condenado a muerte!
Un "oh" de turbación se eleva de entre el pueblo apiñado detrás
de las barandillas. Critón oculta el rostro entre las manos. El canciller,
después de una breve pausa, retoma la palabra:-Y ahora, según
la ley de Atenas, pedimos al condenado que proponga él mismo una pena
alternativa. Sócrates vuelve a ponerse de pie, mira alrededor y abre
los brazos en señal de desconsuelo.
-¿Una pena alternativa? ¿Y qué he hecho para merecer
una pena? Durante toda la vida he descuidado mis intereses personales, mi
familia y mi casa. Nunca he aspirado a mandos militares ni a honores públicos.
No he participado en conjuras ni en otras formas de sedición. ¿Qué
penas corresponden a quien ha hecho esto? No quisiera equivocarme, pero creo
tener derecho sólo a un premio, el de ser alojado y mantenido en el
Pritaneo a expensas del Estado.
Un coro de protestas cubre estas últimas palabras. La absurda solicitud
del filósofo, para muches jueces, suena como una tomadura de pelo o
una verdadera provocación. Sócrates mismo se da cuenta de que
ha exagerado.Vuelve a tomar la palabra y procura apaciguar al auditorio:
-De acuerdo, de acuerdo, mis queridos conciudadanos: me hago cargo de que
me habéis entendido mal. Algunos han tomado mi sentido de la justicia
por un acto de arrogancia. Pero decidme con franqueza: ¿qué
podría haber propuesto como pena? ¿La cárcel? ¿El
exilio? ¿Una multa en dinero? ¿Y qué multa podría
pagar yo, que nunca he enseñado por dinero? Como mucho, estaría
en condiciones de ofrecer una mina de plata.
La protesta se hace más rabiosa.Una mina de plata es poco más
que nada como alternativa a una sentencia de muerte. Parece como si Sócrates
estuviera haciendo lo imposible por ser condenado.
-Está bien -suspira Sócrates, señalando a Critón
y a sus otros discípulos-. Aquí están mis amigos que
insisten para que me multe a mi mismo por treinta minas. Ellos mismos, según
parece, se ofrecen como garantes.
Comienza así la segunda votación: condena a muerte o multa
por treinta minas. Lamentablemente, la primera "pena" propuesta por el filósofo
(la de ser alojado y mantenido en el Pritaneo a expensas del estado) ha irrìtado
de tal modo a los jueces, que muchos de los que en un primer momento se habían
puesto de su parte, ahora se le ponen en contra. Esta vez los guijarros de
la urna negra son mucho más numerosos: 360 contra 140.
-Ciudadanos atenienses -concluye ya Sócrates-, temo que hayéis
asumido una gran responsabilidad ante la Polis. Era viejo: bastaba con esperar
y la muerte habría llegado por sí misma, de modo natural. Actuando
así no teneis ni siquiera la seguridad de haberme castigado.¿Sabéis
por ventura qué es morir? Con seguridad, una de estas dos cosas: o
un caer en la nada, o transmigrar a otra parte.En la primera hipótesis,
creedme, la muerte podría ser una gran ventaja:no más dolores,
no más sufrimientos; en el segundo caso, en cambio, tendría
la suerte de encontrarme con muchísimos personajes excepcionales.¿Cuánto
pagaría cada uno de vosotros por hablar cara a cara con Orfeo, con
Museo, con Homero o con Hesíodo? ¿O con Palamedes y con Ayax
de Telamón que murieron ambos por haber sido tratados de manera injusta?
Pero ha llegado la hora de partir: yo a morir y vosotros a vivir. Quien de
nosotros ha tenido mejor destino es oscuro para todos, fuera de los dioses.
¿Por qué fué condenado a muerte Sócrates? A
2.400 años de distancia todavía hay quien se hace esta pregunta.Los
hombres, para vivir, tienen necesidad de certezas, y cuando éstas no
existen, hay siempre alguien que se las inventa por el bien común.
Ideólogos, profetas, astrólogos, unos de buena fe, otros sólo
por interés, sacan a la luz continuamente verdades con que aliviar
las angustias de la sociedad. Si entonces llega un hombre a sostener que no
hay nadie que verdaderamente sepa algo,entonces ese hombre se convierte súbitamente
en el enemigo público número uno de los políticos y
de los sacerdotes. ¡Ese hombre debe morir!
Platón ha dedicado al proceso y muerte de Sócrates cuatro
diálogos: -el Eutifron , donde vemos al filósofo, aún
en libertad, dirigirse al tribunal para conocer las acusaciones de que lo
ha hecho objeto Meleto; - la Apología , con la descripción
del proceso; - el Critón , con la visita en la cárcel de su
amigo más querido;- el Fedón, con los últimos instantes
de su vida y su discurso sobre la inmortalidad del alma.Son obras que los
editores publican una y otra vez sin cesar,incluso reuniéndolas en
un solo volumen, y nosotros aconsejamos su lectura a todos los que quieran
conocer más a fondo el carácter y las ideas del gran filósofo.
Sócrates no fue ajusticiado inmediatamente después del proceso.
Justamente en esos días había partido la embajada a Delos .
y la tradición quería que durante el viaje de la Nave Sagrada
se prohibieran las ejecuciones capitales. Después de unos veinte dias
lo encontramos aun en la cárcel con su paisano y coetaneo Critón.
Es el alba: Sócrates duerme aún y Critón se sienta
a su lado en silencio.En un momento dado el filósofo se despierta
de golpe;ve a su amigo y le pregunta:
-¿Qué haces aquí, Critón, a esta hora? ¿No
es demasiado pronto para las visitas?
-Sí, es temprano: es apenas el alba.
-¿Y cómo has hecho para entrar?
-He dado una propina al servidor de los Once.
-¿Y estás aquí hace mucho?
-Así es.
-¿Y por qué no me has despertado en seguida?
-Porque dormías tan tranquilo, que me daba lástima despertarte
-responde Critón-· ¡Me pregunto cómo puedes encontrar
tanta serenidad en medio de semejante desventura!
-Extraño sería lo contrario, Critón -responde Sócrates
sonriendo-· Piensa qué ridículo sería si, a -mi
edad, sintiese amargura por tener que morir.
Critón, en el diáldgo que lleva su nombre, se comporta aproximadamente
como el doctor Watson con Sherlock Holmes: el maestro habla y él lo
interrumpe sólo para decir "dices la verdad, Sócrates", o "Eso
es, Sócrates". En compensación, el filósofo tiene mucho
más tacto que su colega inglés: no humilla jamás a su
amigo con un despiadado "¡Elemental,Critón!". Al final advertimos
que el diálogo no es sino un monólogo de Sócrates.
-¿Por qué has venido tan temprano, mi buen Critón?
-Estoy aquí, Sócrates, para traerte una noticia dolorosa -responde
Critón con tono desesperado-. Algunos amigos me han contado que la
Nave de Delos acaba de doblar el cabo Sunion. Hoy, o como máximo mañana,
tendria que llegar a Atenas.
-¿Y qué tiene de extraño? Antes o después tenía
que llegar -replica Sócrates-. Quiere decir que así les ha parecido
bien a los dioses.
-No hables de este modo: déjate convencer y salva tu vida. Ya me
he puesto de acuerdo con los carceleros: ni siquiera me piden mucho dinero
para dejarte huir. Y, de todos modos, se han ofrecido a financiar tu fuga
también Simias de Tebas, Cebes y muchos otros. Por favor,que el dia
de mañana nadie pueda decir: "Critón, por no gastar su dinero,
no ayudó a Sócrates a huir".
-Estoy listo para emprender la fuga: pero primero quísiera que decidiéramos
juntos si es justo que intente salir de la cárcel contra la voluntad
de los atenienses. Pues si es justo, lo haremos, y si es injusto, nos abstendremos
de hacerlo.
-Dices bien, Sócrates.
-¿No crees, Critón, que en la vida no debemos cometer injusticia
por ninguna razón?
-Por ninguna.
-¿Ni siquiera si antes se ha cometido injusticia?
-Ni siquiera en este caso.
-Y supongamos que justamente en el momento en que estuviera por escapar,
nos salieran al encuentro las Leyes y nos preguntaran: "Dinos, Sócrates,
¿qué intentas hacer? ¿No meditas acaso destruirnos, a
nosotras, que somos las Leyes, y con nosotras a toda la ciudad?" En tal caso,
¿qué podríamos responder a estas y otras palabras semejantes?
¿Responderíamos tal vez que antes de la fuga nos fue infligida
una condena injusta?
-Claro, responderíamos eso.
-¿Y si las Leyes me dijeran: " Entérate, Sócrates,
de que es necesario obedecer a todas las sentencias,sean éstas justas
o injustas, ya que toda la existencia del hombre está regulada por
las Leyes. ¿No fuimos acaso nosotras quienes te dimos la vida? ¿Y
no ha sido gracias a nosotras que tu padre se casó con tu madre y te
engendró? ¿Y no fuimos también nosotras quienes te enseñamos
a respetar a la patria y a no retroceder ante el enemigo? Si éstas
fueran las preguntas, ¿qué podríamos responder: que
dicen la verdad o que son falsas?
-Que dicen la verdad.
-Y pese a eso, tú querrías que yo, después de haberme
disfrazado de modo grotesco con un gabán, tal vez con vestidos de mujer,
me escapara de Atenas, para ir a Tesalia, donde los hombres están habituados
a vivir en medio del desorden y el desenfreno, y todo para prolongar unos
añitos una vida que ya toca a su fin. ¿Y qué razonamientos
podría yo hacer aún sobre la virtud y la justicia después
de haber quebrantado las Leyes?
-Ninguno, a decir verdad.
-Como ves, mi buen amigo, no me es en absoluto posible huir; pero si estás
convencido de poder persuadirme aún, habla y te escucharé con
la mayor atención.
-¡Oh, Sócrates, no tengo nada que decir!
-Entonces, resígnate, Critón, ya que éste es el sendero
por el que nos conducen los dioses.
El día siguiente es el de la ejecución. Los amigos se dan
cita ante la puerta de la cárcel y esperan con impaciencia que el
presidente de los Once los haga entrar.Están casi todos: el fiel Apolodoro,
el omnipresente Critón con su hijo Critóbulo, el joven Fedón,
Antístenes el cínico, Hermógenes el pobre, Epigenes,
Menexeno, Ctesipo y Esquines, el hijo del vendedor de salchichas. Algunos
han venido de lejos, como los tebanos Simias y Cebes, o como Terpslon y Euclides,
que son de Megara. Entre los discípulos más conocidos faltan
Aristipo, Cleombrotes y sobre todo Platón, quien,al parecer,justo ese
día tenía fiebre. Cuando los discípulos entran en la
celda, encuentran al maestro en compañía de Jantipa y de su
hijo pequeño. Al ver a los recién llegados la mujer se pone
a gritar desesperadamente.
-¡Oh, Sócrates, ésta es la última vez en que
tus amigos te hablarán y tú a ellos!
Ante lo cual el filósofo se dirige a Critón, diciéndole:
-Que alguien la acompañe a casa, por favor.
-¡Pero mueres inocente! -protesta Jantipa, mientras se la llevan a
rastras de la celda.
-¿Y qué querías? -responde Sócrates-, ¿que
muriese culpable?. Entretanto, uno de los carceleros se ha ocupado de sacar
la cadena que rodea el tobillo del prisionero.
-¡Qué cosa extraña son el placer y el dolor! -dice Sócrates,
masajeándose el tobillo dolorido-. Parece que cada uno siga siempre
a su contrario y que ambos no quieran encontrarse nunca en la misma persona.Mientras
antes, bajo el peso de la cadena, en mi pierna sólo había dolor,
ya siento, después de él, llegar el placer. Si Esopo hubiera
reflexionado sobre esta relación entre dolor y placer, seguramente
habría escrito una bella fábula al respecto.Después,
la conversación recae en el tema de la muerte y del más allá.
Sócrates hace alusión a algo que podría parecerse al
Infierno y al Paraíso.-Pienso que a los muertos les está reservado
un futuro -dice textualmente el maestro, y que este futuro es mejor para los
buenos que para los malos.
Comienza asi la discusión sobre la inmortalidad del alma. El tebano
Simmias, asemejando el cuerpo a un instrumento musical y el alma a la armonía
que nace de dicho instrumento, sostiene que una vez rota la lira (el cuerpo)
muere con ella también la armonía (es decir el alma.Cebes,
no está de acuerdo y formula la hipótesis de la reencarnación.
El alma es como un hombre que en la vida ha usado muchos abrigos.Todos los
abrigos,o sea todas las reencarnaciones, serán menos longevos que
su propietario, con excepción del último, que vivirá
más que éste.En otras palabras, según Cebes, cuando
uno muere,podria tener la desgracia de haber llegado al último turno
y de concluir de este modo su vida.Sócrates es de parecer contrario,
y sostiene la tesis de la inmortalidad del alma. Todos se acaloran hasta
tal punto que Critón se ve obligado a intervenir para reconvenir al
maestro.
-El carcelero, Sócrates, te recomienda hablar lo menos posible. Afirma
que, si te acaloras demasiado, el veneno no hará mucho efecto en tu
cuerpo y se verá forzado a hacerte beber la poción dos o acaso
hasta tres veces.
-Entonces dile que prepare dos o tres porciones,pero ahora, por favor, que
nos deje hablar. Tras lo cual se vuelve a los discípulos y vuelve
a discutir sobre el alma.
-Sólo los malvados pueden desear que después de la muerte
no haya nada, y es lógico que piensen así,porque es lo que
les interesa. Yo, en cambio, estoy seguro de que vagarán angustiados
por el Tártaro y que sólo quien ha transcurrido la vida de
modo honesto y con templanza será admitido a ver la Verdadera Tierra
.
-¿Qué quieres decir, Sócrates, con la expresión
"Verdadera Tierra"? -pregunta Simias, un tanto perplejo.
-Estoy persuadido -responde Sócrates- de que la Tierra es esférica.
No tiene necesidad de apoyo para permanecer donde está, porque, encontrándose
en el centro del Universo, no tendría dónde caer. Además,
estoy convencido de que es mucho más vasta de lo que parece y que nosotros,
conociendo sólo la parte que va del Fasis a las columnas de Hércules:
somos como hormigas o ranas que viven alrededor de un pequeño estanque.
Los hombres están convencidos de que habitan la parte más elevada
de la Tierra, pero en cambio se encuentran en una cavidad de la misma, del
mismo modo que quien, viviendo en un abismo marino, confunde la superficie
del mar por la cúpula celeste.
-¿Quién dice esto? -pregunta con sensatez Simias.
Sócrates ignora la interrupción y prosigue:
-Inversamente, en la profundidad de la Tierra está ese gran abismo
que Homero y muchos otros poetas han denominado Tártaro. Aquí
confluyen todos los ríos y de aquí vuelven a a fluir todos ellos.De
éstos hay que recordar cuatro: el rio Océano, el Aqueronte
, el Aquerusíada , el Piriflegetonte y el Cocito ¿Crees de
veras lo que has dicho, Sócrates? -vuelve a la carga Simias.
-Tal vez no es propio de un hombre sensato creer en ello, pero en compensación
procura un gran bienestar interior.
Precisamente en este momento aparece un esclavo en el umbral:tiene en sus
manos un recipiente de mármol con la cicuta por moler.
-El destino me llama -dice Sócrates poniéndose en pie.
-¿Tienes alguna orden que darnos? -murmura Critón, intentando
ocultar su desesperación-. ¿Cómo quieres que te sepulten?
-Como mejor os parezca, siempre que consigáis atraparme y no me escape
de vuestras manos -responde riendo Sócrates-. Pero, a fin de cuentas,mi
buen Critón, ¿cómo puedo convencerte de que Sócrates
soy sólo yo, el que ahora está conversando contigo,y no ese
que dentro de poco verás convertido en cadáver en este camastro?
El tiempo apremia. Se hace entrar para los últimos saludos a Jantipa,
Mirto y los tres niños. Sócrates los abraza afectuosamente y
después los invita a salir.Apolodoro no consigue ya retener sus lágrimas.
Entra de nuevo el enviado de los Once.
-Oh, Sócrates -dice el carcelero-, ciertamente no tendré quejas
de ti, como me ha ocurrido con otros que, antes de morir, han injuriado a
Atenas y me han maldecido con toda su alma. Durante tu reclusión he
tenido posibilidad de conocerte y puedo muy bien decir que eres la persona
más buena y más bondadosa de todas las que han pasado por este
lugar. Apenas pronunciadas estas palabras, el mozo de los once estalla en
llanto y sale de la celda. Sócrates se encuentra algo incómodo:
ya no sabe qué decir; después, para romper el clima de conmoción
que se ha creado, se dirige a Critón y lo invita a que haga entrar
al esclavo con la cicuta.
-¿Por qué tanta prisa, querido amigo? El sol todavía
no se ha puesto -protesta Critón-. Sé de condenados que han
esperado el último rayo para beber el de otros que se han decidido
a dar el paso extremo sólo despues de haber comido hasta saciarse y
haber hecho el amor con una mujer elegida para la ocasión.
-Es natural que nos comportemos así, cuando consideramos ventajoso
retardar el momento de la muerte -rebate Sócrates-. Pero es natural
que yo haga exactamente lo contrario, ya que manifestando un excesivo apego
a la vida, resultaría patético y desmentiría en un solo
instante todo lo que siempre he predicado.Entra el hombre con la taza de veneno.
-Buen hombre -dice Sócrates-, tú que entiendes de estas cosas,
¿qué hay que hacer en tales circunstancias?
-Nada más que beber y caminar arriba y abajo por la habitación
-responde el esclavo-. Después,cuando empieces a sentir que las piernas
te flaquean, tiéndete en el camastro y verás que la pócima
actua por sí sola.
-¿Crees que con una bebida de tal clase se pueda hacer un brindis
a algún dios? -pregunta Sócrates.
-De eso nosotros no nos ocupamos: nos limitamos a moler la dosis suficiente.
Diciendo esto, el esclavo entrega el veneno a Sócrates,quien,sin vacilación
alguna,lo apura de un trago.Un gesto imprevisto, definitivo,que sobrecoge
a todos los presentes, incluso a los que hasta ese momento habían conseguido
contener las lágrimas. Critón, desesperado, se levanta y sale
de la celda. Apolodoro,que ya de antes tenía las mejillas surcadas
por el llanto,se pone a sollozar desesperadamente. Fedón llora con
el rostro entre las manos. El pobre Sócrates no sabe qué hacer:
va de uno a otro,intentando ofrecer algún consuelo a todos.Corre tras
Critón y lo hace volver a la celda, acaricia los cabellos de Apolodoro,
abraza a Fedón y enjuga las lágrimas de Esquines. -Pero....¿qué
es esto? ¿Qué os pasa? -protesta Sócrates, entre un gesto
de consuelo y el siguiente-.He hecho salir a Jantipa precisamente para evitar
este tipo de escenas que me disgustan: jamás me habría imaginado
que os ibais a comportar peor. Sed valientes y conservad la serenidad, amigos,
como convìene a los filósofos y a los hombres justos. Ante
estas palabras, los discípulos se sienten algo avergonzados de haberse
dejado llevar por sus emociones y Sócrates aprovecha para pasear arriba
y abajo por la celda, como le había aconsejado el esclavo.Después
de unos minutos, sintiendo las piernas cada vez más pesadas, se tiende
en el camastro y espera con calma el fin.El esclavo le aprieta con fuerza
una pierna y le pregunta si advierte la presión de la mano. Sócrates
responde que no: el veneno está haciendo su efecto. En estos momentos,
también el vientre ha perdido toda sensibilidad.
-Recuerda, Critón, que debemos un gallo a Esculapio -susurra Sócrates-.
Devuélveselo de mi parte,no te olvides.
-Lo haré -lo tranquiliza Critón-. ¿Deseas algo más?
¿Tienes algo más que decirme? Pero Sócrates ya no responde.
Días después, los atenienses se arrepienten de haber condenado
a Sócrates: cierran en señal de duelo los gimnasios, los teatros
y las palestras, destierran a Anito y Licón y condenan a muerte a Meleto.
La vida de Sócrates fue absolutamente coherente con su pensamiento.
De hecho, no hizo más que buscar la verdad en cada persona con la que
logró entrar en contacto: rastreó a los hombres como un perro
de caza,los detuvo en las esquinas de las calles, los atormentó a
preguntas y los obligó a mirar en su interior, en lo más profundo
de su espíritu.Con todo el respeto por la estatura moral del filósofo,
estoy convencido de que muchos en Atenas deben de haberlo evitado como la
peste. Apenas su figura regordeta aparecía bajo la puerta Sagrada,
debía de producirse un desbande general, al grito de "Oilloco,oilloco,fuitavenne".
Platón, en el Laques , relata que todo aquel a quien Sócrates
se aproximaba y comenzaba a hablar con él cualquiera fuese el tema
de la conversación, no podía ya marchar sin antes haber dado
cuenta de "sí" y Diógenes Laercio agrega que muchas veces "sus
interlocutores, para poder librarse de él, la emprendian a golpes
de puño y le arrancaban los cabellos".Con toda probabilidad, de joven
había empezado también él a estudiar la naturaleza y
las estrellas, tal como acostumbraban hacer todos aquellos que se ocupaban
de filosofía; luego, un buen día, advirtió que la física
no le importaba en absoluto y concentró entonces toda su atención
en el problema del conocimiento y de la ética.A quien le proponía
un viaje con fines instructivos, o tal vez incluso una excursión al
campo,le respondia con una sonrisa: "¿Pero qué pueden enseñarme
a mí los árboles y el campo, cuando la ciudad pone a mi disposición
todos los hombres que quiero y todos ellos tan instructivos?".
Para sintetizar al máximo el pensamiento de Sócrates, se presentan
a continuación tres temas socráticos: la mayeutica,lo universal
y el dáimon.
LA MAYEUTICA: Cuando Sócrates dice "sé que no sé",
no niega la existencia de la verdad (como habian hecho los sofistas), sino
que invita a su búsqueda. Es como si dijera: "Guagliù", la
verdad existe, aunque yo no la conozco; pero, como no puedo crer que uno
que la ha conocido no la tome en consideración, pienso que es indispensable
alcanzar el "conocimiento". Sólo así, en efecto, podremos saber
con seguridad de qué parte está el Bien.
Procuremos ahora describir la mente humana como se la debe de haber imaginado
Sócrates: en el medio, un enorme montón de maleza y debajo de
él, bien escondida,la verdad,es decir la justa valoración de
los comportamientos, el "sentido de las cosas". ¿Qué hacer,se
pregunta Sócrates, para llegar al conocimiento? Ante todo, liberarse
de la maleza y después extraer la verdad. Para la primera fase, que
podríamos llamar operación "limpieza" o "para destruens" para
los amantes del latín, Sócrates se vale de la ironía
. Nadie supera la maestría de Sócrates en este arte. Manifestando
la más absoluta ignorancia y candidez, finge siempre querer aprender
de su interlocutor: le solicita continuas precisìones y por fin lo
pone frente a sus propias contradicciones. La maleza de la que hablábamos
antes es, efectivamente, el conjunto de los prejuicios, de los falsos ideales
y de las supersticiones que ocupan nuestra mente. Una vez liberado el campo
de estas escorias, es preciso sacar a la luz el verdadero conocimiento y es
aquí donde interviene la mayeútica. Sócrates, en el
Teeteto, acordándose de su madre, nos da una descripción: "Mi
trabajo de partero se asemeja en todo al de las comadronas, sólo que
ellas actúan sobre las mujeres y yo sobre los hombres, ellas sobre
los cuerpos y yo sobre las almas". Sócrates no se presenta como depositario
de una "verdad suya";a lo sumo ayuda a los otros a buscarla en sí mismos,
"ya que -dice él- soy esteril de sabiduría, y por eso el dios
(Apolo) me obligó a ejercer de partero, prohibiéndome al mismo
tiempo engendrar". Resulta claro que, para ejercer la Mayéutica, Sócrates
necesita el diálogo, es decir improvisar su discurso según
los estímulos que le ofrece su interlocutor. Ningún escrito,
dice él, podría tener una eficacia comparable, incluso porque
"no sabiendo nada, ¿qué habría podido escribir? " Sócrates,
por otra parte, desconfiaba absolutamente de la escritura, como resulta de
la fábula que Platón le hace narrar en el Fedro. Siempre he
sospechado que Sócrates, como Jesús por otra parte, no sabía
leer ni escribir. El hecho de que Diógenes Laercio diga que escribió
una fábula del tipo de las de Esopo no significa absolutamente nada:
podría haberla dictado a un escriba. A quien objeta que un hombre
inteligente como Sócrates no podía no haber aprendido a escribir,
le respondo que aún hoy hay millones de personas inteligentísimas
que no han aprendido todavía a usar la computadora, pese a que no se
requiere más de una semana para ponerse al corriente del proceso de
textos. La verdad es que por aquellos tiempos eran muy pocos los que sabían
leer y escribir: Plutarco cuenta que un ateniense, siendo analfabeto, para
grabar el nombre de Aristides en los óstraka , se dirigió precisamente
a él. A la pregunta de Arístides sobre si conocía al
hombre al que quería mandar al exilio, el ciudadano respondió
que no lo conocía, pero que ya estaba harto de oir decir a todos que
era un hombre justo; ante lo cual Arístides escribió su nombre
en las listas y no agregó nada más.
LO UNIVERSAL: En los diálogos platónicos, Sócrates
acostumbra solicitar a sus interlocutores la definición de un valor
moral, y por regla general ellos responden citando un ejemplo particular.
Ante esto, Sócrates se muestra insatisfecho e insiste para obtener
una definición más Universal .Por lo que al DÁIMON se
refiere existen múltiples relatos acerca del fámoso Dáimon
de Sócrates.Uno de ellos se encuentra en un escrito de Plutarco que
lleva justamente el título de El dáimon de Sócrates.
¿Cuál os parece la verdadera naturaleza del dáimon
de Sócrates? En la antigüedad se decía que se trataba
de un simple estornudo: según algunos,cunado Sócrates sentía
que un estornudo provenía de la derecha o de la izquierda, de adelante
o de atrás, tomaba una u otra decisión. Por lo que hace a los
estornudos mismos, todo dependía de cuándo le venían
las ganas, si en movimiento o en estado de reposo: en el primer caso se detenía,
y en el segundo proseguía en lo que estaba por hacer. Esto es lo que
dicen los testimonios,aunque, en verdad, no creo en absoluto que un hombre
como Sócrates pueda haberse dejado guiar por semejantes tonterías.
Aparte de las habladurías,lo que si es cierto es que el mismo Sócrates,
durante el proceso, declara poseer un Dáimon que lo aconsejaba en los
momentos difíciles."Es como una voz que tengo en mi interior desde
niño, y que, cada vez que se deja oír, lo hace siempre para
disuadirme de hacer algo, nunca para hacerme actuar. En particular, me desaconseja
que me ocupe de política".
Las interpretaciones del Dáimon son innumerables:pasan del espíritu
guia al ángel de la guarda, a la conciencia crítica, al sexto
sentido, a la intuición, etcétera. Mi opinión es que
se trata de una broma de Sócrates, que éste había querido
reservar para no verse obligado a tener que explicar cada una de sus decisiones.
Luciano De Crescenzo. "Historia de la Filosofía Griega". Segunda
parte (Pags.7-45)
Finalmente, queremos incluir completa la cita de Platón: "Apología
de Sócrates", 17a-24b, Ed. Gredos, Madrid, 1981.
tomada íntegra y literalmente de http://perso.wanadoo.es/conchaves/1.htm
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SÓCRATES 17 a
No sé, atenienses, la sensación que habéis
experimentado por las palabras de mis acusadores. Ciertamente, bajo su efecto,
incluso yo mismo he estado a punto de no reconocerme; tan persuasivamente
hablaban. Sin embargo, por así decirlo, no han dicho nada verdadero.
De las muchas mentiras que han urdido, una me causó especial extrañeza,
aquella en la que decían que teníais que precaveros de ser engañados
por mí porque, dicen ellos, soy hábil para hablar. En efecto,
no sentir vergüenza de que inmediatamente les voy a contradecir con
la realidad cuando de ningún modo me muestre hábil para hablar,
eso me ha parecido en ellos lo más falto de vergüenza, sin no
es que acaso éstos llaman hábil para hablar al que dice la
verdad; ciertamente, por Zeus, atenienses, no oiréis bellas frases,
como las de éstos, adornadas cuidadosamente con expresiones y vocablos,
sino que vais a oír frases dichas al azar con las palabras que me vengan
a la boca, porque estoy seguro de que es justo lo que digo, y ninguno de
vosotros espere otra cosa. Pues, por supuesto, tampoco sería adecuado,
a esta edad mía, presentarme ante vosotros como un jovenzuelo que modela
sus discursos. Además y muy seriamente, atenienses, os suplico y pido
que si me oís hacer mi defensa con las mismas expresiones que acostumbro
a usar, bien en el ágora, encima de las mesas de los cambistas, donde
muchos de vosotros me habéis oído, bien en otras partes, que
no os cause extrañeza, ni protestéis por ello. En efecto, la
situación es ésta. Ahora, por primera vez, comparezco ante un
tribunal a mis setenta años. Simplemente, soy ajeno al modo de expresarse
aquí. Del mimo modo que si, en realidad, fuera extranjero me consentiríais,
por supuesto, que hablara con el acento y manera en los que me hubiera educado,
también ahora os pido como algo justo, según me parece a mí,
que me permitáis mi manera de expresarme –quizá podría
ser pero, quizá mejor- y consideréis y pongáis atención
solamente a si digo cosas justas o no. Éste es el deber del juez,
el del orador, decir la verdad.
Ciertamente, atenienses, es justo que yo me defienda, en primer lugar, frente
a las primeras acusaciones falsas contra mí y a los primeros acusadores;
después, frente a las últimas, y a los últimos1. En efecto,
desde antiguo y durante ya muchos años, han surgido ante vosotros muchos
acusadores míos, sin decir verdad alguna, a quienes temo yo más
que a Anito y los suyos, aun siendo también éstos temibles.
Pero lo son más, atenienses, los que tomándoos a muchos de
vosotros desde niños os persuadían y me acusaban mentirosamente,
diciendo que hay un cierto Sócrates, sabio, que se ocupa de las cosas
celestes, que investiga todo lo que hay bajo la tierra y que hace más
fuerte el argumento más débil. Éstos, atenienses, los
que han extendido esta fama, son los temibles acusadores míos, pues
los oyentes consideran que los que investigan eso no creen en los dioses.
En efecto, estos acusadores son muchos y me han acusado durante ya muchos
años, y además hablaban ante vosotros en la edad en la que
más podíais darles crédito, porque algunos de vosotros
erais niños o jóvenes y porque acusaban in absentia, sin defensor
presente. Lo más absurdo de todo es que ni siquiera es posible conocer
y decir sus nombres, si no es precisamente el de cierto comediógrafo.
Los que, sirviéndose de la envidia y la tergiversación, trataban
de persuadiros y los que, convencidos ellos mismos, intentaban convencer a
otros son los que me producen la mayor dificultad. En efecto, ni siquiera
es posible hacer subir aquí y poner en evidencia a ninguno de ellos,
sino que es necesario que yo me defienda sin medios, como si combatiera sombras,
y que argumente sin que nadie me responda. En efecto, admitid también
vosotros, como yo digo, que ha habido dos clases de acusadores míos:
unos, los que me han acusado recientemente, otros, a los que ahora me refiero,
que me han acusado desde hace mucho, y creed que es preciso que yo me defienda
frente a éstos en primer lugar. Pues también vosotros les habéis
oído acusarme anteriormente y mucho más que a estos últimos.
Dicho esto, hay que hacer ya la defensa, atenienses, e intentar arrancar
de vosotros, en tan poco tiempo, esa mala opinión que vosotros habéis
adquirido durante un tiempo tan largo. Quisiera que esto resultara así,
si es mejor para vosotros y para mí, y conseguir algo con mi defensa,
pero pienso que difícil y de ningún modo me pasa inadvertida
esta dificultad. Sin embargo, que vaya esto por donde al dios le sea grato
debo obedecer a la ley y hacer mi defensa.
Recojamos, pues, desde el comienzo cuál es la acusación2a
partir de la que ha nacido esa opinión sobre mí, por la que
Meleto, dándole crédito también, ha presentado esta
acusación pública. Veamos, ¿con qué palabras
me calumniaban los tergiversadores? Como si, en efecto, se tratara de acusadores
legales, hay que dar lectura a su acusación jurada3.“Sócrates
comete delito y se mete en lo que no debe al investigar las cosas subterráneas
y celestes, al hacer más fuerte el argumento más débil
y al enseñar estas mismas cosas a otros.”. Es así, poco más
o menos. En efecto, también en la comedia de Aristófanes veríais
vosotros a cierto Sócrates que era llevado de un lado a otro afirmando
que volaba y diciendo muchas otras necedades sobre las que yo no entiendo
ni mucho ni poco. Y no hablo con la intención de menospreciar este
tipo de conocimientos, si alguien es sabio acerca de tales cosas, no sea que
Meleto me entable proceso con esa acusación, sino que yo no tengo nada
que ver con tales cosas, atenienses. Presento como testigos a la mayor parte
de vosotros y os pido que cuantos me habéis oído dialogar alguna
vez os informéis unos a otros y os lo deis a conocer; muchos de vosotros
estáis en esta situación. En efecto, informaos unos con otros
de si alguno de vosotros me oyó jamás dialogar poco o mucho
acerca de estos temas. De aquí se conoceréis que también
son del mismo modo las demás cosas que acerca de mí la mayoría
dice.
Pero no hay nada de esto, y si habéis oído a alguien decir
que yo intento educar a los hombres y que cobro dinero4, tampoco esto es verdad.
Pues también a mí me parece que es hermoso que alguien sea
capaz de educar a los hombres como Gorgias de Leontinos, Pródico de
Ceos e Hipias de Élide5. Cada uno de éstos, atenienses, yendo
de una ciudad a otra, persuaden a los jóvenes –a quienes les es posible
recibir lecciones gratuitamente del que quieran de sus conciudadanos- a que
abandonen las lecciones de éstos y reciban las suyas pagándoles
dinero y debiéndoles agradecimiento. Por otra parte, está aquí
otro sabio, natural de Paros, que me he enterado de que se halla en nuestra
ciudad. Me encontré casualmente al hombre que ha pagado a los sofistas
más dinero que todos los otros juntos, Calias6, el hijo de Hipónico.
A éste le pregunté –pues tiene dos hijos-: “Calias, le dije,
si tus dos hijos fueran potros o becerros, tendríamos que tomar un
cuidador de ellos y pagarle; éste debería hacerlos aptos y buenos
en la condición natural que les es propia, y sería un conocedor
de los caballos o un agricultor. Pero, puesto que son hombres, ¿qué
cuidador tienes la intención de tomar? ¿Quién es conocedor
de esta clase de perfección de la humana y política? Pues pienso
que tú lo tienes averiguado por tener dos hijos”. “¿Hay alguno
o no?”, dije yo. “Claro que sí”, dijo él. “¿Quién,
de donde es, por cuánto enseña?, dije yo. “Oh Sócrates
–dijo él-, Eveno7, de Paros, por cinco minas”. Y yo consideré
feliz a Eveno, si verdaderamente posee ese arte y enseña tan convenientemente.
En cuanto a mí, presumiría y me jactaría, si supiera
estas cosas, pero no las sé, atenienses.
Quizá alguno de vosotros objetaría: “Pero, Sócrates,
¿cuál es tu situación, de dónde han nacido esas
tergiversaciones? Pues, sin duda, no ocupándote tú en cosa más
notable que los demás, no hubiera surgido seguidamente tal fama8 y
renombre, a no ser que hicieras algo distinto de lo que hace la mayoría.
Dinos, pues, quées ello, a fin de que nosotros no juzguemos a la ligera.”
Pienso que el que hable así dice palabras justas y yo voy a intentar
dar a conocer qué es, realmente, lo que me ha hechoeste renombre y
esta fama. Oíd, pues. Tal vez va a parecer a alguno de vosotros que
bromeo. Sin embargo, sabed bien que os voya decir toda la verdad. En efecto,
atenienses, yo no he adquirido este renombre por otra razón que por
cierta sabiduría. ¿Qué sabiduría es esa? La que,
tal vez, es sabiduríapropia del hombre; pues en realidad es probable
que yo sea sabio respecto a ésta. Éstos, de los que hablaba
hace un momento, quizá sean sabios respecto a una sabiduría
mayor que la propia de un hombre o no sé cómo calificarla. Hablo
así, porque yo no conozco esa sabiduría, y el que lo afirme
miente y habla a favor de mi falsa reputación. Atenienses, no protestéis
ni aunque parezca que digo algo presuntuoso; las palabras que voy a decir
no son mías, sino que voy a remitir al que las dijo, digno de crédito
para vosotros.De mi sabiduría, si hay alguno y cuál es, os
voy a presentar como testigo al dios que está en Delfos. En efecto,
conocíais sin duda a Querefonte9. Éste era amigo mío
desde la juventud y adepto al partido democrático, fue al destierro
y regresó con vosotros. Y yasabéis cómo era Querefonte,
qué vehemente para lo que emprendía. Pues bien, una vez fue
a Delfos10 y tuvo la audacia de preguntar al oráculo esto –pero como
he dicho, no protestéis atenienses-, preguntósi había
alguien más sabio que yo. La Pitia le respondió que nadie era
más sabio. Acerca de esto os dará testimonio aquí este
hermano suyo, puesto que él ha muerto.
Pensad por qué digo estas cosas; voya mostraros de dónde ha
salido esta falsa opinión sobre mí. Así pues, tras oír
yo estas palabras reflexionaba así: “¿Qué dice realmente
el dios y qué indica en enigma? Yo tengo conciencia de que no soy sabio,
ni poco ni mucho. ¿Qué es lo que realmente dice al afirmar que
yo soy muy sabio? Sin duda, no miente; no le es lícito.” Y durante
mucho tiempo estuve yo confuso sobre lo que en verdad quería decir.
Más tarde, a regañadientes me incliné a una investigación
del oráculo del modo siguiente. Me dirigí a uno de los que parecíanser
sabios, en la idea de que, si en alguna parte era posible, allí refutaría
el vaticinio y demostraría al oráculo: “Éste es más
sabio que yo y tú decías que lo era yo.” Ahora bien, al examinar
a éste –pues no necesito citarlo con su nombre, era un político
aquel con el que estuve indagando y dialogando- experimenté lo siguiente,
atenienses: me parecióque otras muchas personas creían que
ese hombre era sabio y, especialmente, lo creía él mismo, pero
que no lo era. A continuación intentaba yo demostrarle que él
creía ser sabio, pero que no lo era. A consecuencia de ello, me gané
la enemistad de él y de muchos de los presentes. Al retirarme de allí
razonaba a solas que yo era más sabio que aquel hombre. Es probable
que ni uno ni otro sepamos nada que tanga valor, pero este hombre cree saber
algo y no lo sabe, en cambio yo, así como, en efecto, no sé,tampoco
creo saber. Parece, pues, que al m menos soy más sabio que él
en esta misma pequeñez, en que lo que no sé tampoco creo saberlo.
A continuación me encaminé hacia otro de los que parecían
ser más sabios que aquél y saqué la misma impresión,
y también allí me gané la enemistad de él y de
muchos de los presentes.
Después de esto, iba ya uno tras otro, sintiéndome disgustado
y temiendo que me ganaba enemistades, pero, sin embargo, me parecía
necesario dar la mayor importancia al dios. Debía yo, en efecto, encaminarme,
indagando qué quería decir el oráculo, hacia todos los
que parecieran saber algo. Y, por el perro, atenienses –pues es preciso decir
la verdad ante vosotros-, que tuve la siguiente impresión. Me pareció
que los de mayor reputación estaban casi carentes de lo más
importante para el que investiga según el dios; en cambio, otros que
parecían inferiores estaban mejor dotados para el buen juicio. Sin
duda, es necesario que os haga ver mi camino errante, como condenado a ciertos
trabajos11, a fin de que el oráculo fuera irrefutable para mí.
En efecto, tras los políticos me encaminé hacia los poetas,
los de tragedias, los de ditirambos y los demás, en la idea de que
allí me encontraría manifiestamente más ignorante que
aquéllos. Así pues, tomando los poemas suyos que me parecían
mejor realizados, les iba preguntando qué querían decir, para,
al mismo tiempo, aprender yo también algo de ellos. Pues bien, me resisto
por vergüenza a deciros la verdad, atenienses. Sin embargo, hay que
decirla.Por así decir, casi todos los presentes podían hablar
mejor que ellos sobre los poemas que ellos habían compuesto. Así
pues, también respecto a los poetas me di cuenta, en poco tiempo,
de que no hacían por sabiduría lo que hacían, sino por
ciertas dotes naturales y en estado de inspiración como los adivinos
y los que recitan los oráculos. En efecto, también éstos
dicenmuchas cosas hermosas, pero no saben nada de lo que dicen. Una inspiración
semejante me pareció a mí que experimentaban también
los poetas, y al mismo tiempo me di cuenta de que ellos, a causa de la poesía,
creían también ser sabios respecto a las demás cosas
sobre las que no lo eran. Así pues, me alejé tambiénde
allí creyendo que les superaba en lo mismo que a los políticos.
En último lugar, me encaminé hacia los artesanos. Era consciente
de que yo, por así decirlo, no sabía nada, en cambio estaba
seguro de que encontraría a éstos con muchos y bellos conocimientos.
Y en esto no me equivoqué, pues sabíancosas que yo no sabía
y, en ello, eran más sabios que yo. Pero, atenienses, me pareció
a mí que también los buenos artesanos incurrían en el
mismo error que los poetas: por el hecho de que realizaban adecuadamente su
arte, cada uno de ellos estimaba que era muy sabio también respecto
a las demás cosas, incluso las más importantes, y ese error
velaba su sabiduría. De modo que me preguntaba yo mismo, en nombre
del oráculo, si preferiría esta así, como estoy, no siendo
sabio en la sabiduría de aquellos ni ignorante en su ignorancia o
tener estas dos cosasque ellos tienen. Así pues, me contesté
a mí mismo y al oráculo que era ventajoso para mí estar
como estoy.
A causa de esta investigación, atenienses, me he creado muchas enemistades,
muy duras y pesadas, de tal modo que de ellas han surgido muchas tergiversaciones
y el renombre éste de que soy sabio. En efecto, en cada ocasión
los presentes creen que yo soy sabio respecto a aquello que refuto12 a otro.
Es probable, atenienses,que el dios sea en realidad sabio y que, en este oráculo,
diga que la sabiduría humana es digna de poco o de nada. Y parece
que éste habla de Sócrates13 -se sirve de mi nombre poniéndome
como ejemplo, como si dijera: “ Es el más sabio, el que, de entre
vosotros, hombres, conoce, como Sócrates, que en verdad es digno de
nada respecto a la sabiduría.” Así pues, incluso ahora, voy
de un lado a otro investigando y averiguando en el sentido del dios, si creo
que alguno de los ciudadanos o de los forasteros es sabio. Y cuando me parece
que no lo es, prestando mi auxilio al dios, le demuestro que no es sabio.
Por esta ocupación no he tenido tiempo de realizar ningún asunto
de la ciudad digno de citar ni tampoco mío particular, sino que me
encuentro en gran pobreza a causa del servicio del dios.
Se añade, a esto, que los jóvenes que me acompañan
espontáneamente –los que disponen de más tiempo, los hijos
de los más ricos- se divierten oyéndome examinar a los hombres
y, con frecuencia, me imitan e intentan examinar a otros, y, naturalmente,
encuentran, creo yo, gran cantidad de hombres que creen saber algo pero que
saben poco o nada. En consecuencia, los examinados por ellos se irritan conmigo,
y no consigo mismos, y dicen que un tal Sócrates es malvado y corrompe
a los jóvenes. Cuando alguien les pregunta qué hace y qué
enseña, no pueden decir nada, lo ignoran; pero, para no dar la impresión
de que están confusos, dicen lo que es usual contra todos los que
filosofa, es decir: “las cosas del cielo y lo que está bajo la tierra”,
“no creer en los dioses” y “hacer más fuerte el argumento más
débil”. Puescreo que no desearían decir la verdad, a saber,
que resulta evidente que están simulando saber sin saber nada. Y como
son, pienso yo, susceptibles y vehementes y numerosos, y como, además,
hablan de mí apasionada y persuasivamente, os han llenado los oídos
calumniándome violentamente desde hace mucho tiempo. Como consecuencia
de esto me han acusado Meleto, Ánito y Licón; Meleto, irritado
en nombre de los poetas; Ánito, en el de los demiurgos y de los políticos,
y Licón, en el de los oradores. De manera que, como decía yo
al principio, me causaría extrañeza que yo fuera capaz de arrancar
de vosotros, en tan escaso tiempo, esta falsa imagen que ha tomado tanto
cuerpo. Ahí tenéis, atenienses, la verdad y os estoy hablando
sin ocultar nada, ni grande ni pequeño, y sin tomar precauciones en
lo que digo. Sin embargo, sé casi con certeza que con estas palabras
me consigo enemistades, lo cual es también una prueba de que digo
la verdad, y que es ésta la mala fama mía y que éstas
son sus causas. Si investigáis esto ahora o en otra ocasión,
confirmaréis que es así.
NOTAS:
1. Sócrates pretexta una razón cronológica para hablar,
primeramente sobre los que han creado en la ciudad una imagen en la que se
apoyan sus acusadores reales. Esta distinción entre primeros acusadores,
que legalmente no existen, y últimos acusadores articula la primera
parte de la Apología.
2. La llama acusación, comparándola con la acusación
legal. Tampoco el contenido de esta última puede ser referido a la
verdadera personalidad de Sócrates, según él mismo ha
indicado en sus primeras palabras ante los jueces.
3. Sócrates resume los conceptos vertidos sobre él
durante muchos años y les da la forma de una acusación. Se trata
de burdas ideas, que calan bien entre los ignorantes, en las que se mezclan
conceptos atribuibles a los filósofos de la naturaleza con los propios
de los sofistas, en todo caso poco piadosos. Con estas ideas aparece Sócrates
representado en las Nubes de Aristófanes.
4. Esta afirmación es también importante para distinguir
a Sócrates de los sofistas. No profesa la enseñanza ni cobra
por dejarse oír, lo que sí hacen aquéllos.
5. En la Apología procura Platón ser muy escrupuloso
en cuanto a las referencias de personas que, con certeza, aún vivían
en la fecha del proceso. Al citar aquí a tras famosos sofistas, omite
el nombre del creador y gran impulsor de la sofística: Protágoras
de Abdera, que había muerto en 415.- Gorgias de Leontinos era
el representante del Occidente griego en la sofística. Es, sin
duda, el sofista más calificado después de Protágoras.
Alcanzó una gran longevidad, pues debía de ser unos quince años
mayor que Sócrates y murió algunos años después
que él. Es un personaje muy interesante en otros muchos aspectos del
pensamiento, pero sobre todo lo es por la manifiesta influencia de su estilo
desde finales del siglo V. Esta influencia fue decisiva en la retórica
y en la prosa artística. Su más caracterizado discípulo
fue Isócrates,. Pródico era jonio, de Yúlide de Ceos.
Distinguido discípulo de Protágoras. Era hombre de poca
salud y escasa voz, según lo presenta Platón en el Protágoras.
Practicó sobre todo las distinciones léxicas, especialmente
la sinonimia. Poco más joven que Sócrates, vivía aún,
como los tres citados a la muerte de éste.- Hípias de Élide
es el más joven de los tres citados. Aunque no es comparable en méritos
con Protágoras y Gorgias, es una personalidad muy interesante. Platón
ha escrito dos diálogos en que Hípias es interlocutor de Sócrates.
Es discutida la autenticidad del Hípias Mayor.
6. Rico ateniense, veinte años más joven que Sócrates,
cuya liberalidad para con los sofistas muestra Platón en el Protágoras.
7. Eveno de Paros era poeta y sofista. Citado también por Platón
en el Fedón y en el Fedro.
8. Fama, en el sentido de una opinión generalizada que no responde
a la realidad.
9. Querefonte, cuya relación con Sócrates queda descrita,
admiraba a éste profundamente. Aristófanes, en la Nubes, hace
figurar el nombre de ambos frente del Pensatorio.
10. El famoso santuario de Apolo, de prestigio panhelénico
y, también, entre los no griegos. La pitonisa, Pythia, que tenía
un papel secundario en la jerarquía délfica, pronunciaba
en trance frases inconexas que eran interpretadas por los sacerdotes.
11. Pone su esfuerzo en comparación con los “Doce trabajos
de Heracles.”
12. Sócrates desea aclarar la diferencia entre conocer la verdad
y conocer lo que no es verdad.
13. Se conserva en la traducción el anacoluto del texto griego.
El Imputado Inocente
Indefenso
o el síndrome
forense de Sócrates
La más indeseable judicialización
de la INTELIGENCIA
por Miguel Ángel Gallardo Ortiz, Ingeniero, Criminólogo
y estudiante de Filosofía
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